“Tienes que crear confusión sistemáticamente, libera la creatividad. Todo lo que es contradictorio crea vida”
Dalí: Su mirada y el toro
Ricardo Pineda
Nunca sabré, por no haber podido intercambiar con él palabra nombrada, si era Dalí quien hablaba o hacía lo propio un ente superior, caprichoso y ególatra a la par que sabio en metáforas. Dalí era la descontextualización, la formación de consciencia de la extrañeza de la naturaleza humana y el mundo que la rodea. Hubo quien no le entendió, hubo quien, como George Orwell, le definió incluso como “un ser humano repugnante”, a pesar de reconocer el honor de su arte.
Precisamente Dalí gustaba de insultar su propia obra en muchos casos, tildando sus cuadros de malos. Admiró profundamente la obra de pintores como Rafael, Vermeer, y sobre todo, Velázquez. Decía que “…si un día Dalí pinta un cuadro…” (como lo hacían estos pintores) “…o compone una música como la de Mozart, la semana que viene uno se muere. Por eso prefiero hacer cuadros malos, y vivir más tiempo”. Mala o no, su obra se admira y expone hoy como bandera del arte de nuestra tierra, siendo uno de los más grandes exponentes del histórico movimiento artístico del surrealismo.
Lo cierto es que igualmente desempeñó un rol icónico como espectador en la Fiesta, marcando muchas tardes, con mayor o menor puntualidad según se le antojase, las diez y diez en los tendidos. Dicen que su bigote sigue intacto tras 33 años en sepultura.
En el toro halló vida y muerte, lo grotesco de lo salvaje y la sombra de lo eterno, y en el torero halló inspiración, un héroe místico en el que reflejar su arte y alimentar su ego. Numerosas son sus obras en referencia a la tauromaquia, en las cuales juega ésta como eje fundamental de la narrativa surrealista para explicar (o tratar de) los fines últimos de la existencia o la condición misma del ser humano, así como desahogar los traumas de su existir, y elogiar las bellezas del ser y estar.
En su característico lenguaje codificado a la hora de verbalizar su arte, ambos bestia y gladiador ibérico juegan un papel fundamental de cara a la expresión, de muy diversas maneras.
El matador sirve como verbo en el mensaje en alguno de sus cuadros, y posiblemente el más representativo de todos ellos sea su presencia en El torero alucinógeno, cuadro que ya les comenté en mi sección “Arte en Marfiles”, en el sexto episodio. Les refresco la memoria:
“En este caso, lo vean o no de primeras, se encuentra el torero retratado por medio de una magistral ilusión óptica creada por las sombras de las Venus de Milo que se recrean en los medios de un ruedo de gradas vacías. Al espada, le viste el Universo, del que el Toro se muestra como guardián vestido del dorado que le presta el Sol del rostro del Creador.”
El torero alucinógeno, de Salvador Dalí. Expuesto en el Museo Dalí en San Petersburgo, Florida (EE.UU)
Si hablamos de pintura, no son pocos los casos en los que el genio de Figueras representa el arte del toreo sobre el lienzo, siempre como vía para exponer su adentro, tal y como lo expone quien viste de luces. Litografías hizo más simples buscando emular en menos palabras la esencia plena del surrealismo por él concebido, tales como “Los Papagayos”, en la que representa seres con cabezas de imponentes aves vestidos de luces frente a un toro sombrío. Numerosas son sus obras en los que boceta con menor trazo sin perder significado y hace referencia a las corridas de toros, como lo hace en las distintas obras que creó bajo el nombre “La Tauromaquia”, las cuales fue numerando. Podemos hallar un Dalí muy distinto, mucho más abstracto, descamisado en intensidades y plenamente pasional en luz y sombra, arrebatado y grave en trazo, sumido en atmósferas nebulosas. Ejemplo de ello es el cuarto ejemplar de esta serie de cuadros.
La Tauromaquia IV, de Salvador Dalí.
No queda ahí la cosa, pues el registro de Dalí va más allá de los lienzos y las láminas. También sirvieron sus excéntricas manos para forjar esculturas que supusieron un antes y un después en cuanto a la introducción de vanguardias que, incluso en una misma obra, chocan con fuerza frente a la concepción más clásica del arte escultórico taurino, rozándose así bronce y oro en locuras, como su “Minotauro”, u otra más colisionante si cabe, la cual titula como su cuadro previamente mencionado, “Torero alucinógeno”. Representa a un matador perfectamente ejecutado en bronce, subido sobre un tambor dorado del cual florecen hierbas, cubierta su cabeza entera por un estrambótico y ficticio instrumento de viento metal del que brotan cucharas, coronado por una montera que cayó del revés.
En su momento le llamaron loco, y será porque aún rendimos culto a su obra que podemos seguirle llamando precisamente eso, puesto que su momento vive incluso en nuestro tiempo. El amor de Dalí por la Fiesta de los Toros no es sino el que doliente, terrible, fuera de este mundo, expresó en todo tipo de obras. Además de las esculturas ya nombradas, Dalí se abrió de igual manera en sociedad por medio del folclore popular. Sería en Valencia, en 1954, cuando presentaría, en pleno marzo y en la Plaza del Ayuntamiento una falla, la cual sería popularmente conocida como “El torero mariposa”, diseñada por él y tallada por el escultor e imaginero valenciano Octavio Vicent. En ella, representaba una obra que nunca llegó a materializar debidamente: La Corrida Surrealista. Pretendía celebrarla precisamente en la Plaza de su Figueras natal, cuya idea principal giraba en torno a la sustitución del arrastre de los ya muertos toros por la abducción de los mismos a través de un garfio atado a un helicóptero, que los depositaría sobre las peñas de Montserrat para ser convertidos en pasto de buitres y cuervos. Se dice que por el boceto de la susodicha falla, cobró unos cincuenta mil duros. A unos gustó, a otros no tanto. Para él, ni tan mal.
La falla de la Plaza del Ayuntamiento de Dalí, en 1954
Lo dicho, es verdad. A unos gustaba, a otros causaba náuseas. Así era él. Igual que a Salvador muchos no le honraron en vida, hay quien le enjuicia hasta después de morir su cuerpo, aunque el alma aún le suene, por aquello de que si muero, no moriré del todo. También se nos ataca hasta en la máxima expresión de nuestro arte. La defensa está en nuestra mano, en construir palacios dentro y no en vigilar chabolas desde fuera. Ocurre algo. Si la inteligencia sin ambición es un pájaro sin alas, en el mundo del toro por desgracia y a día de hoy hay mucho insecto volador y unas cuantas aves sin ganas de volar ya. Duele. Podríamos contagiarnos de la esencia de Dalí, de su dolor abstracto y su visión alterna de las sensaciones y la plasticidad, cada quién en su esencia, para alcanzar el clímax de nuestro arte, el cual más se prostituye que se bendice. Si no caemos enfermos, acabaremos siendo pasto de los carroñeros.
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