No se acordó el nombre del lugar preciso, pero describe con admirables conocimientos geográficos paisajes, pueblos y caminos de La Mancha, en España, que sí alcanzaron fama mundial gracias a las andanzas del ingenioso hidalgo. Personas y lugares, con sus identidades, sus culturas y sus relatos, también sus omnipresentes ventas y ventorrillos como sitios de encuentro de vecinos y viajeros, en fin, con todo lo que constituye el pequeño cosmos de cada lugar.
Hoy que la realidad virtual se impone y el ser humano puede navegar en espacios etéreos, conviene volver a los lugares y constatar que las posibilidades que nos entrega a velocidades inauditas las tecnologías, al fin y al cabo no pueden ignorar que todo parte de un espacio concreto, específico, localizado en tiempo y territorio, que exige una calidad que se expresa en servicios públicos de calidad, en abastecimiento de bienes para satisfacer necesidades humanas tan “banales” como la alimentación, la salud, la seguridad, la recreación y el compartir con los demás, como nos lo recuerda el poeta Rafael Cadenas en su discurso al recibir el premio Cervantes: “…asistimos a una revaloración de la vida corriente”.
Todo comienza allí donde uno está, y en términos de la calidad de vida que nos ofrece. Por ello, sean como sean las novedades tecnológicas que nos ofrezcan las mil y una posibilidades, la gente necesita las buenas condiciones del lugar, que tenga electricidad, agua potable, acceso a los alimentos, centros de salud y educación, parques y jardines, trasporte y demás cosas que no pueden dejarse por sentadas, y menos en este erial institucional que es Venezuela.
Y esa calidad del lugar -el desarrollo sostenible de la localidad puede decirse- exige una comunidad cívica activa, un buen gobierno municipal, una orientación estratégica para que las cosas se hagan con sentido común, la participación de las empresas y de sus entidades de pensamiento que son las universidades, academias y ateneos.
Además, un clima de libertad, democracia, instituciones sólidas que generen confianza, un ambiente grato y bien cuidado, y unas relaciones cordiales y fecundas entre sus ciudadanos. En lugares así, articulados entre ellos gracias a las posibilidades de las comunicaciones, se puede iniciar la aventura de hacer un mejor planeta.
Todo comienza en cada persona y en cada lugar, con sus nombres y su identidad. Soñar y convivir, como el Quijote y sus locuras, y Sancho Panza en sus afanes de la cotidianidad.
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