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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 18 de febrero de 2019

El patrimonio del patriotismo / por AQUILINO DUQUE



Cuarenta años largos han pasado y, nos guste o no, España vuelve a tener conciencia de sí misma y el patriotismo vuelve a ser patrimonio común de sus naturales sin distinción de credos.

El patrimonio del patriotismo

En toda controversia, los mejores argumentos son los que nos da el adversario, y con ellos pasa como con el armamento que se le arrebata que, bien manejado, causa en sus filas un estrago que no había previsto. Ultimamente, entre las descalificaciones de cierta manifestación, alguien ha dicho la perogrullada de que el único partido de los tres participantes que salía ganando con ella era VOX, aunque más exacto hubiera sido decir que en ella VOX no tenía nada que perder. No sé si sus socios podrían decir lo mismo, como se desprende de la sorprendente asistencia al acto de masas de Valls y Feijóo, los del cordón sanitario. VOX no debería inquietarse, pues sabe muy bien en qué medida ese acto de lo que en tiempos se llamaba “afirmación nacional” es el resultado de haber recurrido a los tribunales de justicia y coincidido con la oportuna y valiente alocución del Jefe del Estado y la espontánea ocurrencia de los “tontos con balcones a la calle”, como se les ha llamado desde un diario de patriótica tradición.
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No sabemos qué es lo que el futuro depara a VOX, que es, no lo olvidemos, el partido de Ortega Lara y José Alcaraz, es decir, el partido de las “víctimas” por excelencia, y ojalá tengan también razón sus enemigos cuando temen que contagie a sus socios actuales de ese “victimismo” tan menospreciado por demócratas de todos los pelajes. No falta entre éstos quien se escandalice de que se pase a VOX gente de Podemos que cree encontrar ahora el partido “antisistema” que buscó en otra parte. VOX es en efecto, “antisistema” en el sentido de diagnosticar el mal que desacredita a la democracia y pone en peligro la nación, es decir, el feudalismo de las autonomías, que multiplica por diecisiete, como vaticinó don Ramón Carande, el crónico déficit de hombres públicos de España. La política no es ya una cuestión de derechas o de izquierdas, de rutinas o de utopías, sino de leer a derechas las páginas de la Historia. Si hay algo que ha caracterizado al sistema vigente hasta ahora era la mala prensa del patriotismo, y ahora que, no sé si por reacción generacional, mucha gente se siente patriota, justo es que se acerque a esas “víctimas” otrora tan menospreciadas.

Nos guste o no, ya ha llovido desde que, en la conmemoración en la Universidad romana de La Sapienza de un difunto poeta e hispanista italiano, me felicitaba de que en uno de sus poemas proclamara él a Madrid capital de su Apulia natal, para añadir yo: “hoy que nadie la quiere en una España que reniega de sí misma”, expresión que no creo sentara bien en un auditorio encabezado por el poeta Alberti y el jesuita Batllori. Cuarenta años largos han pasado y, nos guste o no, España vuelve a tener conciencia de sí misma y el patriotismo vuelve a ser patrimonio común de sus naturales sin distinción de credos.

De sobra sé que a la patria hay muchas maneras de quererla, aunque algunas de ellas sean tan inquietantes como la de una de las dos madres del juicio salomónico, la que se conformaba con la mitad de la criatura. De esa madre dan la impresión de descender los españoles de algunas de nuestras regiones y los que, para contentarlos, quieren descuartizar a la nación. Si los tres partidos que ahora encabezan la reacción patriótica quieren evitar ese descuartizamiento, su prioridad ha de ser, si es que llegan al Poder, sanear la Constitución para que los que la quieren destripar no exploten sus ambigüedades semánticas en su beneficio.

Por otra parte, no deja de ser inquietante, ya que hablamos de ambigüedades, esa Unión Europea que pone sus complacencias en los descuartizadores. Cuando yo vivía en el extranjero, me daban mala espina los elogios a nuestra política, señal inequívoca de que, si a ellos les parecía bien, señal de que algo estábamos haciendo mal.

 Hoy menos que nunca cabe reconocer autoridad moral a esa Unión Europea ante la que solemos hacer dejación de nuestra soberanía. 

Cuando al caer el Muro Antifascista de Berlín, se unieron las dos Alemanias, no faltaron graciosos que dijeron que querían tanto a Alemania que preferían que hubiera muchas Alemanias. Me pregunto si la alegación que uno de los procesados por rebelión hace de amor a España y a sus gentes desde el banquillo tiene que ver con el amor de madre del juicio de Salomón o con el de los nostálgicos del Muro de Berlín.

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