Por Juan José de Torres
04/05/2010
La cogida de José Tomás resucitó todos los fantasmas de la de Manolete, el principal espejo en el que se mira el diestro de Galapagar. Es cierto que son muchos los que no entendemos nada de lo que ha pasado sobre la gravedad de la cornada sufrida en Aguascalientes cuando supimos la muy rápida recuperación del torero. El parte médico a los cinco días del percance trajo muchas más dudas. El resultado final es que la leyenda ha aumentado: casi todas las televisiones del mundo recogieron la noticia de la cogida con un tratamiento propio de un dios y la milagrosa recuperación del diestro le acercan aún más al Olimpo. Al margen de cualquier especulación, ¿es posible un análisis más profundo de lo acontecido? He aquí un intento desde el punto de vista de la teleología.
1.- El debate metafísico sobre la animación y la teoría aristotélica del hilemorfismo
El debate en torno a la animación instantánea o retardada se abre en la teoría hilemórfica de Aristóteles, según la cual el alma racional (o intelectiva) es la causa formal del individuo humano, aunque no sea su causa eficiente. Según la teoría hilemórfica, el alma intelectiva informa no directamente a la materia prima (ni siquiera, diríamos hoy, a un sustrato de naturaleza bioquímica), sino a un cuerpo ya organizado por el alma sensitiva que, a su vez, presuponía un alma vegetativa conformadora.
Puede afirmarse que existen dos doctrinas bien consolidadas que se mantienen en nuestro tiempo a pesar de las sacudidas que reciben por parte de los descubrimientos biológicos y embriológicos, sobre todo a partir del descubrimiento del microscopio, de la teoría celular y del genoma; unas doctrinas dadas a escala filosófica, a saber, la doctrina de la discontinuidad de la evolución ontogenética (denominada, en lenguaje hilemórfico, doctrina de la animación retardada) y la doctrina de la continuidad de la evolución ontogenética a partir del momento de la concepción (en términos hilemórficos: doctrina de la animación instantánea).
Para que el alma penetre en el cuerpo, pasa un tiempo desde la formación de éste. Y para la segunda, hay alma en el cuerpo desde el momento de la concepción. Santo Tomás defendía la postura hilemórfica de Aristóteles y afirmaba que el alma penetraba en el cuerpo a las 14 semanas, curiosamente como la llamada ley del aborto (seguro que Bibiana y compinches no conocen este término).
Más radicales eran las doctrinas «preformistas» mantenidas por algunos pueblos primitivos (como los dayak de Borneo), que creían que el embrión, o incluso el infante, recibía el espíritu de su abuelo cuando este moría (ocasión para que se les impusiera su nombre propio).
2.- José Tomás y su idea de ser Manolete
José Tomás le dijo una vez a Joaquín Sabina que le fascinaba "el misterio, la naturalidad y la hombría" con que Manolete "afrontó lo que tenía que afrontar". María Mérida en su libro “José Tomás es su nombre” afirma que el ídolo de Tomás es el coloso de Córdoba. Cuando José Tomás presentó junto a Sabina el libro de Carmen Esteban, “Lupe, el sino de Manolete”, el torero llevaba al cuello como homenaje a su ídolo un fajín de seda que había pertenecido al Monstruo a modo de pañuelo. Que José Tomás admira a Manolete es cosa sabida por todos.
Escribe Santi Ortiz en su libro “José Tomás, el retorno de la Estatua”:
1.- El debate metafísico sobre la animación y la teoría aristotélica del hilemorfismo
El debate en torno a la animación instantánea o retardada se abre en la teoría hilemórfica de Aristóteles, según la cual el alma racional (o intelectiva) es la causa formal del individuo humano, aunque no sea su causa eficiente. Según la teoría hilemórfica, el alma intelectiva informa no directamente a la materia prima (ni siquiera, diríamos hoy, a un sustrato de naturaleza bioquímica), sino a un cuerpo ya organizado por el alma sensitiva que, a su vez, presuponía un alma vegetativa conformadora.
Puede afirmarse que existen dos doctrinas bien consolidadas que se mantienen en nuestro tiempo a pesar de las sacudidas que reciben por parte de los descubrimientos biológicos y embriológicos, sobre todo a partir del descubrimiento del microscopio, de la teoría celular y del genoma; unas doctrinas dadas a escala filosófica, a saber, la doctrina de la discontinuidad de la evolución ontogenética (denominada, en lenguaje hilemórfico, doctrina de la animación retardada) y la doctrina de la continuidad de la evolución ontogenética a partir del momento de la concepción (en términos hilemórficos: doctrina de la animación instantánea).
Para que el alma penetre en el cuerpo, pasa un tiempo desde la formación de éste. Y para la segunda, hay alma en el cuerpo desde el momento de la concepción. Santo Tomás defendía la postura hilemórfica de Aristóteles y afirmaba que el alma penetraba en el cuerpo a las 14 semanas, curiosamente como la llamada ley del aborto (seguro que Bibiana y compinches no conocen este término).
Más radicales eran las doctrinas «preformistas» mantenidas por algunos pueblos primitivos (como los dayak de Borneo), que creían que el embrión, o incluso el infante, recibía el espíritu de su abuelo cuando este moría (ocasión para que se les impusiera su nombre propio).
2.- José Tomás y su idea de ser Manolete
José Tomás le dijo una vez a Joaquín Sabina que le fascinaba "el misterio, la naturalidad y la hombría" con que Manolete "afrontó lo que tenía que afrontar". María Mérida en su libro “José Tomás es su nombre” afirma que el ídolo de Tomás es el coloso de Córdoba. Cuando José Tomás presentó junto a Sabina el libro de Carmen Esteban, “Lupe, el sino de Manolete”, el torero llevaba al cuello como homenaje a su ídolo un fajín de seda que había pertenecido al Monstruo a modo de pañuelo. Que José Tomás admira a Manolete es cosa sabida por todos.
Escribe Santi Ortiz en su libro “José Tomás, el retorno de la Estatua”:
José Tomás, La Estatua, ha consumado su feliz retorno. Y lo ha hecho para construir un reino, para continuar siendo un torero de época sin época y el mejor domador del espacio y el tiempo, para revelarnos que el toreo es un metalenguaje, para mostramos la tremenda potencia de la soledad, el clamor del silencio, para elevarse héroe en carne y hueso por encima del tábano ruin de su Enemiga, para añadir a la épica y la lírica de su toreo inmortal, la mística que crepita en su alma de filósofo.
Y continúa: Volvía de los silencios estelares, del más allá del horizonte más remoto, después de haber pasado casi un lustro nutriéndose de misterio y de imaginación, habitando en los ecos del deseo, llenando con su ausencia todos los intersticios de una memoria que ha seguido sus huellas por la alargada sombra de la mitología para agigantar su talla y sus hazañas.
Dice Javier Villán en su libro “José Tomás. Luces y sombras. Sangre y triunfo”:
El regreso de José Tomas a los ruedos, después de cinco años de ausencia, sería asimilable, ateniéndonos a la teoría religiosa del tomismo y al estado emocional del público, a la resurrección de Cristo tras la noche obscura del sepulcro. Si Cristo no hubiera resucitado, dice la doctrina, vana sería la fe de los creyentes y el edificio de la Iglesia no se hubiera podido levantar.
Lo cierto es que en estos días en que todos los mensajes de los medios informativos han sido referentes a la milagrosa recuperación y de retorno de la otra vida (a los siete días ha sido dado de alta tras temerse lo peor y cuando se hablaba de seis meses de recuperación y de adiós a la temporada) yo, que siempre he sonreído ante tanta prosa salvífica, confieso que tras la cogida de José Tomás me acordé inmediatamente del párrafo de Villán y quedé conmocionado. ¿Se habría producido la asimilación de la teoría hilemórfica de la animación retardada y José Tomás, pasado el tiempo, habría recibido el espíritu de Manolete? ¿Se había cumplido, al fin, el sueño de José Tomás de ser Manolete?
Dicho así, me expongo a que se piense que lo que tanta conmoción me produjo sea tomado a sarcasmo irrespetuoso. Sé lo que me espera al escribir estas líneas pero no quería dejarlo dentro.
Dicho así, me expongo a que se piense que lo que tanta conmoción me produjo sea tomado a sarcasmo irrespetuoso. Sé lo que me espera al escribir estas líneas pero no quería dejarlo dentro.
Fuente: Detorosenlibertad.com
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