El nuevo partido político Izquierda Española, al que jalean muchos medios, tiene todas las papeletas para despeñarse por el mismo barranco que UpyD, Ciudadanos y toda la corriente “Libres e iguales”.
El Manifiesto/ 07 de enero de 2024
Después de Nochevieja, con los partidos desperezándose y encajando el cambio de alcaldía en Navarra, nació una nueva formación política: Izquierda Española. El joven abogado Guillermo del Valle, respaldado por el filósofo Félix Ovejero, se lanza a las elecciones europeas y promete una alternativa al PSOE que no pastelee con los nacionalismos periféricos ni defienda un nacionalismo español (el patriotismo les parece una tara). Su texto de presentación hace hincapié en el rechazo a cualquier identidad: apuestan por un partido laico, ajeno a cualquier vínculo que no provenga de la ley, alérgico a tribus, tradiciones y terruños.
Usan en su nombre la palabra “española”, pero quieren un espacio desinfectado de sentimiento nacional, capaz de funcionar igual de bien en Italia, Inglaterra o Indonesia. Aspiran a una España aséptica, homogénea, pasteurizada, donde se considere “racional” cualquier rechazo a nuestras raíces culturales. El ejemplo que se viene a la cabeza, casi de inmediato, es el de nuestra honda raigambre católica. Con el enfoque que exponen sus textos doctrinales, incorporar los valores cristianos al ideario del partido sería como alentar una adicción al horóscopo (tan irracional encuentran a la Bruja Lola como los valores morales del Nuevo Testamento, estamos ante un partido de 'mentes ilustradas'). ¿Qué futuro cabe augurar a esta apuesta política?
La mejor frase de Federico Jiménez Losantos sobre Podemos señalaba que, si Pablo Iglesias hubiese abrazado en 2015 la rojigualda y la Virgen del Pilar, no hubiese tardado en llegar a presidente. Casi todos estamos de acuerdo en que el neoliberalismo ha disuelto nuestros vínculos laborales, religiosos, vecinales, asociativos y patrióticos, algo que preocupa menos a las élites que a los de abajo. Mientras gran parte del pueblo añora el antiguo arraigo, casi todas las nuevas formaciones ofrecen más vacío tecnocrático, desde un Más País que parece un partido sueco (ni siquiera se atreven a incorporar la palabra “España”) hasta un abanico constitucionalista (UPyD, Ciudadanos, Cayetana Álvarez de Toledo...) incapaz de remontar el vuelo electoral con el enfoque de “Libres e iguales”.
"Mientras en España se menosprecia el arraigo, en Europa crecen las opciones patrióticas contra la tecnocracia globalista"
El nacimiento de Izquierda Española me pilla terminando el excelente ensayo Blasfemar en el templo (Monóculo ediciones), obra del afilado e implacable Adriano Erriguel. En sus páginas disecciona el artículo “Contra la identidad”, que Cayetana Álvarez de Toledo publicó en El Mundo en 2016. Allí se exponían tesis parecidas a las que ahora esgrime Izquierda Española, una posición que Erriguel rechaza de manera rotunda: “El problema de ese argumento es que evacúa el agua sucia (los independentismos periféricos) con el bebé que flota dentro (la idea de nación española). Para luchar contra el separatismo, el centro-derecha se desnacionaliza, se despoja de cualquier carga identitaria, aunque sea la española”, lamenta el autor.
Ni izquierda ni española
La tesis de Izquierda Española es tan parecida a la de la aristocrática diputada del PP que podemos decir que la nueva formación no es ni de izquierdas ni es española. La fuente de la que beben todos es la misma:
el Patriotismo Constitucional enarbolado por Jürgen Habermas, un trampantojo tecnocrático que debía servir para que el orgullo nacional alemán no se viera salpicado por las heridas recientes del nazismo (hablando en plata: un patriotismo sin patria). En España se intenta superar el guerracivilismo poniendo como fundamento un texto legal reciente, en lugar de asimilar nuestra potente historia de siglos, que deberíamos asumir con sus glorias y tragedias.
Ni que decir que en Alemania y en Europa las opciones patrióticas crecen frente a una tecnocracia globalista con pinta de colapsar en cualquier momento, a pesar del apoyo masivo de los medios de comunicación. La pujanza de Meloni, Marine Le Pen y Sarah Wagenknetch son sólo los últimos ejemplos. El conflicto lo explicó mejor que nadie la filósofa Simone Weil:
el capitalismo puede destruir cualquier cosa menos el deseo humano de arraigo. Por eso no pueden cuajar socialmente los partidos que acusan de tribalismo a quien respeta la tradición, de racista a quien pide comunidad y de identitario a quien propone defender su país, su religión y su cultura popular.
Lo advirtió también el pensador marxista y católico Terry Eagleton: "lo único peor que tener una identidad es no tenerla".
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