Encaramos ya el segundo ciclo de confinamiento obligatorio debido a la emergencia sanitaria, una situación atípica y extraordinaria, nueva para la inmensa mayoría de la población mundial, que aguarda, entre asustada y asombrada, a que todo esto se resuelva cuanto antes y se vuelva a la normalidad.
Y después de esto ¿qué pasa?
Paco Delgado
Avance Taurino / 5 Marzo 2020
No parece, sin embargo, que ni una cosa ni otra, tengan solución más o menos rápida, aunque sí quedan algunas cuestiones muy claras. Para empezar, hay que destacar que la gestión que se está haciendo de la crisis es pésima. Antes y durante. Ya veremos después. Pero en prevención se ha obrado con despreocupación y negligencia y en la lucha diaria, una vez llegado el mal, se ha hecho palmaria la incompetencia de un gobierno que nunca estuvo preparado para gobernar, ni por formación, preparación ni talante.
Se sigue destinando una inmensa cantidad de dinero a la Administración -multiplicada de manera exagerada, y parece que inútil, por cuestiones políticas que no prácticas-, que no produce nada, y cuya misión es, como indica su nombre, administrar un país con el producto que emana de la empresa privada, a la que, en cambio, se sigue ahogando y buscando colapsar de manera suicida. Los pequeños empresarios advierten que no tienen liquidez para aguantar y la gran mayoría de trabajadores espera saber, con ansiedad y lógica preocupación, qué va pasar con sus puestos de trabajo.
Como el resto de casi todo el mundo, el sector taurino permanece paralizado. Las principales ferias de marzo y abril -fallas, Magdalena, Sevilla, Arles… entre las principales- ya se han perdido, es muy dudosa la celebración de los seriales de mayo, con San Isidro, Aguascalientes, NImes, etcétera y ya hay eventos programados para junio que se han cancelado, como las tradicionales sanjoaninas de Isla Terceira, en Azores.
Plazas que salían a concurso han visto como se aplaza el proceso de adjudicación, con el consiguiente retraso en la planificación de su temporada y efectos negativos consiguientes.
Miles de toros que tendrían que haber sido ya lidiados permanecen en el campo. Cientos de profesionales, ya sean matadores, banderilleros, rejoneadores o mozos de espada, por no hacer larga la lista, permanecen en paro y sin ingresos. Como los mismos empresarios que deberían haber organizado y montado los ciclos ya suspendidos y los que están en el aire.
Miles de trabajadores y empresas que dependen de los festejos taurinos se han visto privados de negocio, y otros tantos que lo son de manera colateral, lo mismo.
Está claro que ahora lo más urgente es tratar de paralizar la epidemia, buscar soluciones de presente y vacunas para el futuro, pero también hay que preguntar qué va a pasar con todo lo que hasta la fecha se ha perdido y si hay forma de recuperar al menos algo.
No parece probable que el Estado tenga intención de preocuparse por ello, como tampoco de tantas otras cosas, por lo que habría que ir trabajando en trazar un plan B de cara, por un lado, a salvar lo que buenamente se pueda de una temporada ya irremisiblemente marcada por el virus -y la ineptitud de quien tuvo que preverla, minimizar su efecto y evitar males mayores-, y, por otra parte, pensar qué hacer de cara a un futuro que no se pinta con colores pastel, precisamente, sino con tenebrosos trazos muy oscuros.
El hombre es el único animal que tropieza dos veces, o más, en la misma piedra y ya está bien de no aprender de nuestros propios errores.
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