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Ha sido un poco el mundo al revés. Con la desconfianza histórica que los taurinos tienen por los poderes públicos y su compromiso con la Fiesta, cuando se mira hacia atrás se comprueba que durante 2013 las batallas se ganaron precisamente en los despachos oficiales, mientras en los ruedos a la regeneración del espectáculo se le ponían tantas trabas que la hacían imposible. Resulta muy socorrido acudir a la crisis para explicar todo lo que nos está pasando. Pero por más que la crisis sea un hecho cierto y grave, eso no pasa de ser un mero entretenimiento, si realmente nos fijamos en las cuestiones de fondo. Cuando tres figuras no consiguen reunir más allá de medio aforo, la raíz del problema discurre por otros caminos muy distintos.
Esperando a la nueva temporada
2013, el año en el que se ganó la batalla en los despachos y se perdió en los ruedos
Antonio Petit Caro / Taurología
Cuántos contrastes se han dado en el año taurino de 2013. La Tauromaquia salió fortalecida de los despachos e instituciones oficiales, mientras que perdía en una gran medida la batalla de la regeneración en los ruedos. Un taurino de los clásicos bien podría decir, si se sincera, que ha sido como el mundo al revés.
Ahora resulta que deberán reconocer que los mayores logros del año taurino hay que anotarlos en la esfera de lo público, llámense Gobiernos, llámense Parlamentos, con lo que ellos han desconfiado históricamente de las decisiones de los poderes públicos, para fiarlo todo al diálogo del toro y el torero, al que luego resulta que le endosan demasiados aditamentos hasta condicionarlo en su misma esencia.
La realidad ha discurrido como todos sabemos. Se sacó adelante una buena Ley sobre la Tauromaquia, que tiene unas posibilidades importantes de desarrollo, y los poderes públicos consiguieron aprobar el Plan estratégico, cuyo buen fin queda a la decisión y la capacidad de los taurinos por llevarlo a la práctica hasta sus últimas consecuencias. No nos engañemos: los deberes están hechos. Si luego los resultados no son los que se esperaban, de poco valdrá, si no queremos apartarnos de la verdad, acudir al recurso de culpar al Estado de lo que no se ha hecho; eso es lo fácil y lo cómodo. Por el contrario, habrá que sacar la vara de medir para cerciorarnos de qué, cómo y cuánto han hecho los sectores profesionales para aprovechar la oportunidad que se les brinda. Ya no vale trasladar las responsabilidades a terceros: las herramientas para sentar unas nuevas bases están ahí.
[Permítasenos un paréntesis: cuando hace unos pocos días se aprobó el Pentauro, abocaba a la depresión profunda comprobar cómo los mismos que se acababan de instalar en público en los elogios y los parabienes, a la salida de la reunión eran los primeros en confesar su incredulidad total sobre la eficacia de lo que acaban de aprobar. Necesariamente venía a la memoria la célebre frase el conde de Romanones: “¡Qué tropa!”]
Pero si miramos hacia el ruedo, no nos habíamos recuperada de la resaca como de vino peleón que supuso el nacimiento y muerte del G-10, y comenzamos la temporada de este 2013 con la agria confrontación de El Juli y de su equipo con la empresa Taurodelta. De aquel episodio lo único que de verdad se sacó en claro es que, transcurrido un año, la empresa aún no le había liquidado al torero sus honorarios de la temporada anterior, algo que hizo a toda prisa cuando la tormenta comenzaba; lo demás no pasó de un “yo digo que tu dices…”. Es decir, nada.
En paralelo vinieron las rebajas: había que acortar las ferias porque el dinero de los bolsillos no permitía unas mayores alegrías, en la creencia de los organizadores; luego resultó que pese a los recortes, siguió la caída del número de abonos contratados, esos que antes estaban muy codiciados. Hasta se puso de moda aquello de regalar entradas entre la juventud, un gesto de buena voluntad de los toreros, pero de eficacia más que dudosa.
Pero nadie se atrevió a dar el paso de entrar en el fondo de la cuestión: no es que la Fiesta no interese al público de hoy; lo que tira para atrás es “esa” Fiesta que ellos montan. Volvimos a los mismos carteles de siempre, cerrados para hierros y toreros que no fueran los habituales, implantando una falta de novedades y alicientes, que acaba por cansar al más paciente; nos instalamos, en fin, en la monotonía, de acuerdo con la cual una feria se diferenciaba de otra poco más que en la fecha de su celebración.
Y para tres gestos que se anunciaron a bombo y platillo, los tres resultaron fallidos: muy pobre impresión –aunque medio salvara la tarde al límite de la campana-- dejó la encerrona de Manzanares en Sevilla; un toro se interpuso en el encuentro de El Juli con los toros de Miura y la encerrona de Talavante con los “victorinos” resultó el capítulo magno de la incapacidad. Y cuando el año terminaba, el gesto de Iván Fandiño haciendo doblete en el otoño madrileño, se desinfló como un globo de feria.
Cuando de lo que en el invierno hablan los aficionados, y lo hacen en abundancia y muy justamente, es de Javier Castaño y su cuadrilla, es que algo no marcha en el escalafón superior. Pero no les queda otro tema mejor fundado, cuando para más colmo 2013 estaba predestinado a no ser el año de Morante y José Tomás se quedó en el dique seco. No les quedaba ni esa emotiva válvula de escape.
Pero junto a tardes muy contadas, en las que la emoción y el riesgo fueron compatibles con el arte, tuvimos sorpresas agradables, como esa hornada de toreros nuevos que nos mandó México, o como el redescubrimiento de Manuel Escribano y el inicio de la confirmación de Antonio Nazaré, por citar dos casos. Pero para entonces las ferias estaban ya hechas y no quedaban prácticamente huecos, aunque fueran para agosto y septiembre.
Que algo falla es evidente. Y lo hace en todo el entramado. Si los datos empresariales son ciertos, resulta de difícil entendimiento que con Morante, El Juli y Manzanares en el cartel y el “no hay billetes” en la taquilla, en las cuentas de Sevilla luego falten 90.000 euros para que estén equilibradas. O que tres figuras en un cartel de feria tan sólo reúnan a la mitad del aforo, como se ha repetido hasta la saciedad.
Si ahora se vuelve sobre la imperiosa necesidad de regenerar la Fiesta, los antecedentes resultan un tanto descorazonadores. Tanto que tan sólo con plantes como los de esa especie de G-5 no solucionan, aunque les asista parte de la razón. Un sentimiento que se aumenta al comprobar que cuando aún no llegó 2014 lo primero que han hecho las empresas que mandan es asegurarse camadas enteras de ese monoencaste que hoy domina en los corrales. ¿Dónde dejan el cambio de actitud?
Los responsables del desaguisado, que con tanta cortedad de miras plantean la cuestión, se benefician de que los aficionados se autohacen a posta de memoria muy frágil: prefieren revivir en el recuerdo esas pocas tardes en las que se emocionaron que hacer balance de todo lo demás. En el fondo, es la fuerza enorme que tiene el arte del Toreo; es tal su fogonazo que nos hace olvidar todo lo demás, incluso siendo importante.
Sin embargo, del recuerdo de unos cuantos, que de antemano estamos ya convencidos, la Tauromaquia --llamada a ser un espectáculo de masas-- no vive; su edificio se resquebraja porque se resiente la presencia en los tendidos de esos otros a los que, teniendo algún tipo de interés por la Fiesta, también se plantean que han sacado las entradas para algo más que aburrirse en un día de feria o en una tarde, simplemente, de ocio.
Y no es sólo cosa de los precios desorbitados de las localidades. Con España en la ruina total, Manolete llenaba las plazas, incluso cuando se subían los precios para hacer frente a los honorarios crecientes del torero. Cuando ahora, por ejemplo, se generaliza que el problema del descenso del número de abonos en una medida muy apreciable se debe a que las empresas han dejado de sacarlos, para luego distribuirlos como una cortesía a sus clientes, no se dice toda la realidad de lo ocurrido. Hay datos constatables. Casos y no pocos se podrían contar de empresas que sacarían un mayor número de entradas si fueran para esos “días grandes” del ciclo, no para las otras tardes. Y es que hoy en día a ese cliente al que interesa cuidar no se le puede obsequiar con cualquier cosa; te descuidas y te devuelven amablemente las entradas porque no tiene fecha libre, si es que no te dicen, más abruptamente, que esas no son sus localidades, ni esa su corrida. No deja de ser una magnifico termómetro de lo que hoy ocurre.
Frente a estas realidades, cuando en el Plan estratégico de marras se habla de la regeneración y de la calidad del espectáculo taurino, no se está haciendo un brindis al sol, ni menos se ha acuñado una frase tópica. Se está poniendo negro sobre blanco la pura realidad: o los profesionales, en todas sus variantes, se empeñan por volver a las verdadera señas de identidad de la Tauromaquia, o difícilmente se va a proteger y a promocionar un arte al que sus propios autores vacían de sus contenidos esenciales. En una sociedad en la que el ocio gana terreno cada día, incluso a precios mucho más competitivos que los taurinos, no queda sitio para la quincallería.
A partir de ahí, podemos ponernos discutir si a Canorea le asiste la razón para sus exabruptos verbales o si se ha pasado muchos pueblos, si la explotación de Las Ventas debiera ser de éstas o aquellas características, si eso del G-5 es un peligro o un acierto, si… Pero con todo eso no haríamos más que entretener el aburrido invierno, dándole vueltas a la misma noria cuando resulta que entre unos y otros están secando el propio pozo de la Fiesta.
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