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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 4 de noviembre de 2025

La España que se apaga: del patriotismo a la rendición / por Javier García Isac

'..Pero aún queda esperanza, porque el patriotismo no muere: resiste. En cada español que trabaja, que educa a sus hijos en el amor a su tierra, que no se avergüenza de su bandera, hay una chispa del país que fuimos. En cada familia que visita las tumbas el 1 de noviembre, en cada joven que descubre la verdad detrás de las mentiras oficiales, sigue latiendo España..'

La España que se apaga: 
del patriotismo a la rendición

Javier García Isac
Hubo un tiempo en que la palabra España emocionaba. En que las banderas ondeaban con orgullo y no con miedo. En que los soldados se sabían herederos de una historia gloriosa y no de una culpa inventada. En que la justicia se hacía con honor, la educación formaba ciudadanos y no súbditos, y la memoria era una llama viva, no una herramienta de revancha.

Ese tiempo no fue perfecto, pero fue nuestro. Era el tiempo del respeto a la nación, del amor al deber, de la conciencia de pertenecer a algo grande y eterno. Pero desde 1978 hasta hoy, todo eso se ha ido apagando, lentamente, metódicamente, como una vela a la que le falta oxígeno.

La llamada Transición democrática nos vendió el mito de la reconciliación. En realidad, lo que se construyó fue una maquinaria de rendición progresiva. Se desmontaron los cimientos de la nación en nombre de un consenso que siempre significó lo mismo: ceder ante la izquierda, contentar al separatismo y anestesiar al pueblo.

La demolición educativa

La primera piedra que derribaron fue la educación. Desde los años 80, la escuela dejó de enseñar a amar a España y pasó a enseñar a dudar de ella. Se borró la historia nacional y se sustituyó por relatos autonómicos y revisionistas. Se expulsaron la excelencia, la disciplina y la autoridad.

Donde antes había libros con héroes, santos y conquistadores, hoy hay manuales de “memoria democrática” que presentan a España como una nación culpable. Nuestros niños ya no conocen el 2 de mayo, ni Lepanto, ni Covadonga. En cambio, aprenden sobre identidades, ideología de género y colonialismo. Es la desespañolización educativa: la estrategia perfecta para crear generaciones sin patria ni raíces.

La rendición judicial

Después vino la justicia. En 1985, el Gobierno socialista reformó el Consejo General del Poder Judicial para controlar la judicatura. Desde entonces, el poder judicial dejó de ser independiente. Hoy, los jueces que aplican la ley son perseguidos, los fiscales responden a órdenes políticas y los delincuentes separatistas son indultados o amnistiados por conveniencia.

La justicia española ya no protege al ciudadano; protege al poder. Y cuando el poder está en manos de quienes odian a España, la justicia se convierte en su instrumento. Por eso los enemigos de la patria gozan de impunidad, mientras los patriotas son censurados, señalados o silenciados.

El ejército domesticado

El Ejército, que durante siglos fue columna vertebral de la nación, fue convertido en un adorno ceremonial. Se desmanteló su capacidad moral y simbólica, se eliminó el servicio militar, se borró su presencia en la vida pública y se le redujo a un papel secundario dentro de la OTAN.

Hoy nuestros militares sirven con honor, pero carecen de una misión nacional clara. No se les permite hablar, pensar ni recordar. Ya no se defiende la unidad de España, sino “la paz global”, “la cooperación” y “los valores europeos”. Lo que antes era el orgullo de servir a la patria, hoy es un trámite administrativo.

La memoria profanada

Y llegó el golpe más cruel: la profanación de la memoria. Se derriban monumentos, se retiran calles, se reescribe la historia. Se exhuman cuerpos para ganar votos. Se llama “memoria democrática” a lo que es una persecución de la verdad. Se condena a quienes reconstruyeron España desde las ruinas de 1939, y se glorifica a quienes la incendiaron.

El resultado es una sociedad sin referentes, sin orgullo y sin amor por sí misma. Han querido arrancarnos el alma y lo están consiguiendo. España se apaga, no por falta de talento, sino por falta de fe en sí misma.

La segunda transición: del patriotismo a la sumisión

Vivimos hoy una segunda transición, pero ya no hacia la democracia, sino hacia el sometimiento. Se desmantela el Estado, se entrega la soberanía, se renuncia a la nación. Las autonomías actúan como reinos independientes, Bruselas dicta nuestras leyes, Marruecos impone su voluntad y los separatistas redactan la política nacional.

Y mientras tanto, el Partido Popular —la supuesta alternativa— colabora con el sistema que dice combatir. Ha aceptado el lenguaje, las leyes y los complejos de la izquierda. Es la derecha del miedo, del silencio y del cálculo. Con su cobardía, ha hecho posible lo que el socialismo soñaba: una España débil, fragmentada y acomplejada.

La izquierda destruye; la derecha conserva la destrucción. Así se resume nuestra historia reciente.

El deber de la memoria y la esperanza

Pero aún queda esperanza, porque el patriotismo no muere: resiste. En cada español que trabaja, que educa a sus hijos en el amor a su tierra, que no se avergüenza de su bandera, hay una chispa del país que fuimos. En cada familia que visita las tumbas el 1 de noviembre, en cada joven que descubre la verdad detrás de las mentiras oficiales, sigue latiendo España.

El patriotismo no es una ideología; es un instinto, una lealtad, un acto de amor. Es la certeza de que nuestra nación, con sus luces y sombras, merece ser defendida.

De 1978 a 2025 hemos pasado del patriotismo a la rendición. Pero cada ciclo de decadencia ha tenido su reacción. Y la historia de España enseña que cuando todo parece perdido, siempre hay un despertar.

Porque podrán apagar las luces, borrar los libros y manipular la historia, pero nunca conseguirán apagar lo que llevamos dentro: la fe en España.

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