Y luego está la forma de gestionar que tiene el Barcelona, que entrega las llaves del club a sus jugadores y, desde hace aproximadamente una década, todo el llavero a su futbolista franquicia, Leo Messi. Al final, tarde o temprano, ese modo de gestionar las cosas se vuelve contra ti y acabas comprendiendo que siempre es preferible ponerse una vez colorado que cien amarillo.
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Existen dos formas distintas de gestionar un gran club de fútbol, la del Real Madrid y la del Barcelona. En uno de los discursos más inspiradores de la historia del cine moderno, el final de Esencia de mujer, el coronel Frank Slade, interpretado magistralmente por Al Pacino, dice que él ha llegado a muchas encrucijadas a lo largo de su vida y siempre ha sabido cual era el camino correcto pero nunca lo ha tomado, y añade: "¿Saben por qué? Porque era jodidamente duro". Es muy duro tener que decirle a tu máximo goleador histórico que no, parafraseando al coronel Slade "es jodidamente duro". Igual de duro que será tenerle que decir que no a tu capitán si, al final, se confirma que éste tiene previsto pedir 17 millones de euros netos por un año, tal y como aseguró este lunes Eduardo Inda en El Chiringuito. Es duro porque es el camino correcto y es el camino correcto por la sencilla razón de que diciéndoles que no a los mejores, envías a todos el mismo mensaje: aquí no hay nadie por encima del escudo, nadie por encima del club, sin excepciones no lo hay. Y luego está la forma de gestionar que tiene el Barcelona, que entrega las llaves del club a sus jugadores y, desde hace aproximadamente una década, todo el llavero a su futbolista franquicia, Leo Messi. Al final, tarde o temprano, ese modo de gestionar las cosas se vuelve contra ti y acabas comprendiendo que siempre es preferible ponerse una vez colorado que cien amarillo.
Los gestos de Messi de los últimos días, el desplante a su segundo entrenador, que probablemente sea el tocapelotas que todo el mundo presume que es, o el balonazo de rabia que pegó anoche después de que el árbitro no le señalara una falta, nos hablan de una estrella ensoberbecida por tantos y tantos años de descomunal halago y peloteo sin fin. Porque el peloteo hacia Messi no ha tenido ni va a tener fin y, hoy, se revuelve contra el futbolista, a quien ya ha empezado a señalarse en Barcelona, y contra sus apóstoles. No es que Messi crea que está por encima del club, no, es que Messi sabe que está por encima del club y que puede hacer o decir cualquier cosa que siempre será justificada en aras a los servicios prestados. A sus 33 años recién cumplidos, y es una cuestión puramente biológica, ya hemos visto el mejor fútbol de Messi, sus mejores goles, sus pases más formidables y sus regates más alucinantes. Al Barcelona ya no le alcanza sólo con la genialidad de este futbolista veterano pero que cobra la estrafalaria cantidad de 50 millones de euros netos por temporada. El del Barcelona de Bartomeu es un castillo de naipes en el que Messi es un as en clara decadencia física y mental: Leo se nos aparece como un deportista de élite que necesita el descanso, la paz y el sosiego que se niegan a darle sus acólitos. El Lionel Messi de 2020 es el fruto de años y años diciéndole que sí, que sí, que sí...
La reconstrucción de este Barcelona en el que un futbolista manda callar a su entrenador y éste sienta en el banquillo a un jugador de 120 millones de euros porque interpreta que no existe conexión personal entre él y su estrella es complicada.
Es complicada porque ese árbol ya está torcido y enderezarlo sólo está al alcance de personalidades arrolladoras y Quique Setién no responde a ese perfil. A Setién debe resultarle descorazonador llevar opositando veinte años a entrenador del Barcelona, queriendo hacer jugar a Lugo, Las Palmas o Betis como él piensa que debería jugar el equipo catalán y, al encontrarse de repente con el premio gordo de la lotería, darse de bruces con la cruda realidad de que no puede poner en práctica sus ideas porque está en el kilómetro cero de un vestuario amanerado, lleno de egos e infectado de riñas personales. A Setién le ha venido grande el Barcelona, eso es cierto, pero lo fácil era hacer jugar bien al Barcelona del mejor Messi y los mejores Xavi, Iniesta, Puyol, Piqué y Busquets. Hoy todos esos jugadores están de retirada, pensando más en su plan de pensiones que en otra cosa, y a ese cambio generacional asiste el barcelonismo con una directiva que sólo piensa en cómo defender su propio culo.
Porque cuando Bartomeu acepta que el Barcelona sea condenado a pagar cinco millones y medio de euros por dos delitos fiscales lo hace pensando en su propio culo judicial. Porque cuando Bartomeu traspasa a un jugador de 23 años por otro de 30 para maquillar los números lo hace única y exclusivamente para salvar su propio culo financiero. Porque cuando Bartomeu se arrastra buscando la sombra de Xavi lo hace para salvar su propio culo deportivo. Porque Bartomeu no piensa en el Barcelona, Bartomeu piensa en el Bartomeu Fútbol Club y en cómo sobrevivir un día más diciéndole a todo el mundo que sí. Y no, esa no es la forma de gestionar un gran club de fútbol. De modo que todo es posible, absolutamente todo. Es posible que echen a Setién para colocar a Pimienta, que renovó ayer por sorpresa cuando todo el mundo pensaba que se iba del club, y también es posible todo lo contrario, que Setién siga hasta el final. Lo que no es posible es que Bartomeu dimita, eso no es posible. Ni tampoco es posible que Messi coja a Antoine Griezmann, le pida perdón y se conjuren todos para salvar los muebles de lo que queda de temporada, eso tampoco es posible. Ninguna de las dos cosas son posibles y ambas por idéntico motivo: Bartomeu no se siente presidente y Messi sabe que no es un capitán. Puede que en el fondo tenga razón Dani Blanco y este circo sólo lo solucione un presidente llamado Gerard Piqué. Más diversión asegurada.
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