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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 5 de noviembre de 2018

Insistir en la verdad / por Paloma Ramírez



A diferencia de lo que los animalistas imaginen, en la tauromaquia el toro bravo es una especie única. No se trata tan sólo de un cuadrúpedo con un par de pitones. No, el toro de lidia ideal es mucho, muchísimo más que eso, pues posee cualidades específicas que el ganadero ha buscado desarrollar de manera expresa, a través de siglos de experimentación y de una minuciosa selección genética.

Insistir en la verdad
  • En memoria de Juan García de Quevedo, docto aficionado taurino


Paloma Ramírez
México, XI/2018 / El Mural
No podría menos que escribir, de tanto en tanto, sobre un tema que me apasiona: las corridas de toros. Y esto porque sus detractores crecen continuamente no sólo en número sino en agresividad, cerrazón e ignorancia. Critican y violentan la fiesta brava desde un total desconocimiento. Son gente que está presta a soltar insultos, despreciar, censurar y amenazar a cualquiera que esté relacionado con la tauromaquia. Todo esto sin haber pisado una plaza. Sin saber de qué va el asunto.

Los animalistas son ignorantes mayúsculos de lo que sucede dentro del ruedo; de la procedencia, cuidados y hasta cariño con que se cría al toro de lidia; del respeto con que el aficionado sigue los intercambios entre toro y matador; de los reclamos que inundan los tendidos ante violaciones a los cánones que rigen la fiesta brava; de lo que está en juego cuando el diestro se ciñe a la bestia hasta que ya no queda aire respirable entre un cuerpo y otro; de temas de apreciación como lo son la belleza, el valor o el pundonor...

Sus discursos, que buscan abolir las corridas de toros, suelen ser harto rígidos y de un reduccionismo que raya en lo patético. Acusan a los toreros de asesinos y a los aficionados de sádicos que se regocijan en el sufrimiento de bestias indefensas. También califican de tortura al espectáculo en sí. Sólo se enteran de que un animal (no diferenciarían de entre una vaca lechera, un gran danés, un león o un toro de lidia) entra vivo y sale muerto del ruedo jalado por un par de mulas. La sangre los alborota y les llena la pupila, bloquea su entendimiento. En su imaginación, transforman al toro bravo en la víctima de un verdugo que viste traje de luces. Y creen que, en derredor de la escena, hay locos que salivan ávidos de que la sangre corra en cantidad.

A diferencia de lo que los animalistas imaginen, en la tauromaquia el toro bravo es una especie única. No se trata tan sólo de un cuadrúpedo con un par de pitones. No, el toro de lidia ideal es mucho, muchísimo más que eso, pues posee cualidades específicas que el ganadero ha buscado desarrollar de manera expresa, a través de siglos de experimentación y de una minuciosa selección genética. Por lo que el nombre de su especie, toro bravo o de lidia, suele definirlo con bastante exactitud. Se trata de un toro cuya bravura forma parte de su naturaleza. Bravura que lo lleva a combatir, a embestir con violencia, una y otra vez, a su adversario.

En palabras del filósofo Francis Wolff: "Toda la ética de la lidia consiste en permitir a la bravura del toro manifestarse". El espectador no observa desde el tendido a un animal que sufre sino a un toro que combate. Lo que es más, el aficionado "supone, con mayor o menor exactitud, que el toro vive en el ruedo una gloriosa aventura coronada por la mayor concesión que el hombre puede hacer al animal: la lucha franca e igualada; al toro no se le caza, se le vence", explica Enrique Tierno Galván (ex Alcalde de Madrid). Por eso, cuando el aficionado estima que el toro ha combatido con la nobleza, bravura y poderío, que son propios de su naturaleza, grita desde lo más hondo de su ser: "Toro, toro".

En este sentido, la lidia respeta la dignidad del toro.

Con cada temporada mi afición taurina crece porque me doy cuenta de que, en estos tiempos, ser taurino es -también- luchar contra la censura y el obscurantismo. Ser taurino significa defender un modo de entender la vida y la muerte, libre de barnices. Ser taurino es negarse a vivir en un mundo almibarado y falso, a lo Walt Disney. Las corridas son insoportables para los animalistas, una verdadera afrenta, porque la realidad se muestra en sus 360 grados. Es un espectáculo transparente. No hay una mano mecánica y anónima que mate a la res mediante un electroshock, tal como sucede en la industria cárnica. No hay una cortina obscura que esconda cómo es que la muerte es consecuencia directa de la vida.

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