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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 3 de junio de 2021

¿Qué fue de la Plaza Mayor? por Carlos Bueno

Hace décadas, prácticamente todos los pueblos de España celebraban algún tipo de espectáculo taurino. En las fiestas patronales cada plaza Mayor se convertía en un singular coso donde, según el presupuesto municipal, se anunciaban matadores, novilleros o simplemente los vecinos más valientes del lugar para torear unos becerros. Eso pertenece al pasado, y el futuro no pinta nada halagüeño.

¿Qué fue de la Plaza Mayor?

Carlos Bueno
Avance Taurino / 3 Junio 2021
Históricamente, el centro vital de los pueblos de España siempre fue su Plaza Mayor, que solía albergar el ayuntamiento y la iglesia. Era lugar de encuentro de quienes acudían a la Casa Consistorial a realizar trámites y de tertulia al finalizar la tradicional misa de obligado cumplimiento. Allí jugaban los más pequeños, paseaban las familias y los jóvenes vestían su traje de domingo en busca de pretendientes.

La mayor parte de los municipios españoles tenían entre su programación festiva los toros, cuyos festejos se celebraban en la Plaza Mayor. Cada año, los carpinteros y albañiles de la villa se ponían manos a la obra para levantar un coso singular en su localidad. Troncos, tablones, vigas de madera, escaleras de mano, entarimados… todo el material del que se disponía se ponía a disposición de los maestros constructores que transformaban la plazuela en un círculo taurino mágico que enorgullecía a los lugareños.

Los consistorios más pudientes contrataban a novilleretes de la zona, a quienes acartelaban en letras grandes como si de figurones del toreo se tratara. Los de menor presupuesto anunciaban becerradas para los vecinos más valientes. En cualquier caso, las mozas se colocaban sus trajes más vistosos, incluso las preciadas mantillas, para acudir a una cita ilusionante y esperada cada doce meses.

Pero estalló la maldita guerra civil. Los tres años que duró la contienda impidieron que se continuaran organizando toros, y durante la postguerra la única pretensión era sobrevivir y echar para adelante a la familia. Las penurias y el paso del tiempo acabaron borrando la ilusión generalizada por celebrar toros, y en la actualidad hay localidades en las que sólo los más ancianos recuerdan que un día tuvieron raigambre taurina.

Es el caso de Polinyà, un pueblo ubicado a 40 kilómetros de Valencia que, en sus fiestas de agosto, construía un palenque con cabida para unas 1.500 personas, una auténtica monumental teniendo en cuenta que su censo no alcanza los 2.500 habitantes. Tras la confrontación que dividió España en dos bandos, Polinyà fue uno de los municipios que dejó de lado al toreo y ahora ya nadie conoce su pasado taurino, salvo algún melancólico que conserva en el desván el recorte de un periódico de la época.

Otras circunstancias que nada tienen que ver con la contienda armada provocaron que la cifra de festejos haya decaído paulatinamente en la época presente. Valga como ejemplo la disminución experimentada en los últimos 15 años: Si en 2007 se celebraron 3.651 funciones, durante 2019 el número fue de 1.425, lo que supuso un descenso del 61%. 604 corridas menos, 322 de rejones menos, 402 novilladas picadas menos, 329 sin picadores menos, 230 becerradas menos, 141 festivales menos…

En su momento no se buscaron soluciones a tal desplome, y la presente pandemia puede asestarle la puntilla a un espectáculo que requiere de ilusionantes propuestas y mucho trabajo para que siga perviviendo y no acabe en el olvido como en otros tiempos ocurrió en demasiados pueblos españoles.

El ejemplo de Polinyà es sólo uno de tantos que debe servir para encender el piloto de alarma y ponerse manos a la obra. En su caso tres años sin toros bastaron para fulminar una tradición arraigada. Ahora van a ser casi dos temporadas en el desierto, con el añadido de que la reactivación está resultando ruinosa y de que todo llega tras unos años nefastos que hacen que la situación sea más que preocupante.

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