En la primera parte del siglo XX los torerillos incipientes le concedían mucha importancia al descabello, y, para cogerle el punto a la suerte en cuestión, iban a los mataderos de sus pueblos y ciudades para entrenarse con la cruceta y la puntilla.
Vicente Barrera, rey del descabello
Paco Mora
El buen manejo de los aceros es sustancial para la carrera de un torero. Con decir que hubo un matador de toros que fue una gran figura de su tiempo gracias a su virtuosismo con el descabello, está dicho casi todo. Fue Vicente Barrera Cambra, abuelo de nuestro contemporáneo Vicente Barrera Simó. Vicente no le concedía a la espada mayor importancia, porque luego remataba con el verduguillo con una seguridad pasmosa, que traía las orejas a sus manos una tarde tras otra. El valenciano ha pasado a la historia como “El rey del descabello”, porque con la espada de cruceta en la mano no tuvo en su tiempo ni ha tenido después rival.
Vicente Barrera está considerado como el cuarto de los grandes del toreo de la Edad de Plata, junto a Marcial Lalanda, Manolo Bienvenida y Domingo Ortega. Era un magnífico lidiador y con el descabello fue un caso singular, hasta el punto de que una vez que falló, incomprensiblemente en alguien tan seguro como el torero de Valencia, al ser arrastrado el toro corrió al desolladero para comprobar que aquel astado, en el sitio exacto donde debía clavársele la espada de cruceta, tenía un descomunal hueso que lo imposibilitaba. Barrera y Granero fueron los dos toreros más importantes que había dado Valencia, hasta la llegada de Enrique Ponce.
Con el descabello fue un caso singular, tanto que una vez que falló, al ser arrastrado el toro corrió al desolladero para comprobar que aquel astado, en el sitio exacto donde debía clavársele la espada de cruceta, tenía un enorme hueso que lo imposibilitaba
También en la actualidad hay toreros bastante seguros con el descabello, pero ninguno ha llegado a la regularidad cotidiana de Barrera. Habrá habido y hay mejores y más ortodoxos matadores, pero ninguno ha alcanzado el palmarés del valenciano a la hora de atronar a los toros con la cruceta. ¡Cuántas orejas se han perdido y se pierden después de grandes faenas por el fallo con el descabello! Barrera Cambra, durante sus años de actividad, pasó de las 60 corridas por temporada; ¡y eso sin pisar la arena de la plaza de Sevilla ni matar un solo toro de Miura!
En la primera parte del siglo XX los torerillos incipientes, y otros que ya habían dado los primeros pasos en la profesión de lidiar toros bravos, le concedían mucha importancia al descabello, y, para familiarizarse con la morfología del toro y cogerle el punto a la suerte en cuestión, iban a los mataderos de sus pueblos y ciudades para entrenarse con la cruceta y la puntilla. Lo cual se notaba, y mucho, cuando ya vestidos de luces y en la plaza debían atronar los toros que no doblaban con la estocada. Pero esa costumbre se la han llevado los tiempos por delante y ahora es muy difícil que salga un Vicente Barrera, seguramente por falta de práctica, que tiene su base en el escaso entrenamiento de los toreros en esa suerte a la que hoy se le da tan poca importancia, pero que es tan sustancial a la hora de saldar una actuación con éxito o fracaso.
Como anécdota, desgraciada en este caso, vale recordar cómo en la plaza de toros de La Coruña, Juan Belmonte protagonizó un lamentable incidente, ya que al clavar a uno de sus toros el descabello, éste ballesteó y saltó al tendido matando a un espectador. De la importancia de la espada y el descabello en la ejecutoria de un torero no cabe la menor duda. Pues en todos los tiempos, faenas mediocres han acabado en triunfo gracias a una buena estocada o a un definitivo golpe de descabello y por el contrario son muchas las ocasiones en que el desacierto con ambos trebejos han dado al traste con magníficas faenas de muleta que tenían al público en pie entusiasmado, y sin embargo acabaron en música de viento, con los espectadores indignados obsequiando al torero con una salva de pitos...
En fin, siempre nos quedará el recuerdo de un Vicente Barrera que se mantuvo como figura cumbre del toreo de su época gracias a una suerte que ahora se considera de trámite.
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