Si Florentino hubiera hecho una décima parte de lo que hizo hace un par de días Cerezo, si se hubiera largado del palco tras una acción arbitral como la de Alvarito Morata, la escena habría dado cien veces la vuelta al mundo y se habría convertido en portada de diarios y tema de debate en todas las tertulias. Los perioatletistas justifican a Enrique porque, según ellos, "hay que conocer al personaje"...
Conocer a Cerezo, desconocer a Cristiano
El gesto de Cristiano estuvo muy feo, ya está dicho. Como admirador que sigo siendo del mejor futbolista del mundo, sobró la manita al final del partido contra el Atleti, más que nada porque la Juve salió afeitada del albero del Metropolitano. Me avergonzó lo que hizo CR7 y se lo afeé el mismo día del encuentro y, de nuevo, el jueves en El Primer Palo. Simplemente no estuvo bien y los gritos e insultos que profirieran contra él uno, diez o mil hombres de las cavernas no justifican en modo alguno su reacción posterior. Al Cristiano excitado y furioso que queremos ver sus aficionados es al que golpea dos veces sobre el campo, al que encara y al que chuta a portería como si se fuera a acabar el mundo y no al niñato malcriado que va presumiendo por ahí de Champions o Balones de Oro. Ojalá lo veamos en la vuelta, igual han despertado a la bestia con todo esto, quién sabe.
Sin embargo, como suele suceder en estos casos, el recorrido mediático que ha tenido el feísimo e injustificable gesto de Cristiano (hasta Cristina Pedroche, que pasaba por allí, sacó el látigo) ha sido inversamente proporcional al de otros gestos, como por ejemplo los de Enrique Cerezo, Miguel Ángel Gil o el Cholo Simeone. El primero se fue del palco tras ser (bien) anulado un gol a Morata que habría supuesto el 1-0, el segundo le dio a la húmeda desde Méjico lindo metiendo nuevamente por medio en la ecuación al Real Madrid, que no jugó este miércoles sino el anterior y que ni siquiera se ha enfrentado aún con el Atleti en la Champions, mientras que el tercero se llevó las dos manos a sus partes con un gesto interpretable en cuanto a su destinatario final pero objetivamente tan reprobable y lamentable, si no más, que el de Cristiano.
Luego, veinticuatro horas más tarde, Cerezo volvió a la carga, y otra vez incluyendo en sus oraciones al Real Madrid, deslizando la peregrina y acomplejada idea de que dos de esas cinco Champions de las que presumía el portugués no le pertenecían a él sino a los árbitros. A Cristiano le han (le hemos) dado más palos que a una estera, pero Cerezo, Gil y Simeone han vuelto a irse de rositas, y yo me pregunto "¿por qué?"... Si Florentino hubiera hecho una décima parte de lo que hizo hace un par de días Cerezo, si se hubiera largado del palco tras una acción arbitral como la de Alvarito Morata, la escena habría dado cien veces la vuelta al mundo y se habría convertido en portada de diarios y tema de debate en todas las tertulias. Los perioatletistas justifican a Enrique porque, según ellos, "hay que conocer al personaje":
¿Conocer a Cerezo para salvarle y desconocer
a Cristiano para condenarle?
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