Una vara de Francisco Javier Sánchez al primero
La novillada de Nazario en Madrid
José Ramón Márquez
Hoy tocaban los toros de Nazario. Antes había una coplilla que decía:
Si te llega a coger
Un toro de don Nazario
Nada ya tienen que hacer
Médico ni boticario
Claro es que este don Nazario no tiene nada que ver con el Nazario de hoy, que aquél era don Nazario Carriquiri, ganadero navarro cuyo retrato se puede ver en el Museo Romántico de Madrid, creador del hierro de las dos ces entrelazadas. Sin embargo, algo une a los dos nazarios, al antiguo de las patillas y los toros navarros vivos y bravos y al moderno Nazario Ibáñez,y esto es que quienes hoy usan el viejo hierro lo ponen sobre las pieles de animales de encaste Núñez, el mismo encaste de los toros del moderno Nazario, que hoy soltó a sus multicolores pupilos a la blancuzca arena de Madrid y nos ha permitido evocar a un ganadero romántico.
Entre los pupilos del Nazario moderno hubo de todo, pero en general lo que más abundó fue el buen rollito; vamos, que los nazarios en general pusieron de su parte lo que tenían que poner para tratar de no aguar la fiesta a sus matadores. En particular, el segundo, Pedigüeño, número 51, y el tercero, Murga, número 40, parecían el lord protector de Antonio Puerta y de Rafael Cerro, pues tal era su empeño en acudir sin recelo ni malicia alguna a sus llamados, con tranco alegre y vibrante y sin albergar en sus mentes táuricas la más mínima mala idea.
Los toros pusieron de su parte lo que les correspondía. ¿Y los demás? Ahí la cosa es donde ya falla, en la cosa humana, mayormente. Mario Alcalde, acaso con el lote de más exigencia, pone sobre Las Ventas todo lo que sabe hacer, y cuando digo todo es que ha tratado de dar todos los pases, lances y adornos que concibe su tauromaquia, como si quisiera mostrar el catálogo de sus conocimientos. Si acaso, alguien le debería explicar que torear consiste en una progresión, que los pases que se dan se hacen con un fin y que el resultado de toda su labor debe tender a componer una obra compacta, un trabajo sólido al que se denomina ‘faena’, y que ésta debe tener una reunión en el espacio elegido, es decir que la faena debe finalizar en el sitio en que comenzó, en el lugar que eligió el torero con arreglo a sus conocimientos.
Mario Alcalde recorrió el ruedo junto a sus toros dando pases por aquí y por allá. En general se apreciaba su deseo de quedarse, de ganar la posición al toro, de torear con clasicismo, pero las mejores intenciones se veían desbaratadas por la palpable falta de oficio del novillero. A su primero le recetó una soberbia serie de redondos de gran hondura, que es, con mucho, el mejor toreo que se vio en toda la tarde. El resto, detalles y retazos que acabaron exasperando al respetable.
Antonio Puerta se hinchó a dar pases a su primero, que le tenía que haber puesto en el disparadero para la alternativa dándole un triunfo fuerte. Fue un novillo muy del gusto de Madrid, pronto, alegre, con buen tranco y sin maldad al que el murciano tundió a muletazos de estos que ahora se estilan, con el animal entregando sus embestidas a cambio de nada. Le jalearon desde el tendido y el muchacho lo mismo se creyó que la estaba liando. En su segundo, en un momento que se equivocó, se cruzó un poco al principio de la faena.
Rafael Cerro nos obsequió esta tarde con un toreo tan ratonero como el de July, pero algo más basto. Todo el oficio del que adolece Mario Alcalde le sobra a Rafael Cerro, puesto al servicio de la tauromaquia sin sentido que, al parecer, tanto gusta por ahí. Estuvo fino en unos adornos con la rodilla flexionada en su primero.
El sainete de espadas y verduguillos que dieron esta tarde estos tres es como para hacerles reconsiderar su futuro como ‘matadores’ de toros. La colección de refilonazos, bajonazos, pinchazos, estocadas contrarias, tendidas o chalequeras que se ha dado esta tarde, es como para ponerse a pensar muy seriamente si es decente anunciar en Madrid a unos muchachos que demuestran esa manifiesta incapacidad para matar a un toro por arriba.
Sobre las cuadrillas correremos un velo piadoso y muy, muy tupido.
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