La histórica película "Currito de la Cruz"
Pepín Martín Vázquez y la Semana Santa en el cine
Antonio Puente Mayor
Quizás el nombre de Pepín Martín Vázquez le diga poco a los aficionados a las procesiones. Pese a haber sido un gran matador de toros de su época (nos estamos refiriendo a los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado), tampoco es de los más populares entre los profanos en esta materia. No obstante, si anotamos el título de Currito de la Cruz la cosa cambia radicalmente. Y es que el diestro sevillano, además de regalarles numerosas tardes de gloria a sus seguidores --fue uno de los aspirantes al trono de Manolete junto a Luis Miguel Dominguín-- forma parte de la memoria colectiva merced a su papel en la película de Luis Lucía (1949).
Facultades, desde luego, no le faltaban. Su carrera ascendente desde su debut en Madrid y Sevilla en 1944, seguido de las exitosas campañas americanas junto a grandes como Gitanillo de Triana y el liderazgo del escalafón en 1947, con 87 contratos, dan buena prueba de ello. Lástima que su carrera fuese tan corta por culpa de una grave cornada. Lo que no sabemos es si por la cabeza del matador pasó alguna vez la idea de convertirse en estrella de cine; aunque lo cierto es que, cuando se puso delante de la cámara, secundado por actores de lujo como Tony Leblanc, Ángel de Andrés o María Isbert, a Pepín no le tembló el pulso.
De su acceso a la realización del film, por cierto, la tercera versión cinematográfica de la novela de Alejandro Pérez Lugín, el propio Martín Vázquez comentaba en una entrevista: “El capitán general de Sevilla, amigo mío, me invitaba a comer en Capitanía. Un día, al término de un almuerzo, me dice: ‘Éste es mi hijo, trabaja en Cifesa y quiere que hagas una película. A ti no te cuesta trabajo decirle que ya verás...’ Acepté sólo a eso. Pero cuando llegué a Madrid, me piden la primera secuencia que brindé: ‘¡Por Manolo Carmona, el mejor torero que he visto en mi vida!’. El director, Luis Lucía, exclamó: ‘¡Maestro, usted es el que busco, es el mismísimo Currito de la Cruz!’». Y razón no le faltaba al cineasta, ya que además de sus naturales dotes para el toreo, Martín Vázquez encajaba por su edad y físico con el personaje, amén de estar vinculado, como ocurre en la película, con el mundo de la Semana Santa.
Un macareno de San Bernardo
Es en el barrio de la Macarena, y muy próximo al lugar donde hoy se alza la basílica, donde el diestro ve la luz un 6 de agosto de 1927 en el seno de una familia netamente taurina. Por tanto, su destino estaba unido, inevitablemente, a la Señora de San Gil y al gusto por todo lo cofrade. En consecuencia, y al igual que su hermano Rafael, Pepín ingresa en la nómina del Señor de la Sentencia y la Virgen de la Esperanza, a la que estará ligado durante toda su vida, llegando incluso a ceder algún traje –la Virgen del Rosario posee una saya confeccionada con sus piezas–.
Asimismo, y siguiendo el ejemplo de otros importantes espadas de su tiempo, se apunta también a la hermandad de San Bernardo, en la que sale de nazareno junto a los hermanos Manolo y Pepe Luis Vázquez. Por último, la relevancia de este torero y su vinculación con el personaje de Currito de la Cruz nos vuelve a interesar por su doble significado fílmico y cofrade.
Sobre todo porque la cinta de Luis Lucía incluye imágenes valiosísimas de la Semana Santa de los años cuarenta; concretamente del paso de Jesús del Gran Poder, al que el personaje de Nati Mistral –Rocío en la película– canta una saeta todos los años desde el balcón de su casa. Ya hemos dicho que no era la primera vez que se llevaba la novela sobre Currito de la Cruz al cine. De hecho, en 1925 causó sensación el rodaje, en pleno discurrir de las procesiones hispalenses, de la versión muda dirigida por el propio autor del libro. En este caso la dudosa calidad del film no impide que sea un disfrute para todo cofrade que se precie, ya que entre sus imágenes destacan verdaderas joyas vintage, como la salida de la hermandad de la Hiniesta o fragmentos de las estaciones de penitencia del Amor, la Amargura, el Gran Poder, la Esperanza de Triana y la Macarena.
La versión más valiosa
Tras esta película vendría la primera versión sonora de Currito de la Cruz, realizada en 1936 y con la dirección de Fernando Delgado, curiosamente el ayudante técnico de Alejandro Pérez Lugín en la cinta de 1925. Por último, diecisiete años después de la producción de Luis Lucía llegaría una cuarta versión de la historia interpretada por Francisco Rabal, Arturo Fernández y Manuel Cano El Pireo en el rol protagonista. Esta versión es quizás la más popular en cuanto a sus muchas redifusiones por televisión, si bien los críticos coinciden en señalar a la tercera (1949) como la más valiosa, pasando a la posteridad el rostro y buen hacer ante el toro de Pepín Martín Vázquez.
Sirva como curiosidad una anécdota narrada por Antonio Burgos a propósito de la biografía de su admirado Curro Romero. Al parecer, en una de las muchas entrevistas realizadas por el periodista al célebre matador de toros para la realización del libro Curro Romero: La Esencia, este le confesó que a partir de los múltiples visionados de Currito de la Cruz en el cine de verano de su Camas natal, decidió hacerse torero. Por eso no podía faltar al funeral de su admirado Pepín Martín Vázquez, icono de los ruedos y, cómo no, también de las pantallas, que nos dejó en febrero de 2011 a la edad de 83 años.
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