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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 20 de septiembre de 2021

SEVILLA. Un fogonazo de ensueño: Juan Ortega compendia el toreo en tres lances

A torear, no a moler a lances a un bicho mientras corean los palmeros un sucedáneo que nos hemos acostumbrado a llamar toreo. A torear levantando una plaza en la que ese verbo ha sido siempre religión y fe.

Un fogonazo de ensueño

Juan Ortega compendia el toreo en tres lances el día que debutaba en el Baratillo junto a un enorme Manzanares y la mala suerte de Fandi.

Marco A. Hierro / Foto: Diego Alais
Cultoro /domingo 19 septiembre, 2021 
Todavía lo está pegando. Aún está Juan Ortega en el Baratillo con el mentón en el pecho, las muñecas rotas y las plantas hundidas en el albero, sintiéndose un paso por encima del mismo Dios mientras siente pasar despacio a un negro toro de Jandilla a la altura de la entrepierna. Ese riñón encajado, ese compás a medio abrir, ese corazón bombeando el alma y ese foco del toreo alumbrando el fogonazo de realidad que firmaba el sevillano. Fue el momento de la tarde. Fue el momento de cientos de tardes. Fue la forma que tenía uno de Sevilla de decirle a su plaza que siete años sin la oportunidad de pisar ese ruedo son demasiados para no hincharse a torear.

A torear, no a moler a lances a un bicho mientras corean los palmeros un sucedáneo que nos hemos acostumbrado a llamar toreo. A torear levantando una plaza en la que ese verbo ha sido siempre religión y fe. Aquí han visto a Curro, pero también a Manolo Cortés, a Fernando Cepeda, al mismo Morante y hasta a aquel gitano de rimbombante gracia que atendía al nombre de Salomón Vargas. Esos, y Paula. Porque es difícil que nadie, ni Pepín Martín Vázquez o Curro Puya, llegue a sentir el toreo como lo hizo el gran Rafael. Casi nadie al aparato. Pues todos esos monstruos, que fueron creando los peldaños que han llevado al toreo a la cota que Ortega alcanzó hoy, se hicieron presentes en cuerpo o en alma para cantar los olés.

Porque se había desbocado Juan y quería deglutir los años que había quedado sin torear y sin que nadie supiera que lo iba a hacer como hoy. Suele el sevillano salir al ruedo a ser lo que siente o no ser nada. Por eso cuando lo siente suele resultar de incontestable verdad. Porque le pasan cerca a Juan los toros, necesita que pasen cerca para disparar la profundidad, para que sea verdad cada verónica que deletrea. Fue un fogonazo nada más. Pero la mayoría de espadas que han sido y que son jamás atesorarán esa capacidad de los elegidos. Aunque sea en tres de los siete lances y la media que abrocha el lío. Porque lo demás son cuentos.

Que se lo digan al Fandi, que le tocó torear después del suceso para que el desordenado cuarto, de más fondo que clase, convirtiese sus esfuerzos en un grotesco intento de estar a la altura de lo que había ocurrido en el toro anterior. Él fue el más desapercibido de una tarde que no le ayudó.

Sí lo hizo con Manzanares, porque hoy cumplía un año justo desde que le eliminaron el dolor. Por eso se compromete con las tardes para ser uno de los destacados de la campaña. Hoy paseó la única oreja sacando primor para cuajar al segundo, el mejor de un encierro irregular del seguro hierro de Jandilla. Pero también tiró de galones, de orgullo y de capacidad para crecer sobre los guadañazos del quinto, el único de Vegahermosa del envío de Borja. Con ambos ofreció dimensión. Porque ahora no le duele y eso se nota en su ánimo.

Y en el estado del toreo, porque fueron los dos, Ortega y el Manzana, los que ilusionaron al tendido para las otras dos tardes que le quedan a cada uno. Pero eso será después del lunes de descanso.

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