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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 12 de noviembre de 2025

El púlpito enmudecido: la jerarquía católica española se pliega al sanchismo y renuncia a ser voz moral

El presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello (a la derecha), con su vicepresidente, José Cobo.

'..Hoy, más que nunca, España necesita una Iglesia que hable con claridad. No desde el resentimiento ni desde la nostalgia, sino desde la convicción de que el silencio cómplice ante el mal es una forma de mentira..''

El púlpito enmudecido: la jerarquía católica española se pliega al sanchismo y renuncia a ser voz moral

AD.- Hay silencios que resuenan más que mil discursos. Entre ellos, el de una Conferencia Episcopal que, llamada a ser conciencia y guía espiritual de la nación, parece hoy conformarse con la discreción cómoda del poder. Donde antes se erguía una voz profética capaz de incomodar al César, hoy se percibe una prudencia que roza la claudicación. La Iglesia —no como edificio ni jerarquía, sino como institución moral— corre el riesgo de confundir la caridad con la conveniencia, el diálogo con la rendición, la humildad con el olvido de su propia misión.

Durante siglos, la autoridad moral de la Iglesia fue el contrapeso de los excesos del poder temporal. No porque aspirara a dominarlo, sino porque recordaba que toda ley humana debe someterse a una ley más alta, inscrita en la conciencia. Esa función no era política, sino civilizatoria: ser la memoria del bien, la advertencia ante la deriva de las ideologías, el refugio de una verdad que no depende del aplauso ni de la coyuntura.

Pero cuando la Iglesia calla ante los escándalos que erosionan los fundamentos morales de la sociedad, cuando su palabra se disuelve en el lenguaje de la corrección política, algo más que su influencia se desvanece: se apaga su alma profética. No se le pide que gobierne, sino que alce la voz frente a quienes ejercen el poder con desprecio a las normas colonizando las instituciones; no que se someta, sino que recuerde. La tibieza que busca agradar al poder se convierte pronto en servidumbre. Y una Iglesia que se acomoda al discurso dominante deja de ser levadura y pasa a ser adorno.

No hay neutralidad posible cuando lo que está en juego es la verdad del ser humano. El Evangelio no fue escrito para la comodidad del mundo, sino para su conversión. Por eso, cada vez que la Iglesia española renuncia a pronunciarse sobre las heridas morales de nuestro tiempo —ya sea por temor a la crítica, por cálculo institucional o por la falsa ilusión de conservar influencia— se aleja de su deber más alto: ser testigo de una verdad que trasciende las ideologías.

El poder político, en cualquier época, busca legitimidad moral. Y es precisamente ahí donde la Iglesia debe mantenerse libre. Cuando su palabra se diluye en comunicados ambiguos o en silencios que suenan a aprobación, se convierte en cómplice involuntaria de aquello que debería examinar con la luz de la conciencia. No se trata de confrontar por sistema, sino de custodiar la independencia espiritual sin la cual su voz deja de ser guía y pasa a ser eco.

La Iglesia no está llamada a ser oposición ni aliada de nadie: su misión es más alta. Pero para cumplirla, necesita recordar que la verdadera prudencia no es la que evita el conflicto, sino la que se atreve a decir la verdad con firmeza. El que calla ante la injusticia por temor a perder privilegios acaba perdiendo también el respeto de los fieles y la autoridad moral que pretendía conservar.

Hoy, más que nunca, España necesita una Iglesia que hable con claridad. No desde el resentimiento ni desde la nostalgia, sino desde la convicción de que el silencio cómplice ante el mal es una forma de mentira. La historia demuestra que las épocas de mayor grandeza eclesial no fueron aquellas en las que la Iglesia pactó con el poder, sino aquellas en las que se atrevió a desafiarlo por fidelidad a la verdad.

Si la Iglesia calla, otros ocuparán su lugar con voces vacías pero más audaces. Y entonces no solo se habrá perdido una institución: se habrá debilitado la conciencia moral de un pueblo entero. Recuperar esa voz no es una cuestión política, sino espiritual; no es un gesto de rebeldía, sino de fidelidad. Porque cuando la Iglesia renuncia a ser luz, deja al mundo en tinieblas. Y no hay pacto ni estrategia que pueda justificar semejante pérdida.

1 comentario:

  1. Obispos renegados al servicio de Satanás. Con él se reunirán en el averno. la madre que los parió....

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