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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 21 de diciembre de 2020

De la suerte de matar y otras.../ por Paco Mora

Desplante de Marcial Lalanda.

 “Para matar lo que hay que hacer es fijar el toro en la muleta y tirarse sobre el morrillo de verdad”,

De la suerte de matar y otras...

Paco Mora
AplausoS / 20 de Diciembre de 2020
Para no continuar dando vueltas sobre el eje del coronavirus, que tiene atascado al toreo en su mismidad, vamos a echar mano de la historia y conocimientos de toreros que han hecho historia, y cuyas experiencias y opiniones vale la pena conocer y analizar. Marcial Lalanda, que fue un grande de la tauromaquia, aunque con la modestia de los que saben perfectamente quienes han sido, reconocía que no mandó ni cinco minutos en la Fiesta y no necesitaba adornarse con “plumas de ganso”. Coincidió nada menos que con Joselito y Belmonte, y Marcial, con una cabeza torera privilegiada, no podía engañarse a sí mismo, por lo que reconocía que aquellos dos monstruos eran los dueños y señores del toreo de su tiempo.

Para él, Gallito fue el toreo por antonomasia. Decía el torero de Vaciamadrid que Belmonte era un torero muy corto pero que descubrió que el toro no tenía terreno alguno, que todos los terrenos le son propios al torero, si este tiene valor para pisarlos. Y esto es lo que trajo el trianero y José lo asimiló de tal manera que si no se hubiera cruzado con él en Talavera de la Reina el toro Bailaor aquel fatídico día del mes de mayo, el hijo de la “seña” Gabriela se hubiera convertido enseguida en un monstruo de la tauromaquia de extraordinaria e histórica dimensión. Así y todo, para Marcial, José y Juan han sido la piedra angular del toreo, algo así como el Non Plus Ultra del arte taurómaco.

Si bien Chiclanero y Paquiro se erigieron en los precursores del toreo actual, porque fueron los primeros que comenzaron a mover los brazos como si no tuvieran piernas en la lidia del toro bravo, la llegada del Terremoto de Triana y Joselito “El Gallo” significó el paso definitivo para convertir la lucha del toro y el torero en arte. Y Marcial lo explicaba perfectamente con los conocimientos de la lidia que se le reconocían, afianzados por la modestia de los que de verdad han sido grandes en su profesión. Marcial, acompañado por Gallito -también matador de toros y hermano de José que fue varios años de banderillero del matador albaceteño Manuel Amador- ambos sobrinos de Joselito, me visitaban algunas tardes y en mi despacho de director de la publicación que entonces dirigía en Madrid, era una gloria oírle hablar de las cosas del toreo.

Recuerdo perfectamente cómo me contó que aquel célebre quite de “La Mariposa” con el capote que tanto prodigaba durante la segunda parte de su carrera, le salió por casualidad en un tentadero de una ganadería mexicana. “Me encontré casi cogido y me moví de un lado a otro con el capote a la espalda, y el ganadero se entusiasmo creyendo que era una suerte nueva que me acababa de inventar”, reía Lalanda para aseverar; “Pero no era verdad, aquello me salió huyendo para librarme de la voltereta o el achuchón de la vaca”. A partir de entonces el quite de “la mariposa” formó parte del repertorio capotero del que su pasodoble calificaba como “el más grande”. Marcial reconoció que lo había intentado tiempo después con la muleta pero era mucho más difícil, “dadas las exiguas dimensiones de la pañosa”.

Otra cosa con la que me sorprendió fue que me dijera que eso de igualar al toro para entrarle a matar es un cuento chino porque “no es necesario, ya que de poco vale juntarle las manos, si el toro da unos pasos hacia la muleta que el torero le ofrece con la mano izquierda, mientras le busca el hoyo de las agujas con la espada, y naturalmente se desiguala”. La cosa viene, por lo que me dijo, de que Paquiro lo hizo un día para adornarse en la suerte de matar y, como vio que el público lo celebraba como una genialidad, lo hacía cada tarde. Pero es absolutamente innecesario. “Para matar lo que hay que hacer es fijar el toro en la muleta y tirarse sobre el morrillo de verdad”, finalizaba aquel maestro al que debo magníficas enseñanzas y conversaciones impagables sobre la lidia, en la que él fue maestro de maestros.

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