La oración del torero -tan necesaria como plausible- ha tenido de siempre un sabor tradicional, íntimo, pudoroso. Porque los sentimientos, cuando son más hondos, más se recatan a la ostentación y vista de los demás.
La oración del torero
Compartimos un artículo publicado en el semanario El Ruedo y titulado la oración del torero. Han sido varias las ocasiones en las que hemos hablado de la relación entre religión y toreo, y es que ambos van da la mano. Dice así el artículo sobre la oración del torero:
<<No concebimos al torero sin un fuerte sentimiento religioso. Entero, serio, profundo. Sentido muy a lo hombre y de manera muy callada. Son los mismos azares de una profesión impar los que orientan el impulso fervoroso y se vuelven oración en cada momento, en cada incidente de la lidia. Recordamos la entrevista, no hace mucho, realizada con un torero famoso:
– ¿Qué se siente cuando el torero se ve cogido por el toro?
– Que tiene su vida en manos de Dios.
Así, escuetamente, estoicamente. El torero famoso daba con su respuesta todo un curso de Teología. Y si religión es el lago entre el hombre y su Creador, he aquí cómo, por el camino del peligro, los toreros sienten a un tiempo instintiva y conscientemente la necesidad de consuelo que proporciona la oración. Es este impulso el que les hace -casi sin excepción- santiguarse al iniciar el paseíllo mientras repiten el tradicional «Que Dios reparta suerte». Porque si la doctrina dice que es bueno hacer la señal de la Cruz al salir de casa, al iniciar un trabajo, en los peligros, al rezar o al ir a dormir, harto más necesaria se nos antoja cuando se trata de cruzar al volapié la amenazante aduana del testuz del toro.
La oración del torero -tan necesaria como plausible- ha tenido de siempre un sabor tradicional, íntimo, pudoroso. Porque los sentimientos, cuando son más hondos, más se recatan a la ostentación y vista de los demás. Y el torero rezaba ante sus imágenes familiares, que llevaba siempre consigo en un improvisado a ingenuo altar, en el retiro de su habitación hotelera; y se acercaba a misa, solo, los días de fiesta y corrida; en último momento entraba a hacer oración un nervioso instante en la capilla de la Plaza; y después, al encarar el peligro, era oración en él, la sonrisa con que veía doblar al toro bien matado, el hondo suspiro que alivia la angustia del pecho al acabar la dura brega de los toros, el gesto preocupado con que cogía la muleta para brindar la muerte del resabiado marrajo, la palidez resignada con que aguantaba la broma y la rechifla en la faena infortunada… En cada tarde, en cada corrida, en cada toro, la mente del torero está puesta en el toreo y en el peligro; es decir, se la reparten el arte y la religión. Tal vez por eso, cuando el toreo se cumple según los cánones de la belleza clásica, tiene mucho de rito.
Creemos que, en la Plaza, ésta y no otra debe ser la oración del torero. Por cristiana hermandad nunca condenaremos al espada que en el momento de brindar al público en los medios se santigua y ora unos momentos; ni al que, una vez doblado el toro, hace la misma ostensible plegaria. Respetamos y amamos la intimidad de cada conciencia; compartimos el sentimiento religioso de quienes corren un riesgo cierto; pero la oración perfecta, puede ser solamente mental y ésta es la aconsejable en los duros trances de la lidia. De otro modo, siempre nos quedaría la duda de si la oración del torero es pura y cristalina, siempre admirable devoción, o si se acude ostensiblemente a ella para lograr una impresión en el público que sólo debe lograrse mediante el buen torear.
Y quede así la cosa. Que la conciencia es cosa sagrada. Y Dios con todos>>.
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