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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 3 de julio de 2020

Al maestro Juan José / por Paco Cañamero


A Juan José, grandioso torero y dueño de una brillante carrera que dejó el poso de exquisitas faenas, la vida vuelve a ponerlo en otro difícil aprieto, del que va a salir adelante, al igual que hizo en otras ocasiones. La peor de todas aquel accidente sufrido en julio de 1971, al regresar de Pamplona en una época que disfrutaba de las mieles de ser torero de ferias y frenó en seco su carrera.

Al maestro Juan José

Paco Cañamero
Glorieta Digital / 27 junio, 2020 
Vaya este brindis por uno de los más grandes toreros que parió Castilla y una de las personas más honradas que caminan por la senda de la vida. Por el maestro Juan José, puro y sobrio intérprete de la escuela castellana, quien desde el albero de su fortaleza lucha para matar uno de esos toros resabiaos que tanta frecuencia llegan a la vida para embestir de forma traicionera, con esos gañafones que únicamente los más valientes, como él, saben sortear. Frente a este toro de la adversidad, al que lidia en los medios con su consabida maestría, mientras sus amigos y admiradores deseamos que lo cuadre para acabar con él de una estocada hasta los gavilanes y volver a su casa de La Fuente de San Esteban.


A Juan José, grandioso torero y dueño de una brillante carrera que dejó el poso de exquisitas faenas, la vida vuelve a ponerlo en otro difícil aprieto, del que va a salir adelante, al igual que hizo en otras ocasiones. La peor de todas aquel accidente sufrido en julio de 1971, al regresar de Pamplona en una época que disfrutaba de las mieles de ser torero de ferias y frenó en seco su carrera. Aunque luego, más que el accidente, fue el propio empresariado –en una de las injusticias más grandes de esa época- quien lo apartó al acartelarlo en corridas duras, en un regalo amargo, con ganaderías a contraestilo; aún así desde entonces firmó muchas de sus mejores faenas; un AP en Santoña; un Jandilla, un Conde de la Corte y un Guardiola, en Salamanca; un Murteira Grave, otro de Gamero Cívico o un Victorino, todos ellos en Madrid; uno del Cura de Valverde, en Peñaranda…

Cada tarde que se vestía de luces –o de corto- quedaba la esencia de un magnífico torero, un espejo para la profesión y eso que nunca lo tuvo fácil. Siempre tan complicado debiendo volver a empezar de cero, porque no le valían las orejas de Madrid, ni los triunfos de Salamanca y él, pletórico de afición, jamás dejó de entrenar y estar preparado para cuando llegase la ocasión. Entonces, varias veces está a punto de volver a dar el salto, la última a finales de la pasada década de los 80 cuando la afición madrileña vuelve a vibrar con su toreo y en vísperas de estar anunciado otra vez en Las Ventas, cuando todos barruntaban un triunfo grande, merecido premio a su entrega y sacrificio, una grave cornada sufrida en Fuentesaúco frena en seco su carrera.

De ahí también supo salir adelante dedicándose a la Escuela de Salamanca en una labor elogiada por todos, volviendo incluso a vestirse de luces para inaugurar al lado de su pueblo la plaza del Toreo de Cuatro Caminos y su postrera tarde en la feria de Salamanca coronada con dos orejas impregnadas con la exquisitez de su toreo y la honradez profesional. La misma honradez que desde que era un niño hizo bandera de su vida, gracias a los valores heredados de sus padre, el señor Boni y la señora Justa, en su casa de La Fuente de San Esteban, de su pueblo.

De ese pueblo donde es Juanjo, a secas, o el torero y los chavales jóvenes lo observan con admiración, sabedores que ese señor ha dado tanto brillo al arte del toreo. Y de allí, de ese rincón de la charrería salió siendo un niño para protagonizar la carrera más metódica que ha conocido la Tauromaquia, sin transcurrir si quiera un año desde que es anunciado por primera vez en la viva segoviana de Coca hasta aquella alternativa de Manzanares, cuando acababa de cumplir 17 años y su nombre fue un reclamo en los mejores carteles de España, Francia y América.

Desde entonces todos los caminos de tu vida llegan a La Fuente, al que regresaba envuelto en el loor del éxito y era feliz con los amigos de siempre, con el entorno que lo vio crecer en un pueblo del que ha sido y es un gran embajador que llevó su nombre por medio mundo. Porque decir maestro Juan José es sinónimo de La Fuente de San Esteban. Y decir maestro Juan José es una referencia en todo el mundo hacía alguien que acaparó tanta admiración.


Ahora se le espera para disfrutar muchos años de su personalidad, para hablar de toros rodeado de sus amigos, de la vida, de su otra pasión por el fútbol y disfrutar de su bonhomía. De volver a verlo haciendo deporte por los caminos de Villoria y pasar delante de aquella plaza donde entrenaban todos los toreros de La Fuente y quienes pasaban ahí el invierno –José Fuentes, Curo Vázquez… entre otros-. De impregnarse de los valores de este caballero castellano que es feliz al lado de su hija Nadia y ahora, desde el albero de su fortaleza lucha para matar uno de esos toros resabiaos que tanta frecuencia llegan a la vida para embestir de forma traicionera, con esos gañafones que únicamente los más valientes, como él, saben sortear.

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