La Virgen de la Esperanza de Triana en procesión
en la Plaza de Belmonte de Quito
Fotografías: NIKO
Fotografías: NIKO
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Q U I T O
FESTIVAL TAURINO “VIRGEN DE LA ESPERANZA DE TRIANA”
Enrique Ponce y Javier Conde a hombros
--El de Chivas obtiene el Trofeo “Papa Negro” del Círculo Bienvenida
--El malagueño consigue el Trofeo “Al Toreo Artístico” del Círculo Bienvenida
El matador alicantino Jesús Bernal lleva en sus hombros a Enrique Ponce
Blog Del toro al infinito.-Quito, 26 de Noviembre de 2010
La cartelería taurina suele abundar en el tópico del uso del calificativo superlativo para el anuncio de los festejos taurinos. Los términos apriorísticos de “magnífico espectáculo”, “grandioso”, “enorme” y otros desmesurados, suelen encabezar los carteles que en otro tiempo inundaban los muros y paredes de los pueblos de España en exposición itinerante al aire libre del arte de grandes pintores.
El festival de anoche había aparecido en los carteles con el llamativo rótulo de “Histórico mano a mano” entre Enrique Ponce y Javier Conde, y luego lo acecido en el ruedo de esa “bombonera” de la placita de toros de “Belmonte”; correspondió en al pretencioso titular.
El insólito clima invernal que padece Quito en las últimas semanas no impidió que la plaza rebosara del tradicional público que cada año peregrina a su encuentro con la procesión en el ruedo de la Virgen de la Esperanza de Triana a hombros de los toreros, y ejercer de pulcro aficionado, la escrutadora élite taurina de Quito que sabe ver cuando mira, la lidia de los toros sobre la arena.
La Virgen recorriendo el anillo a oscuras con la luz de las velitas en manos del público y las voces de los Del Río cantando la salve Rociera.
Luego, efectivamente, los aires flamencos del famoso dúo acompañado de guitarra y pianola, brotaban al aire con el criterio de oportunidad y merecimiento de los espadas que hubiera aplicado el mismísimo maestro Tejera al frente de su banda en la Maestranza de Sevilla.
El festival tuvo mucho que torear, y los toreros respondieron. Los novillos de “Huagrahuasi” y “Triana”, procedentes de aquella reata que Don Marcelo Cobo adquiriera a Fernando Domecq unas cuatro décadas atrás, tuvieron un comportamiento parejo siendo el lote de Javier Conde el que mejor comportamiento ofreció para su lidia.
La brava y briosa salida de chiqueros, acudiendo a capotes y a todo lo que se moviera sobre el ruedo, les llevó a su intensa pelea con los caballos donde el duro castigo no impidió que algunos se fueran para arriba ya en el tercio de banderillas para exigir a los espadas dominio y mando. La enrazada embestida de las reses, a veces en bravo, a veces en manso, mantuvo la emoción de la lidia bajo las focos de la fría noche. Cuando parecía que el fuelle abandonaba su acoso a las telas ofrecieron la virtud de responder al empeño y buen hacer de los toreros, que cuando exigieron al toro este respondió.
Y así fue como Enrique Ponce, firme y responsable, hubo de tirar de valor y técnica para ahormar a sus novillos en la muleta y conducir sus violentas embestidas por el sendero del temple y ligazón de sus series con ambas manos. No importaba que los de su lote tendieran al cobijo de las tablas, porque al de Chivas se le veía dispuesto a imponer su magisterio para quedar grabado en la historia de Quito. Veinte años han pasado ya desde que esta maravillosa San Francisco de Quito viera hacer el paseíllo a un joven matador llamado Enrique Ponce en la feria de “Jesús del Gran Poder”, para triunfar año tras año; pues ello no pareció importar a nadie, ni al torero ni al público. Enrique Ponce, el Excelentísimo Señor titular de una de las Medallas de Oro a las Bellas Artes que concede el Gobierno español, se mostró como un novillero con ansias de repetición y con las mismas privilegiadas condiciones de clarividencia innatas que siempre gozó adobadas con la experiencia de una trayectoria única e insuperable hasta ahora en la historia del toreo.
Una oreja le cortó Ponce a su primero tras pinchazo y estocada defectuosa pero efectiva, y las dos del otro se fueron a sus manos con la rúbrica de un estoconazo a una faena memorable al difícil novillo de “Triana” que había brindado a la deslumbrante niña Canela hija del empresario José Luis Cobo.
Javier Conde, emulando a Castella en los festivales, no salió vestido de torero; el preceptivo y tradicional traje corto campero lo trocó por uno de calle color merengue que nada tiene que ver con la liturgia torera en el vestir. En algo se redimía por el ultraje cometido al salir tocado con sombrero de ala ancha. Sin embargo estuvo magnífico ante sus dos enemigos, aprovechando mejor las condiciones de su segundo. Su peculiar y personal estilo, su conocida puesta en escena recurrente cuando sus reses se lo permitieron, tuvo que dar paso obligado, frente a la encastada y exigente embestida de los novillos, a una lidia de mando y sometimiento donde las series en redondo y naturales abrochados con ceñidos de pecho, rematados con sus adornos y desplantes, pusieron al público en pie. Con la espada no anduvo fino y los trofeos conquistados se quedaron en una oreja de cada res.
A hombros se los llevaron los aficionados, dirigidos por ese capitán de costaleros que es “Gitanillo Rubio” cuando de ofrecer amistad y gratitud se trata.
Todos contentos, el empresario y ganadero José Luis Cobo, su señora madre y su familia, todos ellos con la mente puesta en Don Marcelo, verdadero artífice de este bastión de la Fiesta en América desde su fundo ganadero.
Los ecuatorianos se fundían en abrazos con los españoles del Círculo Bienvenida sobre la arena de este coso que inaugurara en 1919 Manuel Mejías “Bienvenida, para otorgar el Trofeo “Papa Negro” a Enrique Ponce como triunfador y otro a Javier Conde por su expresión artística. Ambos galardones consisten en sendas obras donadas por el pintor Oswaldo Viteri.
Plaza de Belmonte de Quito
Javier Conde
Enrique Ponce
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