Dijo el limeño, con su valor radiante ante el indómito toro de Victoriano del Río que cerraba plaza, luego de un festín de algarabía en el tendido de los desbaratadores de ilusiones, el Tendido 7 donde siembra el derrotismo, que ha de contar con la muerte si nos proponemos los taurinos, como dice Vallejo en sus Heraldos Negros: “Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte".
Son los que, intencionados o indiferentes, en su vocación de atacar la Tauromaquia heredan los mandatos de los Navalón, Vidal y Mariví, con intenciones de escépticos, ellos, los sepultureros del “7”, que en vez de exaltar los valores éticos, valerosos y artísticos de la fiesta de lo toros, son los que van a la plaza con intención de impedir el éxito.
Hoy, no pudieron hundir a Roca Rey; y mire usted, amable lector, que lo intentaron.
Aquellas voces escondidas en la multitud. El cobarde chiflido, el grito rompiendo silencios, que se han convertido en "típicos de Madrid", no se dieron cuenta que, a quien animaron fue al que surgió ardiente y exigente de espacios, como surge la lava de los volcanes de los Andes.
Entre la ardiente lava de la bravura surgió Roca Rey ante “Condor”, el bravísimo toro de Victorino del Río que saltó a la arena para vengar el fracaso de sus hermanos Amante, Espiguita, Bocinero, Soleares, y Cochero.
Lo hizo Condor, lo hizo Roca Rey, lo hicieron exaltando con su bravura la honra de la divisa oro y catafalco que se lucía en los morrillos de los toros en la corrida de esta tarde que, por causas de su desigualdad y falta de nobleza, iban camino de mancillar la grandeza de esta ganadería.
Andres Roca Rey con sus verónicas templadas y bien rematadas, como anunció el clarín el día de la batalla, inició la construcción de la obra de arte más valerosa y estética en lo que va de la isidrada a pesar del desagradable ambiente que provocó en la plaza el rotundo fracaso de los cinco toros de Victoriano del Río. Toros que por linaje e historial prometían una tarde de apoteosis e ilusión; pero, como repetía el sabio “los toros no tienen palabra de honor” y surgió un himno a la victoria , con la simbiosis de Roca Rey, el torero andino, y Cóndor, el Rey de los Andes.
No fue la tarde de José María Manzanares, voluntarioso y muy responsable ante un auditorio absolutamente repleto de un público triunfalista. La tarde para el alicantino fue como un regalo de Reyes envuelto en molesta ventisca, como si ocultara la desazón de los toros de Victoriano.
Fernando Adrián, que vino a confirmar una vieja alternativa que alcanzó hace nueve años estuvo muy bien para lo que se esperaba con el toro de apertura, un buen toro de Victoriano del Río que de no haber matado de estocada caída y con derrame seguro le hubieran premiado con una justa y conciliadora oreja a Adrián. No hubo qué hacer, y menos con el sexto de la tarde que pudo haber convertido la ilusión del éxito en doloroso percance
Los ruidos de los cobardes antitaurinos se hundieron en el olvido mientras la fuerza de la vida, la epifanía cruzaba la arena de Las Ventas en las zapatillas del Rey de los toreros, la Roca que es el peruano que ocupa la cima de la fiesta como en su día la ocuparon Gaona, Arruza, Girón, Rincón ahora en ella está Roca Rey.
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