PERERA:
CUANDO TRIUNFA UN MAESTRO, LA PLAZA SE VUELCA
Jardinero de San Mateo
La tauromaquia como una de las más altas expresiones artísticas se presta a la polémica. La valoración que hace el aficionado de la destreza de un torero en la plaza de toros es subjetiva, afortunadamente. Por ello, unos terminan la tarde con la sensación de haber visto una obra plástica, irrepetible, que satisface los sentidos y provoca una gran emoción y otros parecen no haber observado lo mismo. Quizá, porque su patrón de calificación y gusto, es diferente Algo de esto ocurrió en la plaza mayor del continente en esta tarde. El cartel no prometía grandes cosas y la entrada se redujo a la mitad, comparada con la inauguración que fue atendida por muchos catrines y estrellitas que buscaban la foto y la página de sociales. Ahora no, había tres segmentos identificables en el público, los que tienen buenos recuerdos de Manolo Mejía y le expresaron su cariño, pese a haber estado totalmente deslucido; los que tenían la esperanza de que José Mauricio hubiera hecho progresos en su oficio y que quedaron profundamente decepcionados –va por mal camino- y, los que por el arte de la memoria y de la información que rueda vertiginosamente, sabían que Miguel Ángel Perera atesora recursos que lo pueden llevar a la cumbre de la tauromaquia. Es él, el primer torero que comienza de novillero y llega a lo alto del escalafón en este mismo siglo. En este año solo El Fandi, Julián, El Cid, Talavante, Ponce, Luque, Morante de la Puebla y Castella le aventajan en el número de corridas. Él toreó 51 y se llevó 61 orejas. -Suspendió su temporada en septiembre por una lesión en San Sebastián y regresó hoy triunfalmente-. Pero siendo sinceros, por los triunfos obtenidos, que aún quedan los de América, está ya en la cabeza de los nuevos matadores.
Qué distancia aquella del novillero que estuvo en esta plaza en el 2002 a la enorme personalidad que mostró hoy ante dos reses descastadas y sosas que como todos sus hermanos componían el encierro de Los Encinos. Decía a un amigo que veía en Perera una gran figura del postomasismo. Que sin duda está influenciado por la tauromaquia del de Galapagar, baste observar la altura en que presenta la muleta, la ceremoniosa sutileza y precisión del toque y un mando terco, suave, templado, férreo que llega hasta el fin del muletazo. Pero, como bien dice Arévalo, Perera no es depositario del hallazgo de otros (Paco Ojeda, Cepeda o El Juli), sino “un intérprete que con sello propio se adueña de los hallazgos aportados por diestros que le precedieron”.
“Emiliano” se llamó el segundo de la tarde, como todo el encierro justito de todo, pero Perera se fue a él trazando un quite por verónicas “de antología”, muy templadas, jugando los brazos y apoyado en la cintura con la pierna contraria adelantada, rematadas por una media que puso de pie a la concurrencia. Lo dejó crudo al animal –de hecho hoy no hubo varilargueros en ejercicio- y le instrumentó un quite variado, primero por gaoneras y luego por tafalleras. Sabía que aunque el toro se venía a menos, podía sacarle algunas tandas con la muleta. Así fue y le corrió larga la mano, poniendo los pies fijos en la arena. La res le dio dos trompicones y él, al matar con una media en lo alto y un descabello se llevó la oreja. Con el quinto, “Alvaro”, que repetía los defectos de sus hermanos, le instrumentó un péndulo para seguir su faena en los medios. Por el izquierdo, que era el del animal, cimbró a la plaza con varios naturales de hermosura y donosura, mostrando además su enorme don de colocación. Insistió ante su socio y partió la plaza con dos dosantinas y un circular cuando ya el público cantaba la Puerta Grande , pero no fue así, porque hoy no anduvo con la suerte al matar. Pinchó y el público le pidió justamente una vuelta ante cerradísima ovación. Sus naturales como sus verónicas quedan en la aristocracia de lo mejor que hemos visto en los últimos tiempos aquí.
Ya dicho, Mejía, con sienes níveas y voluminoso abdomen, mostró voluntad, pero sólo eso, ante dos reses sosas y quedadas y como todos faltos de fuerza. Aportó al toreo una suerte ahora de casa, “el rincón de Tacuba”, estocadas bajas, vergonzosas, pero con resultados. Del jovencito de Mixcoac, José Mauricio, vale más no hablar – a qué distancia tenía la muleta- salvo señalar que su cuadrilla y en especial sus banderilleros estuvieron muy superiores a él, que además nos fastidió con el clásico torito de regalo que viniendo de la misma sangre, resultó tan descastado como todos sus hermanos.
Vientos del norte nos dicen que el joven Juan Pablo Sánchez se ha dado un soberbio arrimón con los astados de Arroyo Zarco. ¡Enhorabuena! Ahora a aprestarse a ver al excelente hierro de Xajay con dos figuras, una consumada y universal, Sebastián Castella y otro que tiene muy buena voluntad y valor pero que debe cuidar su técnica, Arturo Macías. Esperamos que Fernando Ochoa de el paso en grande.
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