Recuerdo antecedentes. Este mismo cartel de toros y toreros se ha dado ya este año en Valencia y en Sevilla, con idéntico resultado: fuerte decepción, por la flojera y la falta de casta de los toros de Juan Pedro. Pero los toreros artistas siguen apuntándose a este hierro, con la esperanza de que salga un toro colaborador, que les permita desplegar su estética.
Es verdad que algunas veces sucede eso, pero no siempre. Y que, para un triunfo auténtico, Las Ventas exige otro tipo de toro, más encastado: al imponerse a toros complicados, han triunfado El Juli y Roca Rey.
Llegan los tres diestros en situación muy distinta: Morante, en plenitud, apuntándose a distintos encastes. Ortega y Aguado han comenzado a plantear serias dudas porque no han logrado imponer su dominio a toros que lo exigían: no hicieron buena Feria de Abril; en San Isidro, no estuvo bien Aguado, con los toros de La Quinta; ni Ortega, con los de Jandilla. Morante toreará la corrida de Beneficencia; los otros dos, se despiden de la Feria esta tarde. Para ellos, es un serio examen. Cuando una biografía taurina todavía es corta, no basta con unas verónicas, por bonitas que sean.
El primero embiste apagado, se queda corto. Morante se inventa un lance o dos lucidos, no más. Al llamarle para el natural, sufre un desarme: la cara del diestro no es precisamente feliz. Lo intenta de nuevo, ve que el toro no sirve y desiste. Entrando sin confianza, mete la mano con habilidad: en este toro, hemos visto la previsible no-faena y se escuchan los previsibles pitos, sin acritud. Era un Faccioso pero más pacífico que los que narra Galdós, en 'Un faccioso más y algunos frailes menos'.
El cuarto sale rebrincado, pegando saltos. La lidia es un desastre. Rezan para que el toro se caiga y lo devuelvan pero no hay suerte, resiste. Resume un vecino: «El toro no va ni p'alante ni p'atrás». Morante sale con la espada de matar, le quita las moscas y, huyendo, lo mata a la tercera. La bronca es épica, como en aquellas tardes de Curro Romero... Claman pidiendo «¡Toros, toros!» La gente se consuela pitando.
El segundo protesta en el caballo, queda cortísimo. Juan Ortega se inventa unas pocas verónicas preciosas, con su peculiar estilo añejo, hundiendo la barbilla en el pecho. El toro no aguanta ni un quite por delantales, sin obligarlo. En la muleta, se defiende por los dos lados, rebrincado. Ortega lo intenta pero no resuelve las dificultades y la gente se impacienta. Se lo quita de delante a la segunda. Sentencia certero un castizo: «Ná de ná». El toro era Tendencioso y un vecino apostilla: «En la España de Pedro Sánchez, como éste, a manojitos...»
Cuando sale el quinto flaqueando, muchos esperan que se caiga para cambiarlo pero no, se repone y acaba embistiendo con nobleza. Esbozan Ortega y Aguado unas chicuelinas. Brinda a Agustín Díaz Yanes. El toro resulta muy manejable, lo que siempre esperan en una corrida de Juan Pedro. Ortega lo intenta, logra algunos muletazos aceptables pero surgen enganchones, está mal colocado, crece la división de opiniones. A la segunda logra la estocada pero todo ha quedado en muy poquito. Y lo peor: esta vez no se ha podido echar la culpa al toro.
El tercero, un precioso salpicado, se mueve mejor aunque flaquea. Pica bien Mario Benítez y coloca dos grandes pares Iván García. El toro, noble y justo, parece hecho a la medida de Aguado: juega los brazos a la verónica, intenta algún derechazo pero todo se diluye. Acompaña la embestida con estética pero no manda y la faena no cuaja. Mata mal, sin confianza.
El sexto pega derrotes secos en la muleta de Aguado, que lo intenta pero no logra superar las dificultades. Escucho un juicio tajante: «No se pone». Se refiere, claro, a ponerse en el sitio donde los toros que no son muy francos pueden embestir. Así, la gente se aburre y se impacienta. Mata de lejos y sin exponer.
El resumen es fácil: desastre total. Un encierro infumable. Con dos toros casi imposibles, Morante no ha arriesgado. Ortega y Aguado han tenido, cada uno, un toro manejable, el tercero y el quinto: no han logrado vencer las dificultades, han mostrado sus limitaciones técnicas. Sin mandar en el toro, la estética queda demasiado coja...
Seguirán apuntándose las primeras figuras a este tipo de toros, seguiremos repitiendo la misma cantilena. El toreo se basa en el toro bravo, poderoso, y en diestros que mandan y dominan. Recuerdo el hermoso verso de José Hierro: «Después de todo, todo ha sido nada». Es decir, lo de esta tarde.
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