Está revolucionando el mundillo taurino. El invento de Simón Casas ha logrado despertar el adormecido panorama taurómaco y ha puesto a todos a hablar, opinar e interesarse por esta nueva fórmula que el empresario francés se ha sacado de la chistera y parece que -ya lo hizo en la pasada Feria de Otoño en Madrid- está dando resultados.
Bombo para el bombo
Hasta ahora poco, o nada, había cambiado, en lo sustancial, en el negocio taurino con respecto a lo que existente y conocido desde el siglo pasado. Y sí, en cambio, nuestra sociedad ha experimentado transformaciones y movimientos que han hecho daño al espectáculo de los toros. Al margen de nuevas modas, modos y formas de ocio.
Hay que tener muy en cuenta la falta de interés de los responsables del negocio por adaptarse a los nuevos tiempos: las plazas siguen siendo muy incómodas, el horario complicado y la oferta idéntica desde hace muchos años, repitiéndose los mismos nombres año tras año, feria tras feria, plaza tras plaza, dando sitio a toreros que ya nada dicen y poco aportan al espectador. El que las principales plazas y ferias estén copadas por pocas manos y que éstas sean las que apoderen a un elevado número de toreros hace difícil que puedan entrar otros ajenos a ese monopolio.
La emoción es ya más estética, que dirían los cursis, que real, a pesar de que siga habiendo tragedias y desgracias en el ruedo, pero ya es todo más previsible y muy parejo el comportamiento del ganado, por más que siga habiendo ganaderos que buscan esa diversidad que muchas veces se arrumba en aras del beneficio económico, lo que también es lógico tal como está el mercado.
Sigue estando muy presente la crisis económica -¿cómo no va a estarlo, si tenemos a unos tres millones de políticos y asimilados que viven si no a cuerpo de rey sí a cuerpo de príncipe heredero a cuenta de las arcas públicas sin que produzcan nada? Y, por si no fuera bastante, muchos, además, tienen la fea costumbre de meter la mano en la caja y ahí tenemos las interminables listas de acusados, imputados y presuntos en la trama de los ERE en Andalucía, los casos Pujol, Gurtell, Gobierno de Aragón, Erial, Asturias… que están llevando a este país a la pura ruina-, todo ello ha hecho, hablando en términos generales, que sean ya pocos los ayuntamientos que puedan echar una mano a la organización de eventos taurinos, con lo que eso ha supuesto en la disminución de festejos menores y a la escasa producción de nuevos valores que refresquen y animen la nómina torera. Por si faltase algo, y tratando de buscar apoyos o mantas con que tapar tanto chanchullo, se ha dado mucho sitio a partidos y grupúsculos radicales que en su afán por romper con todo lo establecido han tomado como principal objetivo la abolición de la tauromaquia, creando un ambiente muy hostil en torno a todo lo que huela a toros y creando un estado de opinión que ha crecido alarmantemente en contra en pocos años.
Tampoco hay que olvidar el desprecio que se sufre por parte de los medios de comunicación, vitales para la difusión, promoción y divulgación de cualquier espectáculo o actividad. Los toros, prácticamete, no tienen presencia en la televisión; casi nula en la radio y apenas en la prensa escrita. Vemos a diario la cantidad de horas y páginas que se dedican a temas políticos, deportivos, gastronómicos y hasta de vergonzoso y vergonzante cotilleo sin que se tenga en cuenta una de nuestras más destacadas manifestaciones culturales y por la que se nos reconoce e identifica en todo el mundo…
Es por ello que este nuevo sistema, el del bombo, como todo lo nuevo, llame la atención. Ahora lo que hay que hacer, a pesar de algún desajuste o imperfección -lógico también en algo que se empieza a desarrollar- es dar bombo al bombo. Y platillo.
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