No cabe la menor duda de que quien alcanza el estatus de figura del toreo se lo ha ganado por méritos propios, no a base de regalos. Eso no quita que, quienes ocupan tan alta jerarquía, apuntalen su posición y acallen voces críticas demostrando sus facultades y potencial frente a todos los encastes, al menos de forma periódica. Andrés Roca Rey se ha decidido a declinar, al menos por una vez, la omnipresente sangre Domecq para vérselas con un lote de Saltillo. Y no habrá sorpresas, todo saldrá según el guion preestablecido.
Lo previsto es que el torero solucione cualquier complicación que puedan proponer los astados de la A coronada. Que salga triunfante o no de la plaza, dependerá de otros factores impredecibles, pero valor y técnica le sobran para estar por encima de posibles contrariedades. Y lo previsto también es que se genere una expectación inusitada que provoque que se acaben las entradas con celeridad. Esta particularidad no debe apuntársela exclusivamente el sudamericano, pues el coso del Baratillo colma sus tendidos año tras año al reclamo de la corrida de Victorino con independencia de los coletudos que aparezcan en el cartel.
Es por eso que, para que la afición se rinda a sus pies, el matador debería anunciarse con una divisa dura en algún festejo extraordinario y, sobre todo, con rivales directos. Y en este momento no se me ocurre otro más oportuno de Daniel Luque. Victorinos, Miuras, Adolfos, Palhas, Cuadris, Pabloromeros… sin duda hay un amplio abanico de hierros a los que podrían enfrentarse bajo la total admiración de una concurrencia sucumbida ante lo que sería una verdadera gesta que tendría un marco incomparable, por ejemplo, en el recinto madrileño de Las Ventas, el más importante del orbe.
La tauromaquia está necesitada de acciones así para visibilizarse en la sociedad y para que los toreros adquieran el estatus de héroes admirados que vencen a la fiera. Torear bonito es importante, lidiar el peligro evidente es fundamental. Y eso está en manos de los principales maestros, de quienes ocupan la parte alta del escalafón, de los que más cobran, de esos que mayor número de espectadores atraen cada vez que hacen el paseíllo, de quienes más repercusión logran por ser los más mediáticos.
Sin duda hay que valorar los gestos de las figuras, que no deben olvidar que pasar a las gestas sería lo más beneficioso para sí mismos y para el toreo.
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