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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 7 de noviembre de 2010

Quien cree no está solo / Por I. Ruiz Quintano

 Largas colas se formaron ayer para entrar en el Obradoiro, 
donde el Papa presidió la misa.- Fotografía: Miguel Muñiz  

 Quien cree no está solo

El Pontífice completó ayer su primera jornada de una visita histórica a España

 Ignacio Ruiz Quintano
DESDE SANTIAGO
ENVIADO ESPECIAL A
SANTIAGO
DE COMPOSTELA
Domingo, 7 de Noviembre de 2010.-
Visto y no visto. No es más que un instante de claridad. Pero es la claridad de la majestad que impone el peso de la púrpura, esos dos mil años a cuestas de un hombre octogenario señalado para buscar y salvar lo perdido. Es el Papa Benedicto XVI en Santiago. Apenas medio segundo que nos lleva tres horas de espera.
—Pero quien cree no está solo.
Por la avenida de Juan XXIII, el «papamóvil» pasa velozmente, precedido por un vehículo que podría ser el del ministro Rubalcaba haciendo de «safety car». El visto y no visto pinta una desilusión como la de «Bienvenido Mr. Marshall».
En el «papamóvil», frente al Papa, hemos visto a su secretario, Georg Gaenswein —cuya elegancia, al decir de las comadres, inspiró a Donatella Versace una colección de camisas—, y al arzobispo de Santiago.
—¿De Santiago? ¡No, «home»! De Zamora. Fresno de la Polvorosa— corrige un señoruco que cree que se discute la cuna del señor arzobispo. El pueblo donde tiran a la cabra del campanario...
Para llegar a la avenida de Juan XXIII ha habido que rodear la ciudad de Santiago, con todos los callejos del centro cerrados por la Policía: policías hechos y derechos mezclados con policías novatos en prácticas de Academia. ¿Quiénes de ellos perderían el otro día los papeles secretos de la seguridad papal que un ciudadano anónimo devolvió a la autoridad?
Con las de Juan Pablo II, es la tercera visita de un Papa a Santiago, y en la tertulia de valla se establecen las comparaciones:
—El polaco era más simpático.
—Pero el alemán habla más idiomas.
Es la traducción popular de las visiones que, a juicio de Peter Seewald, han establecido los medios:
De Wojtyla estimaban la emotividad, el dramatismo de sus gestos varoniles; de Ratzinger, la nobleza, esa postura aristocrática al hablar y actuar, que recuerda a los grandes de la Antigüedad clásica.
Después de unos días de primorosa —aunque falsa— primavera, hace un frío sin sol en Santiago. En la valla se culpa de la demora a Rubalcaba, que entretiene al Papa en una audiencia.
—¿No es Jefe de Estado el Papa? ¿Qué hace entonces con Rubalcaba?
Ya tiene caso salir del sol de Roma para caer en la niebla de Santiago y que aparezca Rubalcaba, el hombre del día en la política local, sólo por haber presentado como un logro que la economía española crece al cero por ciento. La esperanza es que Benedicto XVI, gran amigo personal de Trappatoni, sepa improvisar un «catenaccio» para parar al hombre que en España presume de saberlo todo de todos.
En la valla de enfrente, muchachas rubias agitan una pancarta, «Tarnowskie Gory», que no sabemos leer.
—¿Qué comerá el Papa?, pregunta una mujeruca.
—Ni las monjas que atienden al señor arzobispo lo sabían ayer, responde un enterado.
Gran parte del público de valla o de cuneta está entre la adolescencia y la juventud. Grita y canta con una alegría que quita el frío. En Alemania se reza en las escuelas. Un periódico de Madrid envió a Berlín a un reportero para contrastar el laicismo alemán y se llevó esa sorpresa. «¿Y por qué se reza?», preguntó el reportero. Y le respondieron: «Porque una vez dejamos de hacerlo y nos fue muy mal».
La decisión de Ratzinger por el sacerdocio tuvo que ver con la atracción espiritual que le produjo el misterio de la antigua liturgia romana:
—El aspecto estético era tan sobrecogedor que era un auténtico encuentro entre Dios y yo, confesará el Papa.
La TV gallega pondera el galleguismo del arquitecto gallego del escenario de la misa papal. Él da sus explicaciones, pero, metido en esa plaza universal, su aparejo viene a ser una metáfora del relativismo cultural que tanto ha combatido el Papa. Este localismo tan hispánico acaba por reducirlo todo a «performances» con sabor a pollo de albergue: gallega la TV, gallega la arquitectura, gallega la artesanía y gallega la música.
La música, precisamente, es lo que más ha cuidado esta vez el canónigo Búa, coordinador de las visitas papales, que salió insatisfecho de las dos experiencias anteriores.
Sin las verdades de la música, ¿cuál sería nuestro déficit de espíritu al caer el día? —pregunta el gran revisor de la cultura Steiner—. La música y el sentimiento religioso han sido inseparables. ¿Qué hay en el mundo semejante a la música? ¿A qué se parece la música?
Quizás a ese instante de claridad y estremecimiento al paso del viejo Papa de Roma por el Camino más antiguo de la Cristiandad. «Habemus Papam». Tenemos Papa.

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