Me malicio que el mejor futbolista que hay en la plantilla del Real Madrid está con los dos pies fuera y, del mismo modo que no puedo afirmar que fuera el único que se largara antes del partido, tampoco puedo asegurar que la culpa de tanto desamor sea sólo de Zinedine Zidane, él tiene también parte de culpa.
Bale, James y el rally de los faraones
Juan Manuel Rodríguez
El fútbol ha cambiado definitivamente para mal. Faltaban pocos minutos para que finalizase el partido entre el Real Madrid y el Betis cuando Bale abandonó el estadio Santiago Bernabéu. El marcador que reflejaba en ese momento el encuentro era de empate a cero, a la postre el definitivo, pero, tal y como estaban las cosas, la balanza podría haberse inclinado del lado merengue o del verdiblanco. El Real Madrid pudo marcar y, entre tanto desorden, el Betis también las tuvo. Bale, sin embargo, optó por irse del campo, y no puedo decir que se le viera afectado ni mucho menos que quisiera marcharse a la francesa y sin que nadie le viera. Gareth se fue a la galesa, con rostro serio y ausente, miró hacia un lado y hacia el otro para asegurarse de que no venía nadie, giró probablemente a la izquierda (ya no lo recuerdo) y se esfumó entre la fría noche otoñal madrileña. Un niño corrió infructuosamente detrás del Audi de su jugador favorito, otra vez será chaval. Concluyamos de una vez y por todas que a Bale le importa un rábano lo que digamos los periodistas y cuantas veces le veamos yéndose antes de tiempo del campo: el reino de Gareth no es de nuestro mundo. Me malicio que el mejor futbolista que hay en la plantilla del Real Madrid está con los dos pies fuera y, del mismo modo que no puedo afirmar que fuera el único que se largara antes del partido, tampoco puedo asegurar que la culpa de tanto desamor sea sólo de Zinedine Zidane, él tiene también parte de culpa.
Detrás del coche de Bale salió otro, que no iba conducido por un futbolista de la primera plantilla del Real Madrid porque éste viajaba en el asiento del acompañante. El copiloto del segundo Audi participante en este peculiar rally de los faraones no era otro que el colombiano James Rodríguez. Salvo en El Chiringuito, la fuga de James pasó sin pena ni gloria, como si Rodríguez aún estuviera cedido en el Bayern de Múnich y hubiera ido al estadio Santiago Bernabéu de visita y a saludar a sus ex compañeros. Mi amigo Jorge D'Alessandro quiso incluso justificar la acción del colombiano, quien, según su opinión, trataba de enviar un mensaje al entrenador. Siguiendo ese hilo, Gareth Bale lleva varios meses enviándole mensajes a Zidane... y nada. Mal por Bale, a quien no puedo acompañar en esto por reiteración, y mal James... pero sin embargo con Rodríguez noto un trato distinto al que recibe el galés. Con James pasa lo que con Keylor, que en España hay un potentísimo lobby colombiano y que si criticas cualquier cosa del jugador pareciera que estuvieras arremetiendo contra el país. Pues no: Keylor las paró y también se las comió con patatas y Costa Rica no tiene nada que ver con eso, y James tuvo un primer año brutal en el Real Madrid y otros dos muy irregulares que acabaron con sus huesos en el equipo muniqués, que luego no le quiso, y Colombia no tiene nada que ver. ¿Y por qué no quiso el Bayern a un futbolista tan talentoso y exquisito como el colombiano? Pues no le quiso porque en la Bundesliga ciertamente tampoco marcó las diferencias.
Sin embargo el madridismo se lo perdona todo a James, que no ha tenido una participación fundamental en ninguno de los éxitos recientes del Real Madrid, y le afea lo más mínimo a Bale. James, irrelevante aquí como lo fue allá, cae sin embargo bien y el estadio corea su nombre como, hace bien poco, coreaba también el de Isco, otro futbolista de salón.
Pero el Madrid no está para muchos salones, la verdad. Si a Florentino Pérez le preocupa la imagen que transmita el Real Madrid al exterior, y me consta que así es, deberá cambiar el obsoleto régimen interno del club y, entre otras cosas, obligar por contrato a sus futbolistas a permanecer en el campo hasta que acaben los puñeteros partidos. Y si, como parece, al futbolista le importa un pepino lo que le pase a su equipo, deberá también obligarle por contrato a fingir y reír cuando sus compañeros marquen un gol o sufrir cuando lo haga el equipo rival. El otro día escuché a alguien decir a propósito de Fernando Martín que la diferencia entre él y Drazen Petrovic es que el segundo utilizó al Real Madrid como lanzadera para la NBA mientras que el primero era madridista. Con Marcelo, por ejemplo, no hay ese problema, pero con otros más egoístas sí lo hay. Oblígueseles por contrato a fingir. Que mientan piadosamente para no avergonzar a una afición que les quiere como si fueran de su propia familia. Áteseles a la silla si es menester. El mejor club deportivo de la historia no se merece la peor imagen.
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