Busto de Andrés Eloy Blanco en el parque del Buen Retiro (Madrid 03.07.1975)
Como quiera que las referencias al insigne poeta, autor del “Canto a España”, me parecieron simplificadas en extremo, y además, en ninguna se reflejaba la afición a los toros de Andrés Eloy Blanco, me he tomado el atrevimiento de ampliar cuestiones que considero interesantes, algunas quizá desconocidas, sobre la vida de este grandioso personaje venezolano, especialmente de su paso por España y el rastro que dejó en nuestro país.
SEMBLANZA
DE ANDRÉS ELOY BLANCO
Trazos
biográficos del insigne poeta venezolano
Por Bocanegra
Madrid, 18 Abril 2020
Madrid, 18 Abril 2020
Los
estragos del Covid-19 obligan al general confinamiento y abortan, por el
momento --¡y lo que te rondaré morena!--,
la posibilidad de celebrar las diferentes y tradicionales conmemoraciones, salpicadas
por el calendario de marzo a octubre. Los amantes de la pólvora y las fallas,
los aficionados al fútbol, a los festejos taurinos y los cofrades de Semana
Santa, han sido los primeros resignados a aplazar anhelos, expectativas y
esperanzas para el año próximo. Nada puede hacerse para remediarlo. Es el sino
de este tiempo convulso e inefable.
La
mayoría de los confinados parchea ésta obligada ausencia de actividad, con un mayor
consumo de lectura o enfrascada, buena parte del día, en las redes sociales. Y
como a falta de pan, buenas son las tortas,
la orfandad de noticias en los sectores desactivados, anima a exhumar recuerdos
del pasado, a memorar acontecimientos que tuvieron honda repercusión social, o
a recordar trayectorias ejemplares de personajes ilustres, que pintaron de
singular colorido la historia de su época.
Estos
recordatorios están haciéndose sin tener en cuenta la redondez del año en que
se produjeron los sucedidos, basta con que las efemérides traídas a colocación
coincidan con el día, el mes o el momento en que acontecieron. Así, hace unas
fechas recordamos el 58 aniversario de la muerte de Juan Belmonte, acaecida el
8 de abril de 1962. También semanas atrás, a propósito de esta reclusión cuasi
planetaria, algunos internautas trajeron a primer término la recordación del gran
poeta venezolano Andrés Eloy Blanco.
Como
quiera que las referencias al insigne poeta, autor del “Canto a España”, me parecieron simplificadas en
extremo, y además, en ninguna se reflejaba la afición a los toros de Andrés
Eloy Blanco, me he tomado el atrevimiento de ampliar cuestiones que considero
interesantes, algunas quizá desconocidas, sobre la vida de este grandioso
personaje venezolano, especialmente de su paso por España y el rastro que dejó
en nuestro país.
Casa natal de Andrés Eloy Blanco
Andrés Eloy nació en Cumaná, Venezuela. Su padre, Luis
Felipe Blanco; su madre, Dolores Meaño. Sus abuelos maternos, de origen
gallego, y uno de sus antepasados era hermano del abuelo del Mariscal Antonio
José de Sucre.
De pequeño, según testimoniaron sus hermanas, fue un
niño silencioso con manifiesta afición a la escritura, pero cuando hablaba lo
hacía bonito y decía cosas alegres. En sus primeros escritos describió así el
paisaje de su tierra natal:
“De la salina
de Araya el viento trae un polvillo impalpable y lo acuesta sobre la sabana,
sobre las copas de los árboles, sobre la piel de las cosas.”
Con once años, estuvo un tiempo confinado en la Isla
de Margarita con su familia porque su padre, el doctor Luis Felipe Blanco,
había mostrado su oposición al gobierno de Cipriano Castro. Allí compuso su
primer poema, acostado en el regazo de su madre y dedicado a ella:
“Estrellitas
y luna / que tiene el cielo; y yo tengo a mi madre, / que es un lucero.”
De su padre recibió clases de latín, historia y
literatura, no sólo española, también inglesa y francesa, además de lecciones de
hidalguía. Así lo reconoce y transcribe en un artículo suyo:
“Para
mi padre el respeto del semejante y el respeto a sí mismo eran más hijos de la
nobleza del pensamiento que de la nobleza del linaje.”
En 1909 la familia se instala en Caracas. Andrés Eloy
conoció en el colegio al joven profesor de Historia Universal e ilustre
novelista, Rómulo Gallegos. Tres años después ambos formarían parte del Círculo
de Bellas Artes.
A partir de 1911 Andrés Eloy comenzó a publicar poemas
en “El Universal” alentado por el director del periódico, el bardo sucrense
Andrés Mata. “En mis primeros versos –confesaría Andrés Eloy Blanco en 1947—salía
a la calle con el periódico, que no quería doblarlo para no doblar mis versos”.
Como poeta obtuvo su primer éxito en 1916, al ser
premiado con la Flor Natural en los Juegos Florales de Ciudad Bolívar por su “Canto a la Espiga y al Arado.”
En 1918 la mal llamada gripe española asoló el mundo.
Se calificó como española porque, al no participar España en la Primera Guerra
Mundial, la prensa se volcó en informar, de manera amplia y pormenorizada,
acerca de la pandemia. En cambio, los países involucrados en la contienda,
prestaron más atención al recuento de las bajas registradas en combate, que a las
causadas por la epidemia.
Andrés Eloy refirió en sus escritos que, en 1918, su
hermano Luis Felipe, recién graduado de médico, regresaba a Venezuela
procedente de España en el vapor “Infanta Isabel” cuando la plaga apareció en
el buque. En la primera oleada cayeron el médico del barco, el capitán, el
segundo comandante y los operadores de radio. Luis Felipe tomó a su cargo el
cuidado de los enfermos y la autoridad suprema de la nave, hasta que se infectó
también él.
Al cabo de tres meses de navegar sin rumbo fijo por el
mar, los errabundos pasajeros fueron recibidos en las Islas Canarias. En
camellos llegaron al antiguo lazareto de Gando, vestidos con batas, pues sus
ropas se incineraron. Los habitantes de Las Palmas y Tenerife auxiliaron a los
enfermos. De Canarias el joven médico logró llegar a Cuba y allí solicitó de la
compañía naviera el pasaje para continuar a Venezuela. Lo que consiguió fue que
le acusaran de haber ejercido la profesión médica ilegalmente.
Un año después, el 15 de noviembre de 1919, terminada
la carrera en la Universidad Central de Venezuela, Andrés Eloy recibió el
título de Abogado en el Consejo Nacional de Instrucción.
Ejerció la profesión durante tres años en los llanos
del Estado Apure y un tiempo menor en los de Guárico. Allí, junto al ejercicio
del derecho (y de la poesía, que jamás abandonó), llevó una alegre vida
bohemia; allí se hizo un poco llanero, se aficionó a la Tauromaquia y hasta
toreó novillos bravos; allí aprendió a bailar el joropo; allí jugó a ser petrolero,
pero perdió cuanto invirtió, y allí bautizó su primer libro propiamente dicho, “Tierras que me oyeron”.
A comienzos de 1923, viviendo de nuevo en Caracas,
Andrés Eloy tiene noticias de la convocatoria de un certamen literario abierto
para los poetas latinoamericanos, y auspiciado por la Academia Española de la
Lengua. Decide participar, se lo toma muy en serio y se encierra durante una
semana en su habitación. Alimentándose a base de galletas de soda y jugo de
naranja, se enfrasca en el alumbramiento del poema “Canto a España”.
El 23 de marzo de 1923 puso fin a su canto. Pasados
tres meses justos, el 23 de junio, recibió un cablegrama que le comunicaba ser
el ganador del certamen, y del premio de 25000 pesetas que llevaba aparejado.
Tenía 26 años.
El 30 de junio de aquel año partió para España
acompañado por su hermana Lola, cuya hermosura y la desenfadada alegría de su
carácter causaron muy buena sensación a los españoles. En la travesía marítima
coincidieron con los actores de la compañía teatral de Jacinto Benavente. Algunos
de los miembros se compadecían de lo enteco que era el poeta; en cambio otros
adulaban a su guapa hermana. Contó Andrés Eloy que uno de ellos le disparó a
Lola este retrechero piropo:
“Preciosa, tu hermano podrá hacer muy buenos
versos, pero tu padre los hace mejores”.
La entrega del premio tuvo lugar el 24 de agosto de
1923 en el Teatro Pereda, de Santander, ante los reyes de España, Alfonso XIII
y Victoria Eugenia y en presencia del Ministro de Instrucción Pública, y de la
Academia Española de la Lengua en pleno, presidida por don Antonio Maura, que
fue quien le dirigió el cablegrama a Andrés Eloy para informarle de su triunfo.
Inmediatamente después, Maura pasó a tener el rango de amigo y preceptor del
poeta, pues le prodigó muy útiles consejos de oratoria en su posterior vida de
político militante, que en aquellos momentos ni siquiera él vislumbraba.
Aquella noche en el Teatro Pereda, Andrés Eloy recitó
su poema ante una concurrencia arrobada por la música que salía de sus labios. Los
testimonios escritos cuentan que su discurso tuvo una dicción correctísima;
seguridad y fuerza en la articulación de las palabras, y los altibajos de su
voz, al modularla, demostraban algo que los poetas posteriores han olvidado:
que un poema es ante todo un canto, un canto que encierra tanta música como una
partitura. Aquel hombre enjuto y pequeño se consagró como un recitador
gigantesco.
El “Canto aEspaña”, según Eduardo Arroyo Lameda, amigo de Andrés Eloy, estuvo
inspirado en un sentimiento filial, “fue una especie de declaración de amor de un
americano al país que le dio su lengua, su cultura y su sangre.”. El
poeta hace en él pública demostración de su amor por España, algo que sería una
constante a lo largo de su existencia. Desde su enraizada afición a los toros y
su admiración por el genio del pueblo español, hasta los sentimientos que
resume uno de sus últimos poemas, el dedicado a la madre muerta; desde su
amistad con los escritores de la madre patria hasta el ufanarse por su
ascendencia ibérica, Andrés Eloy Blanco amó a España con filial devoción, con
un amor que nunca fue postizo:
.
“Y canten por la España de siempre, por la vieja / Y por la nueva; por la de
Pelayo / Y por la que suspira tras la reja, / Por la de Uclés y la del Dos de
Mayo: / Por la del mar y por la de Pavía / Y por la del torero… ¡España mía!.”
“Canto
a España” es una obra de acabada ejecución, de un virtuosismo
verbal irreprochable y con sobrados valores estéticos para compararse a las
mejores piezas modernistas de su época. Lo que Andrés Eloy sublimó en su “Canto de España”, lo sentía en el
corazón. Y sin ese fundamento de sinceridad de muy poco habrían valido el
portento de sus metáforas, el prodigio de su verbo poético, la “sapiencia
rítmica”, y las muchas virtudes literarias que enmarca. “De esa poesía –escribe
Alfonso Ramírez “El Polaco”-- queda lo estricta y específicamente poético:
un elevado sentimiento de la belleza, algo así como rumor de sonoridades
aladas, y por sobre todo, el cálido soplo de emoción humana que ennoblece las
palabras y las eleva a la suprema dignidad del arte.”
Su canto peninsular fue también su apoteosis. Quienes
conocieron en España a Andrés Eloy quedaron cautivados por el innato don de
gentes del joven poeta venezolano. Su simpatía sedujo a escritores, toreros y
gente del pueblo. El mismo día de la entrega del premio, en Santander, tuvo que
conseguirles la correspondiente invitación a los matadores de toros Juan
Belmonte y Ricardo Torres “Bombita”, conocidos suyos.
Desde Barcelona, donde se encontraba en aquel momento,
el autor de la letra del popular joropo “Alma
Llanera”, Rafael Bolívar Coronado, hombre andariego, extravagante y siempre
en apuros económicos, envió a Andrés Eloy el siguiente telegrama pidiéndole
árnica: “Usted es un astro. Los astros giran. Gíreme algo”.
Durante el tiempo que pasó en Madrid Andrés Eloy
frecuentó las tertulias en los cafés. Provocó el delirio de los públicos cuando
asistió a los teatros, donde querían oírlo; por las plazas de toros, donde los
toreros le brindaban faenas; por los salones, donde se hicieron amigos suyos literatos
y poetas: Ramón María del Valle Inclán, Gerardo Diego, Antonio y Manuel
Machado, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre, Emilio Carrere, Julio Camba y
Wenceslao Fernández Flores; Concha Espina, Rafael Alberti, Rubén Darío y Pedro
Salinas; Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, cuyos romances gitanos
tuvieron un antecedente en los romances llaneros de Andrés Eloy.
Los más relevantes hombres de letras de España
tuvieron para él elogiosas palabras, porque Andrés Eloy fue persona con fineza
en el trato, y se sintieron halagados con la amistad de aquel venezolano “cordial
e inteligente, a quien la gloria literaria, en lugar de envanecerlo, le hacía
abordable y cariñoso.”
En la noche del 31 de diciembre de 1923, nostálgico de su madre y de su tierra, escribió en Madrid su popularísimo poema “Las Uvas del Tiempo”, alusivo el título a la costumbre española de comer doce uvas, una por cada campanada de la última hora del año:
En la noche del 31 de diciembre de 1923, nostálgico de su madre y de su tierra, escribió en Madrid su popularísimo poema “Las Uvas del Tiempo”, alusivo el título a la costumbre española de comer doce uvas, una por cada campanada de la última hora del año:
“Madre, esta noche se nos muere un año; / todos estos señores tienen su madre cerca, / y al lado mío mi tristeza muda / tiene el dolor de una muchacha muerta... / Y vino toda la acidez del mundo / a destilar sus doce gotas trémulas, / cuando cayeron sobre mi silencio / las doce uvas de la Noche Vieja.”
Andrés Eloy recorrió a España, como si quisiera
reconocerla, pues ya la llevaba en el corazón. A lo largo del año siguiente dio
conferencias y recitales. El 25 de abril ofreció uno en el salón de actos del
Ateneo de Sevilla. En mayo la Academia Sevillana de las Buenas Letras lo
declaró “académico en la clase correspondiente”. Fue en esa ciudad, durante la
Semana Santa, cuando dirigió una saeta al paso de la Virgen de La Macarena:
“Ya no tiene más remedio / la Virgen de la Esperanza; / que de lo guapa que
viene, / se va muriendo de guapa.”
Junto con Arturo Uslar Pietri y otros escritores
venezolanos, Andrés Eloy ofició de revistero, nombre que entonces se les daba a
quienes se ocupaban de la crítica taurina en los periódicos. No faltaron
censores que afearon la intromisión en esa parcela tan específica, pero Andrés
Eloy les desafió de manera taxativa:
“¿Soy poeta? Pues soy revistero, si quiero; / que pruebe a ser poeta, si
quiere, un revistero.”
Sus amplios conocimientos sobre Tauromaquia, le
permitieron no sólo escribir crónicas sino que llegó a publicar un relato corto
titulado “El amor no fue a los toros”,
basado en el ambiente que envuelve la Fiesta Brava. Aquella pieza literaria se “vendió
como pan caliente” aquí en España y aparece reseñada en el tomo II de
la Enciclopedia “Los Toros”, dirigida
por el académico José María de Cossío, pero lamentablemente no se guarda de
ella copia alguna. Durante su exilio en Cuba, seis años antes de morir, Andrés
Eloy escribió:
“En mis años
mozos fue gran aficionado a los toros y hasta he toreado algunas veces en
novilladas estudiantiles; luego he asistido a muchas corridas y conservado
amistad con magníficos lidiadores y revisteros taurinos. Por eso tengo algunos conocimientos
en la materia.”
En Venezuela, a la vuelta de su viaje por España, le
tributaron una recepción que sólo se dispensa a los héroes que vuelven a la
patria, después de librar una guerra. Sin embargo, él no era el mismo. Había
cambiado. Ya no se conformó con ser un triunfador, también quiso ser un luchador,
y desde luego, esa nueva faceta fue la más entusiasta, la más vitalista de su
corta e intensa existencia.
Se unió a una generación de estudiantes, todos bastante más jóvenes que él, y encabezó el tránsito de la Venezuela rural a la urbana. En la poesía “En Zumo de Corazón” retrata el espíritu combativo de aquellos primeros años, como si fuera la despedida de quien se encamina a la lucha:
“Yo voy a la fuerte / y audaz embestida, / a dar a la muerte su parte de vida.”
“Yo voy a la fuerte / y audaz embestida, / a dar a la muerte su parte de vida.”
Andrés Eloy contendió contra las políticas que a su
juicio fueron injustas y esclavizadoras, por la libertad de su pueblo aún a
costa de perder la suya propia. En cuatro años, fue a parar a tres cárceles distintas
y llevó grilletes en los tobillos.
“Yo ya estoy en la senda, nuevo y sin compañía, / de dos que me ofrecieron, me quedé con la mía; / comparto con quien quiero mi pan, mi luz, mi mano / y el calor de mi suave colchón republicano. / ¿Piden definiciones? Pues yo no me defino / sino por mi conciencia, recta como un Destino (…)
Andrés Eloy Blanco buscó siempre la paz, la armonía y la conciliación, pero eso le costó acusaciones, calumnias y encarcelamientos. Sin embargo, su honda cultura cristiana no le permitía devolver los ataques a sus rivales. Estos versos entresacados del Coloquio bajo el Olivo del “Canto a los Hijos”, son demostrativos del amor y perdón a los enemigos:
“Por mí, ni un odio, hijo mío, / Ni un solo rencor por mí, /no derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí, / ni andar cobrándole al hijo / la cuenta del padre ruin / y no olvidar que las hijas / del que me hiciera sufrir / para ti han de ser sagradas / como las hijas del Cid.”
“Yo ya estoy en la senda, nuevo y sin compañía, / de dos que me ofrecieron, me quedé con la mía; / comparto con quien quiero mi pan, mi luz, mi mano / y el calor de mi suave colchón republicano. / ¿Piden definiciones? Pues yo no me defino / sino por mi conciencia, recta como un Destino (…)
Andrés Eloy Blanco buscó siempre la paz, la armonía y la conciliación, pero eso le costó acusaciones, calumnias y encarcelamientos. Sin embargo, su honda cultura cristiana no le permitía devolver los ataques a sus rivales. Estos versos entresacados del Coloquio bajo el Olivo del “Canto a los Hijos”, son demostrativos del amor y perdón a los enemigos:
“Por mí, ni un odio, hijo mío, / Ni un solo rencor por mí, /no derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí, / ni andar cobrándole al hijo / la cuenta del padre ruin / y no olvidar que las hijas / del que me hiciera sufrir / para ti han de ser sagradas / como las hijas del Cid.”
Admirando ese corazón tan puro, que puso el interés de los demás, por delante del suyo, el poeta chileno de nombre árabe, Mahfud Massis, vio el santo que dormía en el vate venezolano. “Porque este hombre cambió el lecho de la gloria por el suelo frío de un calabozo; dejó de navegar por los mares de la fantasía, para andar por los caminos de su tierra y llegar cubierto de polvo. No hay en la historia venezolana otro hombre que haya entregado todos sus tesoros de bienestar, de inteligencia sin igual y de amor propio, al sacrificio por el amor ajeno.”Cuando Andrés Eloy se dedicó de lleno a la política sus compañeros de aquellos años, ya no fueron los alegres camaradas de farras apureñas, o los académicos madrileños o de La Habana, sino los líderes de un partido político, y su poesía ya no cantó a los reyes, sino a los angelitos negros, para pedir que los dejaran entrar en el cielo:
“Si queda un pintor de cielos, / que haga el cielo de mi tierra, / con los
tonos de mi pueblo, / con su ángel de perla fina, / con su ángel de medio pelo,
/ con sus ángeles catires, / con sus ángeles morenos, / con sus angelitos
blancos, / con sus angelitos indios, / con sus angelitos negros, / que vayan
comiendo mango / por las barriadas del cielo.”
El poema, lo tituló Andrés Eloy “Píntame angelitos negros”, y bien podría considerarse como un
himno en contra de la discriminación racial. Se llevó a la canción como “Angelitos negros” y se hizo muy
conocido a través de un bolero cuya música pertenece al actor y compositor
mexicano Manuel Álvarez “Maciste”. Lo interpretó inicialmente el cantante Pedro
Infante y posteriormente el cubano Antonio Machín. También el dúo uruguayo Los
Olimareños y la cantante norteamericana Roberta Flack hicieron sus particulares
versiones.
A pesar de los años que tiene este bello poema, los
angelitos negros siguen sin proliferar en la iconografía religiosa. Ni el
poema, ni las canciones parecen haber surtido el efecto deseado por su autor.
El aprendizaje de la humanidad es lento, y a lo que se ve, todavía no se ha
producido la concienciación pretendida.
El poema lo escribió Andrés Eloy hacia el final de su
vida en La Habana, y estando en la capital de Cuba, en casa del poeta Nicolás
Guillén, le fue presentado el famoso recitador cubano Luis Carbonell. En la
conversación que sostuvieron, Carbonell manifestó su disgusto a Andrés Eloy por
la versión musical de “Píntame angelitos
negros”. El autor le contestó que a él tampoco le hacía gracia, pero que
aquella canción era lo único que le rentaba ingresos económicos, de manera que
ese dinero él no lo consideraba como derechos de autor, sino una indemnización
por daños y perjuicios:
“Tengo dos hijos tierra, tengo dos hijos cielo, el andar que buscaba para el último paso, las alas que pedía para el último vuelo.”
Fue Andrés Eloy Blanco hombre magro de carnes, de atezada tez y estatura tirando a corta, pero grande porque en su personalidad aunó bondad, sencillez y verdad. Su biógrafo, Alfonso Ramírez escribió que “Si algún día aparece sobre la Tierra otro hombre de su genio, ¡que sea como Andrés Eloy Blanco! Cuando haya persecución, allí está su entereza, para no doblegarse ante nadie; cuando haya miseria, allí está su cooperación con el humilde para sobrellevarla alegremente; cuando el tedio se apodere de las almas, allí están sus anécdotas, para abrir la sonrisa al labio contraído. De alma noble, perdonó las ofensas sin que tuviera que pedir perdón por las que cometiera, por la sencilla razón de que él no ofendió a nadie. Su vida fue una sola honradez.”
“Tengo dos hijos tierra, tengo dos hijos cielo, el andar que buscaba para el último paso, las alas que pedía para el último vuelo.”
Fue Andrés Eloy Blanco hombre magro de carnes, de atezada tez y estatura tirando a corta, pero grande porque en su personalidad aunó bondad, sencillez y verdad. Su biógrafo, Alfonso Ramírez escribió que “Si algún día aparece sobre la Tierra otro hombre de su genio, ¡que sea como Andrés Eloy Blanco! Cuando haya persecución, allí está su entereza, para no doblegarse ante nadie; cuando haya miseria, allí está su cooperación con el humilde para sobrellevarla alegremente; cuando el tedio se apodere de las almas, allí están sus anécdotas, para abrir la sonrisa al labio contraído. De alma noble, perdonó las ofensas sin que tuviera que pedir perdón por las que cometiera, por la sencilla razón de que él no ofendió a nadie. Su vida fue una sola honradez.”
Andrés Eloy Blanco nació en Cumaná, Venezuela, el 6 de agosto de 1896, y murió en un accidente de tráfico en Ciudad de México, México, el 21 de mayo de 1955.
“Me quedo con el hombre sencillamente humano, / con la amistad o el odio en la flor de la mano. / Nunca seré maestro ni valiente de oficio, / pero a mí la justicia me arrastra como un vicio. (…)
¿Soy poeta? No importa. Yo soy un hombre honrado.”
Esto lo escribió hace, más o menos, cien años.
Por favor, ¿me podría decir en qué libro cuenta Andrés Eloy Blanco las peripecias de su hermano médico a bordo del Infanta Isabel? Me interesa lo que pasó en ese barco durante la gripe española. Supongo que en lo que cuenta quizá exagere sobre el papel de su hermano, o su mente literaria y fantaseadora pudo inventar cosas. O tal vez no. Gracias por zu trabajo. Y muy agradecido de antemano.
ResponderEliminarCreo que ese relato está en el libro escrito por Alfonso Ramírez, Biografía de Andrés Eloy Blanco. Saludos cordiales
EliminarMuchas gracias.
EliminarEntre las cosas hermosas que se han escrito sobre AEB esta síntesis lo hace brillar en su verdadera intensidad. La palabra precisa y la ubicación exacta hacen que me haya deleitado tanto su lectura. Por lo demás endoso la veracidad de lo allí escrito.. Al fin, es mi padre
ResponderEliminarL. F.BLANCO
Enorme satisfación por su comentario. Conocí en Tovar al intelectual Alfonso Ramírez "El Polaco" que me regaló el libro biográfico de Andrés Eloy Blanco. y desde su interesante lectura me hice partidario del prócer venezolano. Enhorabuena por su excelsa estirpe. Saludos cordiales. Juan Lamarca (Administrador del blog)
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