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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 20 de abril de 2020

El Virus Chino y la servidumbre voluntaria / por Javier Ruiz Portella


 ...la peor de todas las sumisiones. La de "los esclavos felices de la libertad", como los he llamado yo. La servidumbre que no es obra ni de armas ni de fuerza; la que destila en almas y corazones sus ponzoñas y engaños. En particular, el más sutil de todos y, por ello mismo, el más exitoso: el que les hace creer a los siervos que son libres, autónomos e iguales.

El Virus Chino y la servidumbre voluntaria

Javier Ruiz Portella 
El Manifiesto, 20 de abril de 2020
¡Imbéciles! Imbéciles todos los que esperábamos —yo el primero— que el Virus Chino (¿por qué diablos nadie se atreve a llamarlo por su nombre?) pudiera representar el gran revulsivo que hiciese despertar de su letargo a nuestro pueblo. Ingenuos, imbéciles de nosotros que nos decíamos que nos encontramos en una situación extrema, en una situación límite que nadie había conocido nunca, que nadie había podido siquiera imaginar. Sólo quienes vivieron la Guerra Civil (suponiendo que el Virus haya dejado alguno en vida) conocieron algo parecido —y que fue, desde luego, peor, más grave aún.

De modo que, sin atrevernos a decirlo demasiado alto, añadíamos llenos de candor: es en momentos parecidos —o después de ellos— cuando, tensándose al máximo la cuerda, puede acabar rompiéndose la soga con que tienen atada y engañada a la gente;

Es en ese tipo de situaciones límite cuando un pueblo aborregado puede por fin despertar.

Ha sucedido varias veces, tanto en nuestra historia como en la de otros pueblos. En la nuestra, por ejemplo, sucedió aquel Dos de Mayo de 1808 en las calles de Madrid y de España entera más tarde. O hace poco y a una escala incomparablemente menor, sucedió aquel Ocho de Octubre de 2017 en las calles de Barcelona y en los balcones de España entera más tarde.

En una situación extrema pueden suceder tales cosas... O no. Porque no parece, la verdad, que vayan a suceder mañana, que es de lo único de lo que se trata. Nadie ha imaginado un solo instante que, rompiendo el confinamiento, la gente fuera a sublevarse, a lanzarse a la calle y, en medio de la epidemia, arremetiera contra un Gobierno que ya lleva sobre sus espaldas 20.000 muertos… oficiales. Obsesionados como están en no alarmar a su clientela electoral, sólo cuentan los muertos que, fallecidos en un hospital, han sido debidamente testados, de modo que esos 20.000 cadáveres fácilmente serán 40 o 50.000 el día en que se les sumen los de quienes han muerto con síntomas evidentes del virus, pero sin que se les haya hecho un test que no sirve para nada: sólo para intentar escamotear las cifras.

La cuestión no es cómo el pueblo español vaya a reaccionar hoy. La cuestión es cómo vaya a hacerlo mañana. Y para eso, este fin de semana se ha dispuesto por primera vez  de indicios tangibles. Nos dicen éstos que, después de que el Gobierno no prohibiera de inmediato todos los vuelos procedentes de China primero y de Italia después (¡ah, el turismo, el turismo!...); después de que el mismo Gobierno tardara unos quince días en tomar medidas urgentes de confinamiento; después de que hiciera caso omiso de las advertencias de la OMS que, aun siendo la OMS, pedía que se acaparase material sanitario y se prohibieran reuniones masivas; después de que el mismo Gobierno reuniera, entre Madrid y otras ciudades, a unas 200.000 feministas que, junto con los feministos, volvieron solas, borrachas e infectadas a casa; después de que este mismo Gobierno siga a día de hoy sin tener tests, mascarillas, guantes y geles en cantidad suficiente para la población; después de que hayan mentido como bellacos manipulando las cifras de nuestros muertos; después de que, cayendo en el esperpento, se hicieran engañar como chinos por proveedores de dicho país... a los que volvieron, acto seguido, a comprar nuevas partidas; después, en suma, de haber conseguido hacer de España el país del mundo que tiene el más alto número de muertos por millón de habitantes; después, con otras palabras, de haberse convertido en el Gobierno que, en todo el mundo, peor gestiona la pandemia; después de todo eso, ¿creen ustedes que el pueblo español le ha retirado a esa gente una parte, la que sea, de su apoyo, pero una parte, por Dios, una parte al menos? No, no se la ha retirado. Peor: ha aumentado en casi un 4 por ciento el número de quienes los votarían en unas elecciones.

Según una encuesta que este domingo publicaba el periódico El Mundo, en caso de nuevas elecciones no sólo no disminuiría el número de votantes socialistas, sino que se incrementaría en un 3,7 por ciento. El Partido Popular (ese partido que no es responsable, por supuesto, del caos nacional ante la epidemia, pero sí del Sistema que durante cuarenta años ha acabado llevando a ese caos) vería, por su parte, aumentar sus electores en un 4,6 por ciento. 

Las viejas fuerzas políticas de toda la vida..., de toda una vida dedicada a joderos, ¡imbéciles!

Cuando dentro de varios meses (¿doce, por lo que parece?) se dé por concluida la epidemia; cuando sólo suframos entonces las miserias propias de lo que se augura como un crack peor que el de 1929; cuando quizá en aquel momento las actuales gallinas estén tan jodidas que ya no tengan miedo de embarcarse en lo que ahora les parecen riesgos y aventuras políticas altamente inquietantes; cuando dejen por ello de aferrarse tal vez a las viejas fuerzas políticas de toda la vida..., de toda una vida dedicada a joderos, ¡imbéciles!; entonces, cuando tales cosas sucedan, es posible que los datos actuales cambien incluso sustancialmente. O no...

En cualquier caso, ¿pueden cambiar tanto como para que las gallinas se conviertan en el toro bravo que arremeta contra todo lo que hay que arremeter? ¿Pueden cambiar tanto como para que lo fofo y lo blandengue dejen de ser el signo de los tiempos? (Sólo para los sanitarios no lo es, sólo para esa gente que se juega valerosamente la vida.) ¿Pueden, en una palabra, cambiar tanto las cosas como para que nuestros hombres-masa —sean ricos o pobres, poderosos o miserables— dejen de mecerse en los engaños de lo que Étienne de la Boétie, el amigo de Montaigne, llamaba “la servidumbre voluntaria”?


La servidumbre voluntaria: la peor de todas las sumisiones. La de "los esclavos felices de la libertad", como los he llamado yo. La servidumbre que no es obra ni de armas ni de fuerza; la que destila en almas y corazones sus ponzoñas y engaños. En particular, el más sutil de todos y, por ello mismo, el más exitoso: el que les hace creer a los siervos que son libres, autónomos e iguales.


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