Transitando por caminos que descubrió en soledad y alejándose del carril de lo preconcebido, dio con el modo de usar la llave.
Morante y la llave del toreo
Por Jesús Martínez
Hace 18 años Morante de la Puebla se anunció con seis toros en la Corrida de la Beneficencia de Madrid. Aquello no resultó y acabó con un llanto inconsolable en los brazos del rey Juan Carlos.

Apenas tres o cuatro días después, era por junio, el torero caminaba por la orilla del río desde La Puebla hacia Coria. Tras él, un ciclista pedaleaba en la misma dirección. Supo de lejos que era “el Morante”. Al llegar a su altura, giró su cabeza y le dijo: “Ánimo, José Antonio. Insiste, que tú tienes la llave de esto”. El ciclista siguió adelante, pero aún pudo oír a su espalda: “Gracias, gracias”.
Los morantistas lo eran por algo, pero no imaginaban que ese algo iba a ser el torero más grande de su época. Quizá también de la historia, mas ésta es demasiado extensa como para andar comparando con toreros no vistos y tiempos no vividos. Sí. Tenía la llave. Mucho se ha hablado y escrito: arte, valor, pinturería, capacidad, virtuosismo, una afición desmedida, una vasta cultura taurina extraída de la memoria de los mayores, de papeles, de imágenes… Todo lo absorbido lo ha ido expresando a su manera en el ruedo, su taller creativo, para que lo veamos y lo sintamos y nos emocionemos hasta más allá del límite de la razón. Pocos esperaban lo de estos últimos años, sobre todo este 2025: su compromiso absoluto con el mundo que le ha hecho ser lo que es y su lealtad a sí mismo para devolverle a ese mundo más que lo que recibió de él. Y, de paso, elevarse a una dimensión nunca antes alcanzada por toreros etiquetados como artistas.
Morante siempre se sintió mejor yendo por libre. Rompía los cánones del deportista torero moderno. Aunque pareciera una pose, se dejó crecer melena y patillas, fumaba puros en el callejón, vestía de modo extravagante… No era una pose. Era un modo de ser y sentirse. Una reafirmación de lo que significa ir por libre. Así, transitando caminos que descubrió en soledad y alejándose del poblado carril de lo preconcebido, dio con el modo de usar la llave. No sin esfuerzo. Su búsqueda por los arcanos de la tauromaquia ha sido incansable. También su lucha contra su enfermedad. Y mientras su mente deambulaba por la negrura, se nos apareció luminoso… Entrega total, abandono del cuerpo, toreo de salón en diálogo íntimo con un animal que te puede quitar la vida…
Se echó a la espalda una tauromaquia alanceada desde muchos frentes, principalmente el político. Quizás por ello se entiendan sus guiños y sus dos últimos brindis, que de todos modos creo equivocados, ya que también hay aficionados de izquierdas y actos así alimentan la división, nítido objetivo del político del siglo XXI. Tenía otras opciones: su apoderado, que tanto lo ha ayudado; el público, que tanto lo ha querido; su compañero de terna, que también se despedía… Pero, ay, hablamos de Morante…
Aunque al taurino le pese, se ha ido. Y lo ha hecho cuando lo tenía que hacer. Lastimosamente, eclipsó sucesos importantes el 12-O, pero era ese el día del adiós. Si vuelve o no es cosa suya. Se ha ganado ese derecho. No debería hacerlo porque no es posible prolongar sin consecuencias esa entrega casi sacrificial y ese nivel de autoexigencia. Más tiempo así y el hombre, no ya el torero, habría quedado consumido. Exhausto. Vacío. Ahora le toca cuidar a la persona para que José Antonio Morante Camacho saque a relucir la misma maestría e integridad que ha mostrado al mundo Morante de la Puebla, quien deja como herencia una Fiesta recuperada. Es obligación de los que se quedan mantenerla en esa dirección ascendente e incluyente que ha legado Morante de la Puebla, poseedor de la llave del toreo.

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