la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 16 de junio de 2025

Carta a Victorino Martín Andrés. En esta decadencia terminal, las fieras de la A coronada se despeñan por el festival del toro-artista y orejero. Márquez & Moore



JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

Sr. D. Victorino Martín Andrés

Valle de Josafat s/n

Madrid, 15 de junio de 2025

Estimado Victorino:

No estoy convencido de que la corrida de toros que ha lidiado hoy tu hijo en Madrid hubiera sido de tu gusto. Seguramente, con tu alegre socarronería, habrías salido en defensa de lo tuyo, como otras veces has hecho, pero creo que hay algo en tus toros que se va perdiendo, a medida que el tiempo se va pasando desde el día de tu desaparición física. Creo, Victorino, que tu fama bien merecida se basó en la dureza de tu ganado, en poner una prueba de fuego a quien tuviera los redaños de enfrentarse a él, y sobre esa premisa fundamental se construyó una leyenda que aún hoy día perdura. Bien es verdad que entre tantas y tantas coles de vez en cuando aparecía una lechuga, un toro de esos que, como tú decías, «hacen el avión», pero para llegar a la escalerilla de embarque de ese avión había que haber superado miedos, incertidumbres y desasosiegos de mucho calado. Si hablamos de tus toros, de los que te hicieron el favorito de Madrid, estamos hablando del máximo respeto por ese animal, por orientar su crianza desde la firmeza en sostener que tus toros no eran material artístico con el que se cincelan obras, que tus toros no eran el «pobre toro» que es un acompañante necesario para que un tío enseñe sus chulanguerías, sino un problema, a veces de difícil solución, y sobre todo una declarada apuesta por la autenticidad del toro de lidia que impone la seriedad de su presencia en la Plaza, que se desenvuelve ante la lidia con fiereza e inteligencia, que exige a los toreros respeto, oficio y recursos. Hace unos días se vivió en Madrid una gran fiesta del torerismo, con una triunfal tarde en la que hubo de todo… menos toro, y ese es el sitio donde no querríamos ver nunca a tu ganadería, porque lo que deseamos cuando se anuncian tus albaserradas es, en primer lugar, disfrutar del toro.

Ahora, a los siete años y pico de tu defunción, hoy apenas hemos encontrado en la corrida que se lidió a tu nombre los rasgos que hicieron sobresaliente tu torada. Me refiero a los rasgos de agresividad, celo, casta, fiereza e inteligencia, porque lo que se ha lidiado hoy en Las Ventas a tu nombre ha presentado rasgos de nobleza, colaboracionismo y ausencia de dificultad, que no es lo que venimos buscando cuando en Madrid se anuncia una corrida herrada con la A coronada. Y también ha habido su dosis de sosería, y donde antes había una alimaña hoy había un pedazo de soso y, además, de una indeseable falta de fuerzas, si tomamos en conjunto el encierro. Bien es verdad que el sexto, Milhijas, número 104, ha llevado a las gentes al paroxismo, pero justamente por lo menos «Victorino» de su carácter, justamente por ser una constante e incesante máquina de embestir, de embestir a la muleta y de repetir las embestidas, de no exigir a su matador ni poder, ni colocación, simplemente embestir por embestir. Y en un arranque de acaloramiento le han dado al toro la vuelta al ruedo, porque fue óptimo para la muleta. Bueno, esos mismos acaloramientos ocurrieron también con el tal Cobradiezmos de Sevilla, unos meses antes de que nos dejaras, que a Ése le indultaron sin haber sido prácticamente picado, vete a saber por qué.

Me llama la atención otra cosa del comportamiento de tus toros, que es el cambio que han pegado durante la lidia algunos de ellos. Por ejemplo el primero, Portero, número 4, que comenzó su vida pública creando las dificultades que uno se espera de un toro de Victorino y después desarrolló una embestida menos molesta y más entregada, especialmente en sus acometidas por el pitón izquierdo. O el quinto, Milhebras, número 40, acaso el de más casta de los que hemos visto esta tarde, que si se le llevaba toreado y sometido se aguantaba las ganas de mirar y de coger y regalaba una embestida vibrante y vigorosa. A cambio el tercero, Bohonero, número 60, cayó demasiadas veces al suelo, unas como trastabillado, otras de no poder con su peso, y era una penita ver al animal en esas condiciones, que si eso te lo echa uno del Parralejo ya sabes que esas caídas van incluidas en el precio de la entrada, pero que en lo tuyo causa bastante decepción.

Trajeron a matar tu ganado a Paco Ureña, a Emilio de Justo y a Borja Jiménez. Figurate qué ruina si la del 82 la llegan a matar estos tres en vez de Ruiz Miguel, Esplá y Palomar. Es que ni cabe en la mente la posibilidad de imaginarse a estos tres de hoy con aquel vendaval de casta y de bravura, aquella corrida que tanta afición creó y que se remató con aquel final apoteósico con los tres a hombros y tú con ellos. Pues hoy, no se sabe a cuenta de qué, han cogido a hombros a tu hijo y le han dado la vuelta al ruedo, transformando un poco más si cabe a nuestra querida Plaza de Las Ventas, que tanto te debe a ti y a la que tú tanto debes, en un coso de pueblo, en la Primera Plaza de Toros de Pueblo del Mundo, perdida por completo la seriedad y el decoro, con un ambiente de fiestas patronales totalmente fuera de lugar.

De los toreros poco hay que decir. Ureña no es la sombra del que fue y ya lo ha demostrado de sobra en la pasada Feria de San Isidro. Parece que su cabeza no esté en el toro y, desde luego, no se enteró bien de las condiciones que le brindó su primero por el pitón izquierdo, al que le armó una faena de altibajos, con más bajos que altos. Su segundo fue Muchachero, número 75, que era un rato alto y entre eso y lo mal que le picaron no bajaba la cara ni dándole con una maza. Si a eso añadimos la sosería del toro y lo desconfiado del matador, lo que sale no es como para escribir un poema épico. Se fue Ureña sin dejar huella de su paso, aunque su pasado le hace mantener cierto cartel en Madrid.

Emilio de Justo goza de amplias simpatías en la Plaza, que se muestra amable y tolerante con él. Ya sabes cómo es, a veces, de arbitraria esta Plaza que tan bien conoces, y a Emilio se le perdona todo, hasta esos berreos que mete al toro cada vez que le cita, que parece que se le va a salir el alma por la boca. Digo yo que lo mismo esos bramidos del torero pueden llegar a intimidar al toro, que oye esos gruñidos y regurgitaciones y se queda desconcertado. Algo será ello, pero esos gritos son más propios de unos albañiles en una obra que de un torero. A su primero, Garduño, número 89, le anduvo pajareando sin fiarse de él y pareció que podía llegar a algo con él a base de derechazos, pero el toro se orientaba y, como dicen ahora, «no le dejaba estar». Su segundo, Milhebras, número 40, fue un toro con un comportamiento muy en «Victorino»: mirón, exigente y serio. Demandaba firmeza y mando y no tuvo eso, por lo que la faena se fue convirtiendo en un desacuerdo que se acrecentó cuando De Justo decidió no continuar por el pitón izquierdo, donde el toro se movía mejor, y se echa la muleta a la derecha, con lo que el recuerdo de algún natural que había dejado se desvaneció. Da la impresión de que el toro le ganó la partida. Gran estocada de Emilio de Justo, que creo es lo mejor de la tarde.

Y luego vino Borja Jiménez, que cada vez se nos va cayendo del pódium un poquito más. Le tocó el sexto, el de la vuelta al ruedo, y en vez de utilizar esas embestidas para formar el taco a base de torear se ha dedicado a dar pases y más pases, completamente ventajista y sin el más leve asomo de gracia toreadora, en un monumento al toreo de noria que ha arrastrado a las masas. Un inicio de mucha inspiración y gran torería y un final también muy torero llevando al toro a dos manos, rodilla en tierra, junto con algún natural de buen tono es el conjunto positivo de una actuación que ha sido un jarro de agua fría para los que pensábamos en las posibilidades de Borja Jiménez como torero de culto. Hoy ha sido uno más, desaprovechando la ocasión única de haber firmado una gran faena, a cambio de haber abandonado su ventajismo y su patente descolocación. Con lo que hizo en su primero, no te mareo, que no merece la pena.

Bueno, amigo, recibe desde aquí un cordial saludo de tu seguidor y partidario, que ya sabes de sobra cómo se te aprecia por las grandes tardes que nos has dado.

JRM.


Torero y ganadero orejeros



Velador, 1982

ANDREW MOORE


















FIN

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