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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 1 de junio de 2012

22ª de San Isidro: Dificultad extrema / Por Antonio Lorca




Dificultad extrema

Por Antonio Lorca

Uno de los toros se paró ante el burladero de cuadrillas, vio que allí se refugiaban dos señores, levantó la cara y metió los astifinos pitones por encima de las tablas a la busca y captura de algún corbatín. Así se las gastaban los toros imponentes de José Escolar, guapos de estampa, descarados de astifinos pitones, mansos ante los caballos, blandos, violentos, correosos y listos, de esos que aprenden latín antes de que su matador haya podido orientarse. Miran, remiran y hacen una radiografía de quien tienen delante y el árbol genealógico de toda la cuadrilla.

No fue, claro está, una corrida aburrida; los que pisaron el ruedo pasaron las de Caín y tuvieron la fortuna de no acabar en la enfermería, que tiene su mérito en situaciones como ésta. No fue aburrida, pero tampoco emocionante; más bien, fue un festejo que se vivió en tensión permanente por la dificultad extrema de los toros que, en ningún momento, embistieron con franquía ni permitieron la más mínima confianza.

Frente a la imposible faena de la mayoría de ellos, el cuarto y el sexto hicieron creer a parte del respetable que se dejaban torear, pero era mentira. En cuanto notaban que el torero intentaba estirarse, surgía el tornillazo que, afortunadamente, quedó siempre en preocupante aviso.

Ante este estado de cosas, la terna no alcanzó el lucimiento; lógico, por otra parte, porque quien está pendiente de cuidarse los muslos de una puñalada trapera, no tiene tiempo ni cuerpo para ponerse bonito.

Además, esta es la pescadilla que se muerde cada año la cola. Este tipo de complicadas corridas las matan diestros que tienen acreditada valentía, pero torean poco; y torean poco porque no pueden triunfar con corridas tan complicadas como esta. Pero, eso sí, muchos de los que pasan por taquilla, entienden que ese es un salvoconducto para mandar a más de uno a los leones: ‘tócalo, pónsela, quédate quieto…’ Y mientras el fulano se fuma un puro así de gordo y va ya por el tercer gin tonic, el torero en cuestión se acuerda de toda su familia; y con razón.

Nadie va a descubrir a estas alturas que López Chaves no es un exquisito, ni siquiera en la lidia de estos hierros; pero el hombre estuvo todo lo digno que se puede estar ante los continuos gañafones. Su primero se hizo el amo del ruedo y hablaba griego como si hubiera nacido en la propias islas; el segundo acudió por aquí y por allí, y Chaves no se confió, lo citaba despegado, y… por eso este torero está donde está. Fue, a la postre, el más potable de la corrida, y, de hecho, el torero consiguió que metiera la cara en una tanda de derechazos, pero le partió el palillo de la muleta en el remate, y el toro ya no fue el mismo.

Muchas corridas de este tenor tiene a sus espaldas el valeroso Robleño, y a fe que se le nota la experiencia. Conoce el terreno que pisa y sortea con eficacia los gañafones de estos marrajos. Se peleó bravamente con el durísimo segundo, y se volcó en el morrillo a la hora de matar. Y se dobló con soltura ante la extrema violencia del quinto.

El menos placeado, Lázaro, salvó el compromiso con dignidad y gallardía, que no es poco. No perdió los papeles ante el imposible tercero, y se justificó a su manera ante el sexto. No le sobran recursos, lo que es normal, porque tampoco necesita agenda para las oportunidades que se le ofrecen.

Toros de José Escolar, muy bien presentados, serios, descarados de pitones y astifinos, pero mansos, broncos y violentos.
López Chaves: media estocada y dos descabellos (silencio); bajonazo (silencio).
Fernando Robleño: -aviso- estocada desprendida (ovación); casi entera y dos descabellos (palmas).
José María Lázaro: tres pinchazos y estocada (silencio); media y dos descabellos (silencio).
Plaza de las Ventas. 31 de mayo. Vigésimo segunda corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.
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