La verdad es que la izquierda contiene demasiadas ventajas como para no sumarse a ella, incluidas, lo acaba de recordar Garzón, el altruismo y la honradez, virtudes morales que adornan a las personas por el mero hecho de ser izquierdistas. Por eso yo quiero serlo. ¿Qué hay que hacer?
Quiero ser de izquierdas
Jesús Laínz
El Manifiesto / 20 de noviembre de 2019
Alberto Garzón, joven promesa de la izquierda suicida, ha afirmado que "un delincuente no puede ser de izquierdas". Pues si un político de izquierdas roba es porque realmente no es de izquierdas. ¿Y a qué se debe esta incompatibilidad? Pues a que, textualmente, «la izquierda representa una forma de vivir y una forma de relacionarse en la que no cabe utilizar al prójimo para beneficio propio».
Nadie se escandalice. No se trata de nada excepcional en el beatífico mundo de la izquierda. Hace un par de años José Sacristán, ese referente ético e intelectual, dijo que la corrupción de los políticos de izquierdas es más grave que la de los de derechas, pues al fin y al cabo éstos «tienen la patria, la familia, la banca y la sacristía. Sus votantes son feligreses: tienen fidelidad a unos principios. Así es difícil tener sentimiento de culpa: pasa uno por el confesionario y tema resuelto».
Según parece, como los izquierdistas no pueden pasar por el confesionario, se comportan mejor y están vacunados contra la hipocresía. Envidiable, la altura moral de los izquierdistas.
Otro ejemplo, en este caso de superioridad intelectual y llegado desde Francia. Elisabeth Barget –veterana de mayo del 68, campeona del feminismo y del aborto libre y gratuito, atea militante hasta el punto de organizar en 1996 una campaña bajo el lema Devolvednos nuestras almas para reventar la visita de Juan Pablo II a Francia en el 1 500 aniversario del bautismo de Clodoveo y, por supuesto, enemiga mortal del peligro fascista encarnado por el Front National– se afilió hace un par de años a dicho partido e incluso se presentó como candidata por su departamento. El motivo de la decisión de Barget fue, según explicó, el miedo a la «conquista islámica de Francia». Pero lo más interesante es la explicación de su giro político: ha ingresado en el Front National porque, según ella, éste ha mutado y sostiene un discurso de izquierdas. No será este humilde juntaletras quien niegue dicha posibilidad, pero no deja de ser revelador que reclame no haber sido ella la que se ha convertido al ideario del FN, sino éste al de ella. Mientras que la derecha obedece a oscuros impulsos, la izquierda siempre encarna la virtud, y para que otra opción política participe de esa virtud ha de adoptar forzosamente los planteamientos izquierdistas.
La izquierda incluso consigue convencer a todos de su honradez intelectual y su perpetua renovación aunque no se aparte un milímetro de sus dogmas. Véase, si no, la autocrítica que se dice que la izquierda europea hizo ante el desplome del comunismo hace ya un cuarto de siglo. La izquierda, se dice, renegó de unos regímenes que se habían demostrado económicamente ineficaces, socialmente injustos, opresores de las libertades de los ciudadanos e incalculablemente criminales. Cuando a la terca izquierda occidental no le quedó otro remedio que admitirlo, simuló hacer autocrítica y sentenció que aquello no era socialismo, sino fascismo. Pues de la izquierda nada malo puede surgir.
Otra manifestación de esta técnica de camuflaje es la fascistización de aquella variante izquierdista que merezca ser condenada por sus métodos –nunca por sus fines–. En los últimos años ha pasado a engrosar las listas de las organizaciones fascistas nada menos que Esquerra Republicana de Catalunya, no sufriendo muchos izquierdistas el menor sonrojo al definir dicho partido como extrema derecha catalana. Aunque el ejemplo más claro es el de ETA-Batasuna, pues tan izquierdista organización –cuyos objetivos estratégicos son, según sus propias palabras, Independencia y Socialismo– es, sin embargo, calificada de fascista por todo tipo de izquierdistas.
Dado tan brillante currículo, la izquierda puede presumir eternamente de sí misma; la derecha debe ocultarse. La izquierda puede utilizar la palabra derecha (o sus variantes, como «la derechona») como insulto; la derecha no sólo ha de utilizar siempre la palabra izquierda con respeto, sino que hasta debe ocultar su derechismo camuflándolo como centrorreformismo y otros artificios palabreros.
La verdad es que la izquierda contiene demasiadas ventajas como para no sumarse a ella, incluidas, lo acaba de recordar Garzón, el altruismo y la honradez, virtudes morales que adornan a las personas por el mero hecho de ser izquierdistas. Por eso yo quiero serlo. ¿Qué hay que hacer?
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