Lo tremendo de este Ponce en su eterna permanencia en la cumbre a los ya 28 años de alternativa, es el infinito del toreo, el no va más, la increíble realidad de un sueño que no se acaba ni que parece va a acabarse nunca.
A última hora del día supimos que Enrique Ponce volvería a actuar hoy en la plaza de su Valencia en sustitución de Cayetano. Nada más oportuno porque lo de ayer fue protagonizar una tarde para la historia en la plaza mayor de su tierra. Enrique tenía muchas ganas de conseguirlo tras varios años sin ninguna suerte en el coso de la Calle Xátiva, llena hasta los topes para verle otra vez y van… Pareció una gloriosa premonición que nadie quiso perderse. Y acertamos todos abrazando la felicidad. Pero sobre todos, Enrique. Este Ponce sublimado, incombustible e intratable cada vez que sienta cátedra en su trono de emperador del toreo porque viene reinando ya muchos años en todas las plazas del mundo. Tal aserto aún lo niegan unos cuantos pertinaces enemigos que, curiosamente, son los mismos que yo tengo… Pero mira por donde que, cuanto más nos odian, más felices somos…
El Incombustible, incomparable e insuperable
Enrique Ponce se adueña de la feria.
Valencia. Coso de la calle Xátiva. Sábado, 17 de marzo de 2018. Séptima de feria. Lleno absoluto. Toros de Domingo Hernández y Garcigrande, bien presentados y en su mayor parte de cómodas cabezas. Resultaron tan inciertos como manejables, sabiéndoles tratar. Solamente lo consiguió Ponce.
Enrique Ponce (carmelita y oro): Estocada defectuosa y descabello. Aviso y clamorosa vuelta al ruedo tras unánime petición de orejas con gran bronca al presidente por no concederla en un incomprensible dislate. Pinchazo y estocada desprendida, Aviso y dos orejas. Salió a hombros e loor de multitudes entregadas como pocas veces hayamos visto.
Alejandro Talavante (grana y oro): Pinchazo y estocada caída, silencio. Pinchazo en los bajos, estocada atravesada y dos descabellos, aviso y silencio.
Paco Ureña (blanco y oro: Pinchazo y estocada. Aviso y palmas con saludos. Estocada, oreja. Pasó maltrecho a la enfermería por la tremenda cogida que sufrió en plena faena de muleta.
Parte médico: “El diestro Francisco José Ureña Valero, durante la lidia del sexto toro de la corrida del 17 de marzo de 2018, ha sufrido un politraumatismo con varetazos en pierna derecha, erosiones en ambos miembros inferiores, contusión costal y cervicodorsal con evidente contractura del raquis cervical y ausencia de síntomas de compromiso sensitivo y motor en miembros superiores e inferiores. Ante la persistencia de dolor traumático en el tránsito cervicodorsal, se le practica un BODY-TAC, con resultado normal. Queda ingresado para tratamiento analgésico y control médico”. Firmado: equipo médico de la plaza de toros de Valencia. Hospital de la Salud.
De lo acontecido ayer, hay una imagen que nunca podré olvidar. Fue cuando Enrique Ponce se plantó en los medios del ruedo bajo una ensordecedora ovación, oyendo ensimismado el unánime grito de ¡torero-toreo!, y permaneciendo así un largo rato durante el que, imagino, saboreó como pocas veces la íntima satisfacción por su tan enorme triunfo sin querer que ese momento se le escapara. En ese largo instante quedaba resumida íntimamente la imagen del portento que acababa de protagonizar sintonizando totalmente con cuantos allí estuvimos, subyugados, entregados, rendidos e infinitamente emocionados.
Al toreo y, sobre todo, al gran toreo le debe preceder y acompasar la lidia que no es otra cosa que hacer o evitar hacerles a los toros las cosas necesarias para que su comportamiento permanezca inalterado si es bueno o para que mejore si no lo es. Y los de ayer no fueron fáciles para ninguno de los contendientes. Y fue por ello, por la incomparable y grandiosa maestría de Ponce que los toros primero y cuarto parecieron mucho mejores que los demás lidiados.
Uno comprende que quienes actúan con Ponce, cual sucedió ayer tarde, traten de epatarlo como sea. Unos, como Talavante en la corrida que nos ocupa, perdió su propio norte hasta no parecer ni él mismo. Desnortado se suele decir en estos casos.
Lo de Paco Ureña fue pura y dura, durísima heroicidad sin orden ni concierto con una entrega infinita hasta acabar maltrecho y de puro milagro no muy gravemente herido. Especialmente su faena al sexto aunque no sea propio llamar faena a la batalla que protagonizó el murciano. Fueron largos minutos de angustia por cuanto Ureña no desistió de plantar cara a su feroz enemigo. Los toros con genio se vuelven demonios cuando hacen presa y estar a su merced como lo estuvo Ureña en interminables minutos de angustia propia y colectiva, es algo fortísimo. Seguro que a Paco Ureña no se le olvidará nunca la corrida de ayer como a ninguno de los que la presenciamos in situ y pienso que también cuantos miles de aficionados de todo el mundo la presenciaron a través de la televisión.
Ahí es nada. El toreo en toda su extensión y en dos grandiosas versiones opuestas. La del poder absoluto que depara la gloria sublime, y la de la de esas batallas que se pierden y se ganan al mismo tiempo. Porque Ureña, sin estar bien por absolutamente impreciso frente al sexto toro – ya había hecho algo parecido con el tercero aunque sin pasar a mayores – dio una lección de hombría y de amor propio incuestionables.
Lo de Enrique Ponce… pues qué quieren que les diga si llevamos viéndole gozosos es decir poco tal cual ayer en cada plaza que viene pisando desde hacer ya varios años. Estos años de su incombustible atardecer profesional que lejos de ser decadentes son infinitamente crecientes. Caso único en la toda la historia del toreo. Lo de Ponce ya no son las estadísticas porque ya las ha superado todas – récord de los récords -, lo de Ponce es juntar cada tarde desde su inmenso valor – que no se nota y de ahí su inmensidad – a su inteligencia pitagórica, a su prodigiosa técnica, a su capacidad de templar hasta el vuelo de las moscas, a su sentirse tanto que parece que quien más torea es su alma que no su cuerpo, y a sus maneras de moverse sobre la arena más propias de una estrella del gran ballet – Ponce es el Nureyev del toreo – que el de uno de esos pocos grandísimos artistas del toreo con los que gozamos cuando están en vena y sufrimos cuando no encuentran con ellos mismos que es casi siempre.
Lo tremendo de este Ponce en su eterna permanencia en la cumbre a los ya 28 años de alternativa, es el infinito del toreo, el no va más, la increíble realidad de un sueño que no se acaba ni que parece va a acabarse nunca.
Todo esto fue lo que nos envolvió ayer mientras Enrique permaneció en la escena arenosa de esta su plaza de siempre y para siempre. La gente le obligó a saludar tras el paseíllo. Ponce, como siempre un señor de señores, invitó a sus dos compañeros a compartir el homenaje. Y de ahí en adelante, dos apoteosis poncistas dos a las que un estúpido presidente pretendió ponerle límites negando la concesión de una primera oreja archibién ganada y unánimemente solicitada por el público. Sin duda arrepentido por el injusto estropicio, tras matar Enrique al cuarto toro, sacó los dos pañuelos a la vez. Como no podía ser menos. Estos presidentes que pretenden ser los protagonistas de las corridas sobrepasan la imbecilidad. Dimita usía ya si le queda un gramo de vergüenza.
El temple, la mayor arma del toreo, fue ayer como siempre la formula mágica que en Enrique Ponce es tan proverbial que ya apenas le damos importancia por lo habitual de su práctica inagotable.
Señores profesionales del toro y del toreo, señores aficionados de Valencia y de todos los confines, les doy y comparto emocionado mi más sentida !ENHORABUENA¡
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