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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 14 de noviembre de 2025

El toreo y la tortura / por José Carlos Arévalo


'..¿Se acusa al toreo de ser una tortura? Se acusaba. Hasta los autores del eslogan “La tauromaquia es tortura” lo han corregido. Ahora dicen “La tauromaquia no es mi cultura”. Bueno, poquito a poco, quién sabe… El antitaurinismo se cura leyendo..'

EN CORTO Y POR DERECHO
El toreo y la tortura

Por José Carlos Arévalo
1. Al margen del fanatismo religioso o político, no creo que en la vida civil la tortura haya tenido espectadores. Todo lo más tuvo, y por desgracia tiene, cómplices.

La tortura es una acción punitiva, física y también psíquica, que su ejecutor lleva a cabo con total impunidad y que su víctima, humana o animal, sufre en absoluto estado de indefensión. Parece ser que su ejecución puede provocar placer a quien la lleva a cabo y a los cómplices que la contemplan. ¿Cómo calificar semejante acto y sentimiento? De una sola manera: antihumano, nauseabundo. Y punto, no ha lugar a disquisición alguna.

Pues bien, los antitaurinos acusan a la lidia de ser una tortura, al torero de torturador y asesino, pero de los espectadores de esa presunta infamia no dicen nada porque son millones y no les conviene que se enfade tanta gente. Piensan que su no explícita acusación de cómplices se sobrentiende.

2. Por su parte, los espectadores de la corrida se extrañan de que a tal acusación no la precedan los argumentos que deberían justificarla. Saben que toda condena se deriva de un juicio previo sin el cual cualquier sentencia es intolerable, contraria a la ética. Y concluyen que sus acusadores sentencian lo que desconocen, conducta reprobable y lamentablemente muy común, pues la mayoría de los enemigos de la corrida no la conocen. En consecuencia, no está demás exponer los argumentos del aficionado. Son convincentes. Demuestran que la lidia de un toro no es una tortura sino todo lo contrario.

3. Según los supuestos del antitaurino animalista, en la lidia hay un torturador (el torero) y un torturado (el toro). De ser así, piensa el aficionado, se diría que ambos actores intercambian sus papeles, porque el toro (la víctima), desde que sale al ruedo es un incansable productor de violencia y el torero (el verdugo), su absoluto receptor. No hay una sola suerte, desde el principio al fin de la lidia, en la que para llevarla a cabo el torero no asuma el ataque del toro y se juegue el tipo. Basta esta realidad irrefutable para concluir que la lidia es exactamente lo contrario a un acto de tortura. Incontestable: La víctima es el ejecutor de la violencia y el verdugo, su receptor. Paradójico, pero cierto.

No obstante, el antitaurino reafirma su acusación alegando que si en efecto la lidia no es una tortura, no se puede negar que sea un acto doloroso para el toro, porque antes de salir al ruedo se le clava una divisa, y, ya en la arena, se le aplican uno o varios puyazos, se le banderillea, se le mata con una espada y, eventualmente, se le remata con un descabello o una puntilla. Este alegato sería irrefutable si no fuera porque, como afirma el dicho, muchas veces las apariencias engañan. Y en el caso de la lidia del toro, engañan totalmente.

4. En el toreo hay dos clases de útiles. En principio, unos defensivos y otros ofensivos. Los primeros son la capa y la muleta, dos trebejos o engaños de tela que sirven para burlar la embestida del toro. Sin embargo, es preciso matizar que le obligan a curvar su recta y violenta embestida y le producen fatiga, o le hacen embestir humillado constriñendo su respiración, lo que le somete y atempera su agresividad. Por lo visto, semejante castigo ya merece la condena animalista, pero se la callan (algunos), del mismo modo que condenan con la boca pequeña las carreras de caballos porque al correr se cansan.

Los llamados útiles ofensivos son el centro de su diana, dado que la divisa, la puya, la banderilla y la espada se clavan en el toro. No aceptan la opinión del aficionado cuando afirma que el toro bravo no se duele al castigo. Aunque tal afirmación tiene consistencia, pues una vez inferidos el toro continúa embistiendo. ¿Por qué lo hace? Por supuesto, no para defender su honor, a su familia u otros intereses. El aficionado piensa que el toro, como todo animal, no lucha por razones sino por instinto y huye si se duele en la pelea. Y si persiste en su ataque es porque dichas heridas no le duelen. Por ejemplo, cuando en el siglo XIX y a principios del XX se organizaron peleas de toros con tigres y leones, sobre todo en Francia y en México, se dio el hecho elocuente de que siempre vencía el toro, indiferente al mordisco y al desgarre, mientras que el tigre y el león terminaban huyendo, afligidos en un rincón, incapaces de soportar las cornadas. ¿Es concluyente este ejemplo o el más evidente de la persistencia de los ataques (embestidas) del toro tras los tercios de varas y de banderillas? Para el aficionado se trata de una probatura empírica. Para el antitaurino animalista, no. Pero no dice por qué. 

5. A todo esto, obviamente en España y Portugal, países de los que es originario el toro de lidia, ha intervenido la ciencia. No para debatir nada, tan solo para entender por qué el toro embiste hasta la muerte. Y tras descubrir su singularidad fisiológica respecto a los demás bovinos -los mismos pero de diferente conformación y alguno solo privativo del bravo- y orgánicamente diseñada para la lucha, más la potencia de su sistema neuroendocrino que, incentivado por la acción de la divisa, la puya y la banderilla, estimula su agresividad, modera su estrés y bloquea su dolor, la opinión del aficionado ha quedado confirmada y desmentida la en principio comprensible censura del antitaurino. Pues, en efecto, la ciencia no opina, prueba.

Una de las conclusiones que puede sorprender a taurino y a su oponente es la reticencia del científico a dividir los útiles del toreo en defensivos y ofensivos. Según su opinión estos últimos no son ofensivos ni de castigo, palabra que se debería desterrar del lenguaje taurino. Tanto la divisa como la puya y la banderilla han de ser considerados útiles paliativos debido a la respuesta orgánica que provocan en el toro durante la lidia. (Otra cosa es el mal uso que de dichos útiles se haga y que facilita su obsoleto diseño. Pero de esto trataremos más adelante).

Y 6. La muerte. Sí, la muerte, el único asunto que el ser humano no ha resuelto jamás. Al menos, la suya. La del animal es otra cosa. Porque no tiene alma. Tiene instinto de conservación, pero no de muerte. Si lo tuviera sería un animal humano. Así que cuando muere, su muerte es menos muerte. Salvo para los animalistas que, sin reconocerlo, humanizan al animal. El resto de los seres humanos sabe que su especie lucha para sobrevivir como el resto de las especies carnívoras: depreda. Un proceder no cuestionado hasta que el crecimiento de la civilización industrial condujo a una crisis medioambiental que, entre otros males, ha extinguido y extingue numerosas especies. Al mismo tiempo, super multiplicó la especie humana y, en consecuencia, el consumo de carne animal. Evidentemente, desapareció la visible y festiva matanza familiar, sustituida por la invisible y mastodóntica cadena de mataderos industriales. 

En este destructivo contexto es explicable que la culpa se extienda ante las super millonarias cifras de reses sacrificadas para el consumo a pesar de que sean perentorias. Pero resulta inexplicable la decisión de los animalistas de elegir la tauromaquia como símbolo de su lucha. No se puede aceptar su ataque a una cultura conservacionista como la corrida de toros, que ha salvado al toro ibérico de lidia de la extinción y que sin ella se extinguiría inevitablemente. Es escandaloso que desoiga todo dato contra su errónea postura, como las bajas cotas de estrés del toro en el momento de su última embestida, muy inferiores a las elevadas cotas de estrés provocadas por la muerte industrial en cadena de los bovinos para el abasto. Así lo demuestran los análisis llevados a cabo en ambos casos. Y es irritante, al margen de este dato incontestable, la voluntaria ceguera del animalista antitaurino ante la suerte sacrificial más ética de la tauromaquia: El toro bravo es el único animal del mundo que el hombre mata, siempre, jugándose la vida. Para los aficionados, la muerte del toro en el ruedo es la más digna que recibe animal alguno. Por supuesto, el toro no lo sabe, aunque actúa como si lo supiera. Su última embestida es, en potencia, la más letal de toda la lidia.

¿Se acusa al toreo de ser una tortura? Se acusaba. Hasta los autores del eslogan “La tauromaquia es tortura” lo han corregido. Ahora dicen “La tauromaquia no es mi cultura”. Bueno, poquito a poco, quién sabe… El antitaurinismo se cura leyendo. 

Próximo artículo: El niño y la ética de la lidia.

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