NO TOMARÁS LA PALABRA “CULTURA” EN VANO
José María Moreno Bermejo
Lunes 8 de Noviembre de 2010
Lunes 8 de Noviembre de 2010
Nuestra Fiesta Nacional se halla en una ingrata situación en la que es vapuleada violentamente por un determinado grupo de opositores que dicen velar por los “derechos” del toro para que no sea maltratado, según su criterio, y en la que es defendida por un numeroso grupo de taurófilos que, en su mayoría presenta el hecho cultural que supone la corrida como el argumento más contundente y definitivo para su existencia. Es comprometido y complicado intervenir en la controversia que nos presenta esta situación, pero debemos afrontar la dificultad con decisión procurando ser delicados y acertados en las argumentaciones que juzgan las razones de todas las partes.
Los antecedentes sobre las prohibiciones taurinas son múltiples; los juicios en contra de los espectáculos en los que se ponía en peligro la vida de los actores, fueron negativos desde los albores de los juegos con toros en España. Se dice que Fray Isidoro de Sevilla ( 560 - Sevilla, 4 de abril de 636), en su magna obra, “Etimologías“, ya condenaba a los jóvenes que ponían en riesgo su vida en la lucha con fieras y toros para hacerse merecedores de la admiración femenina. También apócrifa es la afición taurina de Sisebuto; o la crítica al arzobispo de Tarragona por sus veleidades táuricas; y la del obispo Ataulfo, que fuera sometido por el Rey a una prueba de Verdad, en la que un toro sentenció a su favor, llegando sumiso a su regazo.
Luego, pasada la etapa visigótica, los juegos con el toro se hacen más presentes en las crónicas de nuestros reinos peninsulares. Festejos con motivos de bodas ilustres; D.ª Berenguela con Alfonso VII; D.ª Urraca con D. García Ramírez, y muchos otros etcéteras van marcando la pauta de cómo en España el juego con el toro es el espectáculo por excelencia. Y se empieza a explicar el rito; la lucha contra la muerte ofreciendo la vida; el amor al bravo al que se le regala la primacía en el sacrificio. El juego popular con el toro, que ya fuera reflejado en las monedas sevillanas de Orippo; en las de Gadir y Arce; en la de Ampurias, donde un toro es coleado durante el juego; la de Velilla del Ebro, que muestra un toro atacando al hombre; el arte del Valosandero soriano, donde un hombre toca los cuernos de un toro mientras en su otra mano lleva una especie de muleta para sortearlo; la expresiva imagen de la estela de Clunia, con toro y torero enfrentados… Miles de referencias sobre los antecedentes que explican el por qué aquí, en Iberia, el toro ha formado parte básica de nuestra cultura, siempre.
Y nunca, hasta ahora, la “honra” del toro había sido puesta en duda. Argumentos religiosos siempre hubo contra la corrida: se pone en peligro la vida; se bebe y se cometen graves pecados durante el festejo, mezclados hombres y mujeres, jurando, blasfemando; no se respeta el descanso dominical; se gasta el dinero reservado a mantener la casa; las tierras donde pastan las reses bravas serían más rentables con otros usos agrícolas o ganaderos… Pero nunca se nombró la “dignidad” del toro como argumento negativo de la corrida, ni siquiera en la bula de San Pío V de 1567. Es claro que las controversias existentes siempre respecto a las corridas de toros han sido duras, y también que los argumentos exhibidos por los taurófilos fueron contundentes y convincentes: la corrida es cultura, pues cumple con la definición de ser una manifestación que expresa la vida tradicional de un pueblo; forma parte de los modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico del ibero.
Difícil explicar la dignidad de la muerte del bravo en la plaza al que no pretende comprender los argumentos bajo los que los taurófilos explicamos la Fiesta; o al que sólo desea enfrentarse a algo que contiene los suficientes elementos controvertibles como para alimentar la discusión, que será amparada por los hombres de buena fe que defienden a ciegas la dignidad de los animales. El toro bravo, su selección, ha sido una creación, un enriquecimiento de la especie, logradas gracias a la corrida. Sus especiales características, su cuidado, su creación vital, son las ideales para la lucha final; más de cuatro años de vida regalada, con cuidados sanitarios máximos, alimentación cuidada, vida tranquila y una digna muerte con posibilidad de su defensa en la lid, en el rito mágico, que definía Unamuno, constituyen su gloria. Y todo se fue fraguando a lo largo de la vida del ibéro; sirviendo la lidia de asueto, de expansión, a veces de diversión, siempre en búsqueda de la emoción. Juan Valera, en su Apología de las corridas de toros, nos decía:
Nosotros nos hemos limitado a sostener que las corridas de toros son una diversión popular, ni más ni menos profana, ni más ni menos contraria a las buenas costumbres, que la comedia, el baile, los títeres, el circo ecuestre, las riñas de gallos y otras funciones por el mismo orden. Sin duda que sería muchísimo mejor que la gente fuese menos aficionada a divertirse y que se quedase en casa, estudiando, rezando o cumpliendo con sus obligaciones; pero, puesto que somos frágiles y gustamos de divertirnos, no nos parece que los toros sean una diversión más censurable que otra cualquiera. Y esta peculiar y valiente forma de expresar nuestro vitalismo hispano, mereció ser definida como Fiesta Nacional, ya expresada en la intensa y censurable obra de José Vargas Ponce, “Disertación sobre las corridas…”, escrita en 1796 a solicitud de Jovellanos, leída en 1807, editada en 1961, y muy certeramente contestada por el gran estudioso de la historia de la Tauromaquia, D. Jesús Mª García Añoveros en una obra que publicará próximamente la Unión de Bibliófilos Taurinos. Fiesta Nacional, que explica certeramente Eugenio D´ors en su “Estética y Tauromaquia”, publicada en un artículo impreso en el suplemento del diario “Arriba”, pág. 20, del 6-VI-1943:
Para asegurarse del barroquismo de la que los españoles llaman su Fiesta Nacional, bastaría, por de pronto, esto: lo de ser nacional, quiere decir, hija de la íntima fuente, popular y espontánea de un grupo humano, que encuentra ahí la expresión inconfundible de su “carácter”; cual si la existencia de aquella y su estilo fuesen dictados por la misma naturaleza; no, la naturaleza en general, esta vez; sino la diferencial, la que da al grupo en cuestión una histórica solidaridad de casta.
Ahora, en el año 10 del siglo XXI, muchos esgrimen la expresión: Los toros son cultura, pretendiendo que con esa definición están exentos de cualquier otro tipo de explicación para la defensa de la Fiesta. Cultura, tradición, usos y costumbres de los pueblos, constituyen la riqueza de los hombres; la custodia de estos valores, su adecuación constante, la evolución lógica al paso de los tiempos, es tarea ardua, difícil, lenta y constante. La Fiesta Nacional ha evolucionado, y si se cumplieran rigurosamente los reglamentos por los que se rige, resultaría un espectáculo incontrovertible, incontestable. Si saliera siempre el toro bravo, íntegro, luchador por encastado, con sus defensas agresivas intactas; si se lidiara con respeto y verdad; si fuera picado en su sitio, respetando su anatomía, no vejándolo, dejando sus fuerzas adecuadas para la lid, para la lucha que ofrece el torero lealmante al toro fiero; si la lucha terminara cuando el toro es vencido, sin prolongarla con insulsos pases a toro parado…; si se respetara siempre estas máximas de la corrida eterna, no daría motivos de controversia, no tomarían los anti taurinos y los aficionados de pro argumentos sólido para luchar contra nuestra cultura taurina. Por que también el aficionado de pro discute la actual corrida, esa que veja cutio al toro; esa que se expresa con ventaja; la del toro descastado que se fraguó en la insulsa búsqueda del toro artista… Nuestra cultura taurina se define con el toro bravo agresivo, luchador, íntegro que ofrece su vida a costa de producir un peligro cierto que ha de sortear el torero con arte y torería…
Y todos hablamos de cultura, pero olvidamos el concepto primario de nuestra Fiesta, la verdad del juego de arte y muerte; salimos de Goya y vamos a Picasso; nos refugiamos en Manet, Zuloaga, y sus excelsas pinturas; Botero, Santiago de Santiago, Venancio Blanco, nos ofrecen sus bellas esculturas taurinas…; los textos de García Lorca, los de Machado, los muy discutibles de Unamuno, o de Benavente, a veces taurinos, otras luchando en contra de los que dedican a su afición demasiado tiempo en contra de sus obligaciones cívicas o familiares… Al final, todo es tan sencillo como lograr que la tauromaquia sea respetada por sus cualidades intrínsecas, por sus virtudes genuinas, las de un pueblo que expresa su lucha contra el Mal en un rito ancestral que está plagado de respeto al toro, sujeto a una liturgia digna, en la que se pone en juego la Vida; la corrida eterna.
La Fiesta debe defenderse por su verdad, por la emoción que transmite a los aficionados; por la belleza del toro, por su constitución especial para la lucha, en la que su dolor es paliado por los anodinos que sus hormonas producen: adrenalinas y endorfinas, que se allegan a su sistema nervioso central a una velocidad tres veces superior a la del hombre. Explicar las características de la constitución del toro bravo, aportaría la cultura necesaria para que los animalistas no comparasen a un toro con un corderito, o su dolor con el del ser humano, totalmente diferente en sus sistemas nerviosos; incluso al del manso, cuya curva de estrés durante el manejo es inversa al del toro bravo. Que sepa el vulgo que el estrés mayor se produce en el bravo durante el traslado; cuando sale a la plaza alcanza un grado 10, que baja paulatinamente, incluso en la suerte de varas, al grado 5. Esperamos que todos nos ilustremos con los resultados de la investigación que a este efecto está realizando el Dr. Illeras, definitivas para comprender las características especiales del toro bravo.
Pasar la Fiesta al Ministerio de Cultura no tiene mayor significado que el estar inclusa en alguna parte de la Administración. Los taurinos deben formalizar de una vez una Federación de Tauromaquia que, al modo de las deportivas, reglamente particularmente los espectáculos taurinos; organice las escalas profesionales, certifiquen la cualificación de los actuantes; defina las cualidades de los que regirán los espectáculos; se ayude de los colegios veterinarios para decidir sobre las ganaderías de bravo, su número, su categoría, el seguimiento de la integridad de sus animales… Muchas cosas que hay que defender, otras mil que hay que rectificar para que la Fiesta sea respetada. Esgrimir la Cultura como máximo argumento de defensa de la Fiesta Nacional, sin reparar en lo rastrero de mucho de los espectáculos taurinos actuales, puede ser un acto de buena voluntad, pero necio al cabo. Allanemos el camino que cursamos los que deseamos defender nuestra corrida losándolo con pizarras llanas, puestas en firme liso, sin esquinas que puedan herir nuestros pies; toros íntegros, bravos; festejos justos en precio para la afición; toreros que expresen cada día lo difícil que es su profesión toreando de verdad, sin ventajas, lidiando toda clase de castas, regulando su pretensiones económicas; empresarios que sean leales con los aficionados, y con la Fiesta dando festejos equilibrados en calidad y precio, ofreciendo comodidad al espectador…; administraciones propietarias de los cosos, permitiendo pliegos posibles, bajando el canon del alquiler; administración central adecuando los impuestos que graban las entradas, asimilándolos a los de otros espectáculos culturales… Cultura, sí, pero aportando todos los elementos citados, y otros más; mas no tomando su “nombre” en vano…
No dudo de la nobleza y la honra del toro, y de cualquier animal. Pero esto que hacen con los animales es un asesinato. La tradición no puede ser justificación para seguir manteniendo este maltrato público a un animal, en este caso el toro. También era costumbre centenaria tirar a una cabra desde el campanario y se abolió, y como esta tantas otras que van en contra del sentido común y contra la vida. Defiendo la vida de cualquier ser vivo. Los hombres no estamos por encima del bien y del mal, y le debemos un respeto a la vida de cualquier ser vivo. Y porque defiendo la vida, voy a las manifestaciones en contra del aborto, para decir No al aborto, a las manifestaciones en contra de los toros, y a las manifestaciones que supongan un apoyo a que acabe cualquier maltrato.
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