Parece que el problema que genera estos petardos es el planteamiento mismo de las corridas de toros en la Ciudad de México. Todo mundo viene a la Monumental a cuidarse, a buscar el momento estético y a no exigirse demasiado frente a las cámaras de televisión.
Temporada Grande: Nuevos horizontes de mansedumbre en la Plaza México
Jorge Eduardo - México
Mil gracias a OyT, por ser nuestra casa un año más, y a Antolín Castro por la oportunidad de continuar nuestra labor, con un formato y estilo completamente renovados.
No cabe duda de que la inauguración de la Temporada Grande despertó el ánimo de la afición. Concurrieron al festejo algo más de un tercio de coso, una buena entrada para un cartel de perfil medio, en el que el gran atractivo taquillero era Diego Ventura, a pesar de los éxitos recientes en México y en Madrid de Antonio Ferrera. En términos de nombres, la mesa estaba puesta y con manteles largos, Leo Valadez con sus triunfos recientes, y el prometedor Chema Hermosillo como toricantano, completaban un cartel atractivo.
Por supuesto, más que negrito en el arroz, el cartel descansaba sobre una cama de arroz quemado: los toros de Julián Hamdan. El elemento que la empresa pone al final en sus carteles, como era previsible, dió al traste con la expectativa, resultando en un espectáculo largo, cansino, profundamente aburrido, que provocó que esa afición fiel que se acercó a la plaza, la abandonara antes de terminar la lidia ordinaria. Añada usted el putrefacto toro de regalo. Mala cosa. Con su cursilería habitual, el ganadero queretano bautizó al (¡)séptimo(!) de la función Nuevos Horizontes. Efectivamente, en sus potreros pastan nuevos horizontes de mansedumbre.
El descastamiento de dicha casa ganadera nos permitió observar matices de la mansedumbre. Pasamos del nobletón, entregadito, enclasado, que embiste pasito a pasito mientras que deja de soportar su propio peso poco a poco; a un par de mansos a la defensiva que tiraron tornillasos en su búsqueda de defenderse, aunque uno fuera más potable que el otro. Olvidar a los débiles de remos sería dejar el cuadro incompleto, así como el devuelto de rigor (esta vez por inválido, el quinto), y los protestados por falta de remate o de cara. Salvo por el abreplaza y el octavo de la gélida noche, todos pitados en el arrastre.
Parece que el problema que genera estos petardos es el planteamiento mismo de las corridas de toros en la Ciudad de México. Todo mundo viene a la Monumental a cuidarse, a buscar el momento estético y a no exigirse demasiado frente a las cámaras de televisión. Qué mejor ejemplo que tener al mejor rejoneador del mundo en nuestra plaza, y no poder verle en plenitud debido a su apuesta ganadera. Lidió tres toros de tres ganaderías diferentes, y solo el toro de Fernando de la Mora, que era la ganadería anunciada, funcionó hasta que la falta de fondo y los kilos le permitieron. El de Marrón, una ganadería cuya persistencia en los ruedos es inexplicable, forzó el regalo. El de San Isidro, aunque hizo por su matador ya herido de muerte, fue paradito y mansurrón, al extremo de impedirle a Diego Ventura colocar hierros y banderillas por su falta de acometividad, como si fuera uno de los muchos caballistas maletas que vemos en plazas mexicanas.
En cambio, el viernes, en San Luis Potosí, ciudad capital pero separada por un océano de importancia de la Plaza México, el sevillano-lisboeta se zumbará una corrida seria del hierro de abolengo de Zacatepec, cuyas fotografías ya conocemos, alternando con rejoneadores mexicanos. De sangre cruza de las ganaderías madres tlaxcaltecas (Piedras Negras, Zotoluca, y la Laguna), con encaste Murube puro (Carmen de Federico viuda de Murube, importado en 1938, y refrescos recientes con sangre de Fermín Bohórquez y Rancho Seco). Sin duda, un planteamiento en el que el toro también es protagonista. ¿Será que en la Plaza México es imposible?
De la parte a pie se puede decir poco más que lo dicho hasta ahora. José María Hermosillo tomó la alternativa abriendo plaza indebidamente, asunto del que es completamente responsable la autoridad que lo permitió. Con el lote más potable, dejó entrever su buena planta de torero y su buen concepto en su primer turno. Cerró plaza entre dudas y falta de firmeza con el único picante que echó el ganadero con dinastía. Quizás a esta altura la vaca habrá muerto, qué atrevimiento de sus hijos poner en aprietos a un torero. Leo Valadez navegó entre el toreo preconcebido y la falta de estructura en sus faenas, conceptos que, aunque parezcan similares, son absolutamente contrapuestos. Fue sobresaliente su entrega matando al segundo de su lote, que le ponía los pitones en el pecho.
Antonio Ferrera se limitó a pasaportar al de la devolución de trastos, tercero de la tarde, y a bailar un sonrojante zapateado con el quinto bis, manso a la defensiva. Nos quedamos con ganas de ver al que sometía Victorinos. El balear ha saboreado el cariño de la Plaza México, y seguro que estaba entre sus planes dar un paso definitivo hacia su consagración, repitiendo el palo en una fecha importante. Pero no, su administración lo estrelló con ganado que consideran apto para hacer el papel de artista. Ganado putrefacto que no debe volver a nuestra plaza, lo mismo por criterio empresarial que por presión del público. Papel convertido en papelón.
Dentro de ocho días, Bernaldo de Quirós para Morante, Joselito Adame, y Calita. Habrá que esperar el milagro del toreo, puesto que la aparición de la bravura sería eso mismo: un milagro.
Foto: @LaPlazaMéxico
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