
24 de junio de 1526 es la fecha documentada en que por primera vez se menciona una corrida de toros en la ciudad de México (Cartas de Relación de H. Cortés). A cinco siglos de distancia, una breve reflexión como la que adjunto podría ayudarnos a repensar el valor d ela tauromaquia como patrimonio cultural de México, pero siempre desde un punto de vista autocrítico, única forma de entender los porqués de la situación que afecta a la fiesta de toros en nuestro país.
La pregunta que nadie quiere formular
Horacio Reiba "Alcalino"
Cinco siglos son un viaje muy largo. ¿Cuánto tiempo resistirán el auge del futbol, las telenovelas, la sala cinematográfica, la ópera, los Juegos Olímpicos… ? Imposible predecirlo. Y los toros, en México, han resistido en vigencia 499 años… La etapa colonial, la Independencia, la Reforma, la Revolución. Desde el bárbaro alanceamiento de docenas de reses en las plazas públicas hasta las temporadas grandes con derecho de apartado y cámaras de televisión. Y desde los bichos de casta navarra que llegaron a Atenco antes de que mediara el siglo XVI hasta el actual post toro de lidia mexicano, favorito de los ases foráneos y responsable de la decadente languidez de la tauromaquia en el país de América en que mayor y mejor acogida tuvo.
Salvar la cultura propia
Cinco centurias, un proceso de evolución tan intenso y apasionante como ningún otro, la reiteración viva de una catarsis social que no tuvo que pasar por el teatro clásico porque contenía la tragedia misma en su actualización de cada domingo. Todo eso y más –héroes y mártires, amor al toro-totem; gestas, vergüenzas y desvergüenzas inevitables; degustación a fondo de una de las artes más peculiares que ha concebido el ser humano-- a punto de perderse en el vacío. Y nosotros culpando al gobierno en nombre de la libertad –la palabra más devaluada de la época--, en vez de atenernos al peso específico del toreo como cultura popular, cultura prototípica, ofendida por la ignorancia ciega y el supremacismo moral en boga.
La pregunta clave
¿Qué hemos hecho para llegar al actual estado de cosas, sometidos a un entorno dispuesto a expulsar para siempre a la tauromaquia? Esa tendría que ser la pregunta y no parece que el taurinismo esté dispuesto a planteársela. Es más fácil atribuir el desastre a causas externas: los cambios operados en la mentalidad social, los animalistas fanáticos, los políticos demagógicos, la multiplicación y competencia de ofertas de entretenimiento novedosas, la presión de las redes sociales sobre nuevas y viejas generaciones…
Una pregunta necesaria que seguramente desataría muchas otras, de ahí su impopularidad, de ahí la renuencia a reconocerla y plantearla de una vez por todas. Mejor no tocar la caja de Pandora. Que nuestros berrinches se den en corto, copa o cerveza de por medio, donde resulte sencillo desahogar furias y lamentos. Donde no haya que hurgar en el fondo de la cultura taurina, la colectiva y la individual, ambas rotundamente a la baja hasta el punto de privarnos de la capacidad de debatir y defender un bien patrimonial cargado de elementos válidos que nos permitirían ganar la discusión y exhibir la poquedad de los argumentos en contra.
Porque, bien mirada, la oposición de los antis está basada en unas cuantas salmodias, repetidas hasta el cansancio: la tortura no es arte ni es cultura; civilización contra barbarie; el maltrato de seres sintientes debe desaparecer; los animales también tienen derechos. Un simple subrayado a las palabras barbarie, tortura, sintiencia y derechos bastaría para comprometer la necia recurrencia a tales slogans. Sin olvidar ese otro despropósito que ubica en la defensa del medio ambiente la embestida contra las corridas de toros. Y que constituyendo un absurdo superlativo apenas es tocado, tímidamente, por los que se dicen –nos decimos-- defensores apasionados de la tauromaquia.
Pero que no hemos sido capaces de descubrirlo y menos aún de desnudar las falacias ocultas detrás de la belicosidad taurofóbica. Ni de denunciar los virus de censura pura y dura que la mueven. Y así nos va.
¿Cuándo, por fin, nos atreveremos a formularla?
Y, claro está, a abrirnos a la autocrítica con la actitud valiente, inteligente y culturalmente bien informada que merece un tema que sólo puede parecerles intrascendente a los espíritus mediocres. Ésos que sobrellevaron contentos la abundancia táurica pero ahora son (¿somos?) incapaces de reaccionar ante el avasallamiento anglosajón de nuestro mundo, de nuestra casa y de nuestra historia.

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