A Manolo Navarro le debo gratitud porque su amistad y sus juicios, han sido espuela estimulante para mi ánimo. Pido al maestro acepte estos intrascendentes comentarios, de un humilde periodista, desposeído de conocimientos suficientes para ensalzar debidamente su persona. Gracias maestro por tu amistad. Descansa en paz.
Gitanillo de Triana, dando la alternativa a Manolo Navarro
MANOLO NAVARRO, DECANO DE LOS MATADORES, MAESTRO Y AMIGO
Javier Hurtado
Periodista Taurino de TVE
Para quienes nos aficionamos a los toros en la época de Manuel Benítez “El Cordobés”, Paco Camino, Santiago Martín “El Viti” y el largo etcétera de figuras toreras que constituyeron aquella pléyade memorable, de los 60’ y 70’, el nombre de Manolo Navarro decía poco. Con el paso de los años y el acopio de lecturas supe que era coetáneo de Manuel Rodríguez “Manolete”. Sería tiempo después su homónimo Manuel Cano, gerente en los 90’ de la plaza de Las Ventas con la empresa Toresma, quién me amplió información sobre Navarro e invitó a conocerlo.
. “Si quieres te lo presento. El martes tiene cita conmigo. Vente al despacho, te gustará conocerle”.
Además de la amistad, a los “manolos” les unía una relación comercial, razón por la cual Navarro frecuentaba la oficina de Cano. Con pinta de escondrijo, el lugar en cuestión era un minúsculo espacio sin ventanas al exterior, pero entonces puede que fuera, después del Museo del Prado y el estadio Bernabéu, el lugar más visitado de la Villa y Corte.
Es verdad que siempre se exagera un poco por las mermas, mas cierto fue que por allí pasaban a diario representantes y apoderados de novilleros y matadores, mayorales, ganaderos, aficionados, abonados, hombres de empresa y gerifaltes de la política. Cada quisque con su personal cuita.
De entre toda aquella fauna ambulante había un reducido grupo de habituales, amigos personales de MC, que ocupaban asiento en el zaquizamí dos y tres veces por semana: los taurinos Miguel Flores y Pacorro y los policías Antonio González y Juan Lamarca. Las conversaciones, indefectiblemente, se circunscribían al ámbito de la Tauromaquia y la política social.
En aquellas tertulias improvisadas, a las que las circunstancias me permitieron asistir varias veces, sobraba tela cortada para pasar los meses invernales y no se dejaba en paz la lengua de los comentarios.
Creo que fue una mañana de enero de 1993 cuando me pasé por la oficina de Manolo Cano. Coincidí con Manolo Navarro. Recuerdo que en el momento en que entré en el cuarto, los allí presentes conversaban sobre la figura de Manolete. Navarro, que había toreado con él, rizaba sus comentarios sobre el Monstruo de Córdoba para no bajarle un solo peldaño del pedestal donde lo tenía colocado su paisano Cano, partidario recalcitrante, que atendía con los cinco sentidos repantingado bajo una fotografía inédita de Manuel Rodríguez, enmarcada en la pared.
Al escuchar la narración de Navarro, con aire simpático y respetable, de situaciones vividas en épocas pasadas, concluí que la elegancia y la policía en el hablar de aquel veterano torero, eran señales inequívocas de gran entendimiento.
El tabuco donde MC despachaba los asuntos inherentes a su cargo, era un sitio en que la humareda procedente de los vegueros que se fumaba difuminaban la luz del habitáculo, tenue de por sí, pero en contrapartida se convertía en un mentidero donde el espíritu se refrescaba con memorias de lo vivido, y se apartaba momentáneamente de la indolencia del invierno.
Se habló de toreros y se clasificaron según capacidades y méritos. Cada cuál hizo notar la diferencia entre los mejores y los mediocres, aunque ciertamente sobre estos escurridizos conceptos de lo bueno y lo vulgar, nunca han de faltar motivos sobre los que conjeturar y discordar.
Refiriéndose a Manolete, Manolo Navarro lo calificó de revolucionario en su época, torero valiente e innovador, de personalidad arrolladora y singular. Una figura que embelesaba y enamoraba. Sin embargo, aclaró que el estilo estático de Manolete a él, personalmente, no era el que más le gustaba y lo expresó sin rodeos:
“Yo era más partidario de Pepe Luis Vázquez. Para mí, el Rubio de San Bernardo ha sido el torero más inteligente que he conocido. Pepe Luis fue muy completo y artista, era la elegancia en el donaire, la estampa y la flor de la finura sevillana.”
Pasados los años, precisamente con motivo del centenario del nacimiento de Manolete, entrevisté a Manolo Navarro en su casa de El Casar de Escalona. Gentil como siempre, simpático y decidor, descorrió para Tendido Cero //CLICK// el fino cendal que envolvía sus recuerdos. Además de memorar su relación, tanto profesional como personal, con el diestro cordobés, habló de sus viajes, relató aventuras, contó anécdotas y mantuvo al equipo de grabación suspenso de sus labios porque se expresaba con la mayor exquisitez y corrección; era un perspicuo orador.
Habían transcurridos dieciocho años desde la última vez que nos vimos, y ya en las proximidades de la vejez, aunque tenía el gusto por lo tranquilo, seguía mostrándose abierto, benévolo y expansivo; su educación y sus lecturas le daban un carácter de transigencia y comprensión, aunque, a confesión de parte, “off the record”, se reconoció como un aficionado duro, pero ni cruel ni rajante en todo cuanto se refería a los toreros.
Sí le molestaba que los diestros actuales se quejaran de la crítica taurina, cuando las crónicas y los comentarios eran desfavorables: “Protestan sin razón –decía--, la afición y la crítica de mis tiempos sí que eran duras, su literatura –al decir de Antonio Peña y Goñi años antes-- tenía aire de navaja de Albacete y de dentadura postiza.”
Fue más crítico refiriéndose a sí mismo. Reconoció haber administrado su talento artístico, que no fue excesivo, y confesó no haber llegado más lejos como torero porque quizá le faltó ese cierto fermento de ambición, tan necesario para alcanzar los puestos cimeros.
Al poco tiempo de aquella entrevista, Manolo Navarro y su esposa dejaron Toledo y se mudaron a Madrid, para estar cerca de sus familiares. Desde entonces, nos vimos regularmente. En todas aquellas visitas de fin de semana me acompañó a Alcobendas, Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito” que si bien no regala su amistad a humo de pajas, derrocha ingenio y encanto. La expansiva forma de ser de “Gonzalito”, casó desde el primer momento con el extraordinario don de sugestión y forma de pensar que tenía Manolo Navarro. En una conversación nos dijo que reparáramos en lo curioso que es el espíritu español: “siempre impera entre nosotros la tendencia a confundir la palabrería con las acciones, siempre hay un afán de cultivar la mentira”.
Celebrábamos nuestras reuniones en su casa o en alguno de los bares del barrio, además de tocar de pasada la actualidad política, comentábamos el discurrir de la temporada taurina, que Manuel seguía a través de las transmisiones taurinas de Movistar +, de las revistas especializadas y los distintos programas de televisión que se ocupan de la Fiesta de Toros.
Siempre habló estupendamente, con una oratoria fluida, pero en las últimas visitas el tono de su voz iba apagándose y su caminar tornábase inestable. A mediados del año pasado nos anunció que tanto su esposa como él acusaban el pesado fardo de los años y voluntariamente iban a ingresar en una Residencia de la Comunidad de Madrid. No querían, bajo ningún concepto, ser una carga añadida para los hijos.
Javier Hurtado, Manolo Navarro, y Gonzalito
Hace un mes cursamos visita a la Residencia para Mayores Reina Sofía, en Las Rozas. Nos acompañó Juan Lamarca. Al despedirnos de Manuel acordamos con su hijo Manolo, también de visita, reunirnos de nuevo, sin tardanza, para comer juntos.
Juan Lamarca, Manolo Navarro, y Gonzalito
Hace cinco días la llamada de Manolo hijo, alertaba acerca del estado de su padre. Había sufrido un ictus. No podía hablar, ni mover el lado derecho del cuerpo. En llamada posterior le comunicaron que lo derivaban al hospital Puerta de Hierro porque su estado había empeorado. Puesto en contacto con el hospital le dijeron que su padre presentaba un cuadro de neumonía que complicaba enormemente su situación.
A Manuel le permitieron llegar al Centro Hospitalario para despedirse de su padre. Allí le dijeron que ya no habría una segunda despedida; cuando su padre falleciera, el cadáver sería llevado a una morgue y quedaría a la espera de que le designaran el lugar de incineración.
La inteligencia de los hechos lleva al sosiego y la moderación, pero lo cierto es que no se sabe cuál ha sido la causa real y última de la muerte de Manolo Navarro. Acaso un ictus que se complicó con una neumonía, o puede que el Covid-19 provocara primero el ictus y luego la neumonía.
Hasta los ánimos más fuertes tienen momentos de una irresistible debilidad. Acontecen cuando el cuerpo no consigue comportarse con la reserva y la discreción que el espíritu ha ido enseñándole durante años.
Manuel pasó un trago al despedirse de su padre en el hospital, reteniendo las cóleras y rabias que germinaban en su interior; sin rechinamientos interiores, sin reproches, sino resignado, apoyándose en su fe católica.
Cuando me narró estos hechos, se me agolparon los recuerdos. No precisamente los que regocijan el corazón y hacen aparecer una alegre sonrisa en los labios, sino de los que contristan el ánimo.
A Manolo Navarro le debo gratitud porque su amistad y sus juicios, han sido espuela estimulante para mi ánimo. Pido al maestro acepte estos intrascendentes comentarios, de un humilde periodista, desposeído de conocimientos suficientes para ensalzar debidamente su persona.
Gracias maestro por tu amistad. Descansa en paz.
Javier Hurtado Gutiérrez, Jorge Espinosa de los Monteros, el ex matador de toros Manolo Navarro, Miguel Mejías "Bienvenida", Rafael Comino Delgado, y Juan Lamarca López.
Domingo, 21 de mayo de 2017
Madrid: Homenaje de la "Dinastía Bienvenida" a Manuel Rodríguez "Manolete" en su Centenario.
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Además de ser un caballero, me acogió en su hogar como a un hijo y siempre fue ese hombre recto y bonachón, puedo decir en alto que ha sido mi segundo padre. Siempre responsable de su vida, Manolo es y será un ejemplo a seguir, un suegro que ha hecho querer. Cómo abuelo de hijos me deja muchas enseñanzas de la vida y nos ha dejado un espacio difícil de llenar. Manolo, Papá Lolo cómo le llamaban sus nietos, gracias, mil gracias y descansa en Paz.
ResponderEliminarGracias por todo lo que he aprendido de ti. No dudo que donde estés, seguirás enseñando y al lado de personas que te adoran. Yo uno más, sabes que has sido y serás mi segundo padre. Te quiero, Manolo
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