Con toda la femenina gracia, el sensual donaire y el amistoso gesto de tres "Reinas Magas", una de las cuales luce un hiyab, el ayuntamiento de La Coruña felicita las fiestas... de invierno.
Pero eso, niños, se acabó. Se terminó la diversión.No sólo la vuestra, niñatos separatistas de Cataluña y de las Vascongadas. También la vuestra, niñatos (y niñatas…, perdón) comunistas, podemitas, socialistas —progres, en fin, de variada especie y condición— que les bailáis el agua a los otros o que descaradamente los sostenéis.
Reflexiones en Vox alta (y II)
La identidad: ser o no ser
Javier R. Portella
El Manifiesto.com / 02 de enero de 2019
Es la identidad lo que está en juego. ¡A ver si os enteráis, idiotas! Pero es Año Nuevo y voy a ser generoso con vosotros. Os voy a pedir que sigáis por ahí, que continuéis con vuestras idioteces y desatinos, que las incrementéis incluso. Cuanto más escupís sobre nosotros, sobre nuestra identidad —la de españoles y la de humanos—, tanto más se fortalece nuestra conciencia de lo que somos y a lo que pertenecemos. No sólo se fortalece: es esta conciencia la que lo está haciendo estallar todo…, incluidos vosotros mismos.
Identidad: la conciencia de ser y de saberse, tanto individual como colectivamente, uno mismo. La conciencia sin la cual es imposible vivir. La conciencia sin la cual, por más coletazos que aún deis, ya estáis muertos.
“Nadie —dice José Javier Esparza— puede vivir sin saber quién es, y menos pensando que es un miserable.” A fuerza de repetirnos durante tanto tiempo que somos unos miserables, a punto hemos estado de creérnoslo.
Nos lo hayamos creído o no, es indudable que no hemos tenido arrestos suficientes para reaccionar como se debía. Hemos sido tan pusilánimes, tan timoratos, como para arriar la bandera, para no sentirnos orgullosos de la patria, para pronunciar su nombre (¡el nuestro!) en voz baja. Para no molestar, en fin: nosotros, los subhombres de “la raza inferior”, que dice el Quimet, como lo llaman ahí.
Pero eso, niños, se acabó. Se terminó la diversión.
No sólo la vuestra, niñatos separatistas de Cataluña y de las Vascongadas. También la vuestra, niñatos (y niñatas…, perdón) comunistas, podemitas, socialistas —progres, en fin, de variada especie y condición— que les bailáis el agua a los otros o que descaradamente los sostenéis.
Hablo de vosotros, nómadas apátridas (eso os creéis) que, desvinculados de toda tradición (¡esa cosa tan casposa!), de todo arraigo (¡esa cosa tan rancia!), os arrejuntáis con los oligarcas para abrir las puertas de casa a las masas que van a acabar con la casa y con la identidad.
Hablo de vosotros, los que quisierais acabar también con la otra identidad: esa que en cierto sentido aún es más básica, más elemental, pues todo se yergue sobre ella, sobre la identidad que a hombres y mujeres nos da la naturaleza: ese cimiento, esa base antropológica que nadie había tenido en toda la historia la desvergüenza de cuestionar y aún menos de socavar. A nadie se le había ocurrido jamás convertir semejante base en el desvarío en que la convertís vosotros, que pretendéis que tampoco en el orden natural nadie sabe a ciencia cierta lo que es: hombre, mujer o cosa intermedia. O si alguien es algo —y ese algo es varón, blanco y hetero, como dice el Youtuber[1]—, entonces también es un miserable, un depredador, un acosador, un violador.
Al filo del abismo
Cuando se llega tan lejos, al filo mismo del abismo, sólo caben dos cosas. O te caes junto con los que te están empujando —y es el fin. O viendo tan cerca el fin, te sobrepones, reaccionas, y dejando de ser pusilánime, precavido y timorato, arreas un solemne sopapo a quienes intentan echarte por el precipicio. Sobre todo si son niñatos (y niñatas).
Esto es lo que ha pasado o, más exactamente —aún no hemos tenido tiempo de largarnos por completo del precipicio—, esto es lo que está empezando a pasar. Pero para ello ha hecho falta que alguien, tomando firmemente las riendas, haya gritado: ¡Se acabó, niños, la diversión!
¿No queréis identidad? ¿Queréis no ser nada? ¡Allá vosotros! Pero nuestra identidad no la tocáis.
Ha hecho falta que llegue VOX —ese partido… tan poco partido — para que retumbe un grito que nunca había salido de la boca de quienes tenían el deber y el poder de darlo. Ningún grito, sólo algunos carraspeos se han oído a favor de nuestra identidad —tanto de la nacional como de la natural— por parte del Partido Popular y de Ciudadanos, ese partido tan liberal-libertario como sus adversarios y que entiende la defensa de la patria (término desconocido en su vocabulario) como si sólo se tratara de preservar derechos individuales de los átomos que, amontonados, transforman la patria en una especie de sociedad... mercantil.
¿Y cuando haya desaparecido el abismo?
¿Con qué llenaremos entonces el vacío? ¿Con qué daremos sentido y contenido a la vida cuando hayamos arrinconado a los que nos quieren dejar sin vida? La cuestión aún no es inmediata, pero ahí está, esbozada como mínimo, y bueno será ir pensando en ello. Lo inmediato es impedir la caída en el gran abismo de la nada donde quedan disueltas tanto la identidad nacional como la natural. Lo urgente es detener a quienes están empeñados en precipitarnos al vacío.
Ahora bien, ello se conseguirá tanto más fácilmente y VOX obtendrá un éxito tanto mayor cuanto más claras vayan quedando ante todos ciertas cosas. Cosas como, por ejemplo, la insostenible precariedad económica que sufren las clases populares y una gran parte de las clases medias. Dar sentido y grandeza a nuestra identidad pasa también por transformar hondamente un sistema económico que hoy está destinado a favorecer los exclusivos intereses de la Superclase oligárquica, desarraigada y mundialista que nos domina.
Ambas exigencias —la identitaria y la económica— no se oponen en lo más mínimo.
Al contrario: cuando a ojos de las grandes masas populares quede meridianamente claro que los intereses de su bolsillo corren parejas con los de su corazón; cuando se entienda que, beneficiando a todos, la prosperidad económica puede y debe dar la mano a la pujanza de las tradiciones y costumbres, al fortalecimiento del arraigo y la identidad; cuando se comprenda que el precipicio del que huimos está integrado también por toda la miseria afectiva del hombre moderno, por su soledad agobiante, por la fealdad y la absurdidad que, macilentas, lo envuelven hoy todo; entonces, cuando ello sea así, no sólo se impondrán las ideas de ese gran movimiento —hoy en sus espléndidos comienzos— que es VOX. Entonces tales ideas arrasarán.
[1] Referencia a los videos, de multitudinario éxito en YouTube, de Un Tío Blanco, Hetero.
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