
Reemplazos para la División Azul. Voluntarios españoles marchan hacia sus destinos.
'..Los jóvenes de la División Azul, en Rusia, y los exiliados republicanos, en México, se acordaban de los toros exactamente por la misma razón: porque sentían nostalgia de España. Algunos, hoy en día, no entienden de qué va esto..'
La nostalgia compartida de la División azul y los exiliados republicanos por la Fiesta de los toros
Todo eso desembocó en la organización de un festejo taurino que tuvo lugar –por extraño que nos pueda parecer– en plena estepa rusa
Andrés Amorós
Desde octubre de 1941, un grupo de españoles –muchos de ellos, con formación universitaria– soportaban con resignación el frío terrible de la estepa rusa. Gastaban bromas: no es ése el mejor sitio para poner un puesto de horchata; ¡si pudieran conseguir un abanico!...
Para mantener el ánimo del grupo, alguien decidió publicar un pequeño periódico. Al comienzo, era una simple Hoja; luego, mantuvo ese título pero fue creciendo, hasta las seis páginas. Llegaron a publicarse 108 números. La redacción estuvo en Tallín (Estonia) y en Riga (Letonia). No sólo se leía allí: también se enviaban los números a España, a sus familiares.
La llamada Hoja comprendía varias secciones: informaciones prácticas, algo de ideología y actividades de ocio. Estas últimas fueron aumentando: chistes, tiras cómicas, viñetas, crucigramas, jeroglíficos, concursos (el premio solía ser una botella de coñac: algo tan útil, con ese clima). En los artículos humorísticos, se inventaban personajes cercanos a los lectores: Serafín, Rosquilla, Vitamina… No faltaba una sección ilustrada con una fotografía: «Chicas guapas».
Cada vez fueron cobrando mayor importancia dos secciones, dedicadas a las grandes aficiones de aquellos jóvenes: los deportes y los toros.
En deportes, la Hoja informó de los campeonatos de fútbol españolas: en 1942, el Campeón de Liga fue el Valencia; el de la Copa del Generalísimo, el Barcelona. Al año siguiente, el ganador de las dos competiciones fue el Atlético de Bilbao. Julián Berrendero ganó la Vuelta ciclista a España. También se dedicaban reportajes a grandes figuras; el ciclista Cañardó, el portero Ricardo Zamora… Y los jóvenes españoles no sólo leían todo esto sino que organizaban, allí mismo, equipos y partidos de fútbol.
Muchos de aquellos jóvenes eran aficionados a los toros: la Hoja prestaba al tema suficiente atención. Daba noticia de las actuaciones de las grandes figuras: Manolete, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida, Pepe Luis Vázquez, Manolo Martín Vázquez, Pepe Amorós (que había formado parte de la tertulia de García Lorca), Ángel Luis Bienvenida, el joven Gallito… Se comentaban algunas noticias: la retirada de Marcial Lalanda, la alternativa de Manolo Escudero.
Humorísticamente, un ficticio aficionado a los toros, «Banderilla», creado por el dibujante Tilu (al que luego conocí como colaborador del Dígame de K-Hito y de La Codorniz) se lamentaba por el escaso éxito de las corridas de Fallas. También se aclaraba el origen de alguna expresión taurina, que ha llegado hasta hoy; por ejemplo, «quedar como Cagancho en Almagro».
Todo eso desembocó en la organización de un festejo taurino, que tuvo lugar –por extraño que nos pueda parecer– en plena estepa rusa. Así lo cuenta la Hoja:
«Con gran concurrencia, permiso de la autoridad, toreros, toros y demás cosas necesarias, se celebró una corrida bufa… Podemos afirmar que ésta es la primera ‘fiesta seria’ que se ha hecho en Rusia hasta hoy. Ojo, pues, revisteros de toros de España, para que lo tengáis en cuenta en vuestros calendarios».
Para dar realce a este espectáculo, hacían falta bellas señoritas… que no había. Recurrieron entonces los jóvenes al mismo truco que hemos visto en la gran película Stalag 17, de Billy Wilder:
«A los acordes de una charanga, que tocaba un desafinado pasodoble, recorrieron el pueblo las cuadrillas y la presidencia de la fiesta, compuesta de bellas y distinguidas señoritas, ataviadas con mantillas y gafas negras, y que resultaron ser no señoritas, como en un principio parecieron, sino tíos con toda la barba…».
Debió de ser un ambiente muy cercano a lo que retratará luego Luis García Berlanga (que formaba parte de ese grupo de españoles), en su película La vaquilla.
Todo lo que he contado es pura verdad histórica, lo he tomado del reciente libro La División Azul desde la Hoja de Campaña (ed. Arzalia), de Javier Fernández. Hasta en Rusia conservaban aquellos jóvenes españoles su pasión por los toros.
¿Se puede atribuir eso a su ideología? ¡En absoluto! Exactamente lo mismo les sucedía, por ejemplo, a los exiliados republicanos, en México. Para ellos, Manolete fue un auténtico ídolo.
A Indalecio Prieto, amigo del torero, se le atribuye esta frase: «Desde Hernán Cortés, Manolete ha sido el único que ha hecho algo importante, en México».
Podría mencionar muchos ejemplos de esa pasión taurina de los exiliados republicanos. Voy a citar solamente a dos, Pedro Garfias y Max Aub.
Garfias había nacido en Salamanca, en 1901, y murió en Monterrey, en 1967. Literariamente, procedía del mundo de las vanguardias, del ultraísmo. Fue comunista, comisario político, uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En el exilio mexicano, mantuvo su pasión por los toros.
José María Barrera ha publicado sus Poesías y prosas taurinas: dieciséis poemas y cuarenta y tres prosas (comentarios radiofónicos, que hacía, «al alimón», con un periodista mexicano). La mayoría de los poemas taurinos los escribió Garfias al final de su vida, viendo la corrida como un símbolo metafísico y existencial.
Hace poco, al comentar mi libro Las cien mejores poesías taurinas, Gonzalo Santonja ha propuesto añadir una, muy breve –sólo seis versos–, de Pedro Garfias, dedicada a Manolete:
«Manolete se parecía
a un viento volando bajo.
Se parecía
a un cuento nunca acabado.
Se parecía
a un Dios que hablase despacio».
Hace algunos años, publiqué yo varios testimonios inequívocos de la defensa de los toros que hizo Max Aub, uno de los símbolos del exilio republicano en México.
Con el pretexto de recoger información para un libro sobre Luis Buñuel, volvió Max Aub a España el 23 de agosto de 1969 y se quedó aquí hasta el 4 de noviembre. Entonces lo conocí yo personalmente, con Paco Ayala y en la tertulia de la revista Ínsula. Recoge sus impresiones de ese viaje en un libro dramático, La gallina ciega (Diario español). ¿Por qué lo he calificado así? Porque su experiencia del retorno, como la de otros exiliados, fue dolorosa: la España que llevaban en el corazón ya no existía.
A los toros le llevó su amigo Domingo Dominguín. Le brindó un novillo el joven francés Roberto Piles, de 17 años. (Hace poco publiqué una conversación con él, en El Debate). Apostilla Max:
«En la Rusia de los zares no había corridas de toros y sí con los Felipes, aquí, porque había toros de lidia y allí, no. Que el pueblo tenga derecho a las mismas diversiones que la nobleza, no hay duda. Y, ¿por qué ha de ser peor el toreo que la caza?»
Después de presenciar una corrida en la Plaza madrileña de Vista Alegre, escribe Max Aub:
«No se aburre uno un segundo, son toros para lidiar y los lidian. No es la presencia de la muerte. Es el juego, el arte, la sabiduría, la inteligencia, la fuerza… Entran en juego el valor y la habilidad. ¿Qué más se puede pedir?»
Concluye Max Aub, terciando con ironía en la vieja polémica:
«¿Espectáculo de países subdesarrollados? Aceptemos que Sevilla sea un poblado inculto, sin historia, sin cultura, por español: ¿también Nimes o Arles?... Los varones de corazón sensible que piden que desaparezcan las corridas de toros no saben de lo que están hablando. Que no les guste el espectáculo no prueba más que una falta de su inteligencia, de una parte de su cerebro. No me gustan las matemáticas –no las entiendo–, no por eso pido que supriman su enseñanza».
Igual que Pedro Garfias, Max Aub fue republicano, antifranquista, exiliado y apasionado por los toros. Si los dos hubieran conocido a un ministro de Cultura como Urtasun, ¿qué hubieran escrito?
Hemos visto a unos españoles de derechas que, en medio de la estepa rusa, querían enterarse de lo que estaba pasando en la temporada taurina española y que organizaron allí mismo un espectáculo taurino humorístico. Hemos visto también a dos escritores de izquierdas que, desde su exilio mexicano, seguían soñando con las corridas de toros.
¿Qué quiere decir todo esto? Algo muy sencillo, absolutamente indiscutible: las corridas de toros –como cualquier arte– no son de izquierdas ni de derechas. El que siga sin enterarse de esto, no tiene remedio.
Los jóvenes de la División Azul, en Rusia, y los exiliados republicanos, en México, se acordaban de los toros exactamente por la misma razón: porque sentían nostalgia de España. Algunos, hoy en día, no entienden de qué va esto.
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