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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 2 de octubre de 2018

La hora del Ejército para detener el golpe de Estado del totalitarismo independentista catalán en alianza con la extrema izquierda



Ante el Golpe de Estado declarado en Cataluña, el Gobierno de Pedro Sánchez, la Monarquía de Felipe VI y el Ejército español han de saber que los ciudadanos demócratas españoles les estamos mirando fijamente, con tanta atención como desconfianza.

 Los españoles esperamos que el Rey, el Presidente y la Jefatura del Ejército nos defiendan de la sinrazón y castiguen a los golpistas como marca la Ley. Y habrán de hacerlo así, con contundencia, eficacia y rapidez.

La hora del Ejército para detener el golpe de Estado del totalitarismo independentista catalán en alianza con la extrema izquierda

Si la chusma política que lidera el Gobierno central no hace lo que debe hacer y, por ejemplo, no aplica nuevamente y con imediatez el artículo 155 de la Constitución para detener el golpe de Estado que el totalitarismo independentista catalán, en alianza con la extrema izquierda, mantiene vivo desde hace más de un año, la situación de España se hará insostenible. Y será una situación intolerable no solamente por el devenir tortuoso que sufrirá Cataluña, y especialmente las decenas de miles de ciudadanos no nacionalistas que viven y trabajan en esta región, sino, sobre todo, porque las principales instituciones españolas, desde la Monarquía a las Justicia, pasando por el Parlamento y las fuerzas armadas, quedarán ante los ciudadanos como instrumentos inútiles que no pueden salvaguardar lo que nos es más querido y más valioso: la libertad, la convivencia civilizada, el respeto a las leyes, la igualdad entre los ciudadanos y la seguridad para nuestros hijos

Ante el Golpe de Estado declarado en Cataluña, el Gobierno de Pedro Sánchez, la Monarquía de Felipe VI y el Ejército español han de saber que los ciudadanos demócratas españoles les estamos mirando fijamente, con tanta atención como desconfianza. Y que esperamos encarecidamente que, a través del artículo 8 de la Constitución, defiendan nuestros derechos como hombres y mujeres libres que somos, que esperamos que protejan el futuro de nuestros niños (y su derecho a vivir y estudiar en su país hablando en su lengua materna) y que esperamos que resguarden con fuerza nuestro sistema de convivencia de esa contumaz chusma nacionalista, incendiaria y radical que, malversando los recursos públicos, trata de imponer a todos los españoles sus pesadillas más delirantes y fanáticas.

En estos momentos de la historia, los ciudadanos simplemente decentes, quienes pagamos religiosamente nuestros impuestos, quienes tratamos de facilitar la convivencia colectiva, quienes tratamos de transmitir ideales de tolerancia a nuestros descendientes y quienes todavía confíamos y creemos en los valores que se derivan de palabras como patria, tradición, familia, estirpe o historia, nos encontramos excepcionalmente indignados por la absoluta incapacidad y el desinterés de nuestras instituciones, mayoritariamente en manos de la extrema izquierda y los independentistas, para defender nuestros derechos más elementales: sobre todo, a la seguridad física, a la protección normativa, a la garantía de podermos entender en español con nuestros vecinos, a la libertad en cualquier parte de nuestro territorio y a la esperanza de un futuro para nuestros hijos.

Cada vez tenemos menos cosas, menos certezas, menos seguridades y menos confianza en este Estado. Y cada vez tenemos más rabia y más tentaciones de defendernos por nuestra cuenta. Y algunos deberían comenzar a imaginar qué puede ocurrir si muchos españoles comienzan a tomar las decisiones necesarias y urgentes que sus instituciones son incapaces de tomar… Los españoles esperamos que el Rey, el Presidente y la Jefatura del Ejército nos defiendan de la sinrazón y castiguen a los golpistas como marca la Ley. Y habrán de hacerlo así, con contundencia, eficacia y rapidez, porque, en caso contrario, podría darse la situación de que una posible independencia de Cataluña pasase a ser el menor de sus problemas.

*La Tribuna del País Vasco/Alerta Digital

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