"...La suerte como sinónimo de sino, destino, fatalidad e incertidumbre, casi nunca entendida como azar, subyace desde sus orígenes en este ritual de sangre y arte, todo ello reflejado en este muestrario de gran «valor social y cultural que puede ayudar a la comprensión de la historia»
El día que las plazas de toros «embistieron» contra las barreras sociales
Una fabulosa exposición en Valladolid, «Armarse a la suerte», recoge la historia de la tauromaquia.
A José Delgado Pepe-Hillo, autor en 1796 del primer tratado que fijó y reguló las suertes de la lidia, debe la tauromaquia su primera consideración como arte, una forma de expresión de profunda raíz sagrada y social que testimonia, desde esta semana en Valladolid, la exposición «Armarse a la suerte».
Introdujo los cánones, las formas de ejecutar cada suerte, y estructuró la lidia para ordenar un ritual con la finalidad de reducir la incertidumbre, de aminorar un riesgo para el matador que él mismo no pudo evitar cuando murió, en 1801, entre las astas de un toro salmantino en Madrid.
Un vestido de Pepe-Hillo, como tributo al primer teórico de la fiesta brava, luce en la exposición «Armarse a la suerte», inaugurada por el presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, y el matador de toros Santiago Martín «El Viti», que a sus 78 años aún ostenta el récord de puertas grandes en Las Ventas, informa Efe.
De la valentonada a la valentía, de la chulería a la prestancia, de la dispersión al orden, el toreo moderno se modeló a finales del XVIII, el de Francisco de Goya, el de Antonio Carnicero y el de Juan Cháez, nombres cuyas obras sustentan esta exposición que permanecerá en el Museo Nacional de Escultura hasta el próximo 5 de marzo.
Es el paso de la estirpe aristocrática de la tauromaquia a la eminentemente popular, del toreo a caballo al de pie, de las plazas urbanas a los escenarios específicamente concebidos, de los caballeros a los chulos o majos, como da cuenta este muestrario que abre una colección de esculturas policromadas, fechadas a finales del siglo XVIII y que cinceló el malagueño Juan Cháez.
El costumbrismo de la época
Reproduce el costumbrismo de la época, principalmente a través de la indumentaria de las figuras reproducidas, desde los alguacilillos como delegados de la autoridad y encargados del despeje, hasta los toreros ataviados con vestidos de seda, raso y terciopelo, con encajes y bordados, y el pelo recogido en redecilla.
El toreo a la jineta, la suerte de banderillas y de matar, el tiro de mulillas previo al arrastre y un torero asistido después de resultar cogido son algunas de las escenas representadas por Cháez, con el valor etnográfico que supone el conocimiento fidedigno de los trastos de matar, de la indumentaria de la época, la forma y decoración de las banderillas y otros trebejos.
De la lidia plebeya a la estructurada, la exposición explica también el orden y la secuencia de un espectáculo que desde mediados del XVIII se celebró en escenarios específicos, plazas de toros con una arquitectura determinada para dar cobijo a los aficionados en un recinto donde se diluyeron las barreras sociales y convivieron clases variopintas como acredita un óleo de Eugenio Lucas Vázquez («La plaza partida»), cedido por el Museo Nacional del Romanticismo.
Otros centros que han cedido piezas para la ocasión han sido el Museo del Prado, el Museo de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, el Museo Lázaro Galdiano, el Museo del Romanticismo, el de Ávila y Patrimonio Nacional.
Luce un estoque corto como le gustaba y se los encargaba Jerónimo José Cándido, los atalajes, gualdrapas y jaeces del tiro de mulillas de la Real Maestranza de Ronda, unos grabados y un óleo firmado por Goya, un retrato de Joaquín Rodríguez «Costillares», las principales suertes de una corrida de toros dibujadas por Antonio Carnicero, y varios abanicos ilustrados con motivos taurinos.
La suerte como sinónimo de sino, destino, fatalidad e incertidumbre, casi nunca entendida como azar, subyace desde sus orígenes en este ritual de sangre y arte, todo ello reflejado en este muestrario de gran «valor social y cultural que puede ayudar a la comprensión de la historia», ha manifestado María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura.
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