Corral de cuernos
Trece años exactamente sin los toros albaceteños por los madriles y, como siempre que se habla de estos, aquí va el correspondiente recuerdo para aquella inolvidable corrida de Beneficencia del 91 en la que el ganado de Samuel Flores protagonizó, junto a César Rincón y Ortega Cano, una imborrable tarde de toros.
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Encaramos la última semana de la Feria con las vistas puestas en la corrida del martes, la de Pepe Escolar, que es la única que de verdad nos ilusionó cuando vimos publicados los carteles. Hoy, de prólogo, decidió la parte empresarial levantar la cuarentena a lo de Samuel Flores, después de más de dos lustros sin traer ganado a Madrid tras los fiascos ganaderos que provocó aquel famoso semental que “abueló”, según confesó el propio ganadero a los medios que le inquirían por la debacle en la que se sumía la vacada.
Trece años exactamente sin los toros albaceteños por los madriles y, como siempre que se habla de estos, aquí va el correspondiente recuerdo para aquella inolvidable corrida de Beneficencia del 91 en la que el ganado de Samuel Flores protagonizó, junto a César Rincón y Ortega Cano, una imborrable tarde de toros. Y ahora que hablamos de Beneficencia, de un Rincón imparable y un Ortega Cano que fue el único que tuvo bemoles de todo el escalafón para darle la réplica, ya podemos compararla con esta basurienta Beneficencia que tienen amañada este año, desde antes de salir los carteles de la Feria, en la que han metido de recuelo al pelmazo de Julián, a ver si se le logra lo de la Gatera Grande, que le tiene obsesionado. Cuando todo el mundo sabe que la Beneficencia que se cotizaría, la que se tendría que dar sí o sí, sería la que pusiese frente a frente a Tomás Rufo y a Ángel Téllez, dos estilos y dos jóvenes abriéndose paso frente a frente, en el caso de que alguien pensase en el aficionado y en crear pasión, pero ahí están los tíos esos con su cálculo infinitesimal y no se les ocurre otra cosa que ofrecerle la sustitución a un tío más visto que el TBO, que en Madrid no ha empatado a nadie, sólo porque el pobre hombre anda como loco en ganar a Puertas Grandes a Morenito de Maracay. Si en el 91 la Beneficencia se hubiese regido por este asqueroso planteamiento de 2022, nunca habríamos contemplado aquel impresionante choque de trenes que fue el de Rincón y Ortega.
Decimos Samuel Flores, pero en realidad lo que habían anunciado en los carteles eran toros de Isabel Flores y de Samuel Flores, cuatro de la dama y dos del señor, aunque el pañuelo mágico del color del Islam nos brindó la contemplación de uno más, en este caso de uno de los Daniel Ruiz de la ganadería de José Cruz, no se nos fuese a olvidar por un día que Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua.
Los de los hierros titulares, los chuchos de Samuel, no están afectados por aquella mítica compra y, según el programa oficial representarían a la estirpe de Gamero Cívico, que no sé, no sé. Lo de Gamero lo mismo puede ser, aunque la cosa de las cuernas tiraban más a venado que a gamo, y lo de Cívico no se vio por parte alguna, más bien incivismo, que hasta salió herido un penco, y mira que es difícil con tanto refajo. La corrida no se va a llevar el premio a la corrida de la Feria, pero no quepa duda de que ahí hubo ocasiones para quien quisiera sobreponerse a la descomunal arboladura del ganado y a las complicaciones que plantearon los toros. Para el despacho de los cinco más uno los expertos en contratación taurina demandaron los servicios de Fernando Robleño, Morenito de Aranda y Damián Castaño, que venía a confirmar la alternativa que Javier Castaño le confirió en Gijón, ciudad donde una tía ha decidido que ya no debe haber toros. 22, 17 y 10 años de alternativa sumaban los tres coletas.
Traía leña en la cabeza el primero, Peinanovias, número 15, como esos montones que se ven por Valsaín cuando bajas las Siete Revueltas, pero era más feo que Picio, lo que se dice feo y que me perdone la vaca que lo parió. Muchos espectadores aplaudieron la presencia del animal, cuyas hechuras eran más de buey que de toro de lidia, ni Gamero ni Cívico: lo que se dice un perchero. También es verdad que el bicho por delante, visto a ras de suelo, debía impresionar lo que se dice una barbaridad y por eso nadie se va a poner exquisito si a la hora de cambiar el tercio había las mismas banderillas tiradas en el suelo que las que el animal llevaba en la espalda: cuatro y cuatro. Tras la ceremonia, allá que se fue Damián Castaño a ver qué se podía urdir con el toro de Isabel, y el urdimiento fue escaso porque el Peinanovias parecía que lo que quería era hacerle el afeitado en seco al salmantino. A raíz de un desarme el toro cambia a un poco peor, como si hubiese descubierto el truco ese de la muleta y, tras dos infructuosas intentonas de hacer circular al bicho, Castaño decide cortar la faena dejando media estocada desprendida que Jarocho, hábilmente, transforma en entera.
El castaño Peinanenas, número 7, se fue a la carrera al burladero del 6 y trató de saltar, pero no calculó bien y no hubo manera. Luego se fue al burladero del 9 a lo mismo y le pasó igual: que no atinó en cómo tenía que hacer el salto, que estos son Gamero Cívico, no Fossbury. La cosa saltarina tuvo el efecto de que el Gerente Abellán se guareció en su burladero, que estaba allí más a gusto que cuando echa el rato en Sinsombrero, y lo mismo la gentil alguacililla doña Rocío en el suyo, con la única diferencia de que ella jamás ha pisado el Sinsombrero. El toro tenía diversos problemas de motricidad o lo mismo es que no era un toro sostenible, pero el pobre se caía y en sus ojos se veía que no era eso lo que él quería. Pese a no ser tan cérvido de cuerna como el precedente la cosa banderillera tampoco funcionó estupendamente, en la primera pasada hay dos banderillas en el suelo, una en el toro en la segunda, dos en toro en la tercera, pasada en falso la cuarta y dos más en el toro en la quinta pasada. Objetivo conseguido. El toro, también del rancho de doña Isabel, era sensiblemente más bobalicón que su predecesor y, acaso porque Robleño demanda más lucha, no llegó el torero a emocionar a la parroquia con esos 545 kilos de descaste y sosería. Metisaca y estocada haciendo guardia es su balance.
Morenito de Aranda venía vestido como el enterrador de Lucky Luke pero sin chistera. Traía un vestido gris plomo y azabache que era la demostración de que la combinación de colores oscuros no es en absoluto afortunada, por si alguien no se había dado cuenta. Tras la expulsión del toro de Isabel y el pequeño entremés del adiestrador de cabestros don Florencio, subrayado con sinceros aplausos, apareció el negro Estornino, con el número 23. En la segunda vara entra sesgado, con distancia y velocidad, dejando lucirse a Manuel Sayago. Con este juampedritis la cosa banderillera se produce de una manera más sosegada que con los cérvidos titulares y ya tenemos a Morenito brindando el toro a un señor con americana beige que andaba por el callejón antes de citar al toro desde los medios y aguantar su largo viaje por dos o tres veces. El toro se mueve y entonces Morenito ya ve claro que ahí tiene la clave para el desarrollo del neotoreo del TíoVivo que tanto ilusiona al público en general. Puede decirse que no da un solo muletazo que no sea hacia afuera y que no cesa en su manía de esconder la pata, pero lo que más exaspera son los gritos que le mete al toro todo el rato, como un albañil en lo alto del andamio llamando al capataz: “¡Ahhhhh!, ¡Ehhhhh!, ¡Ahhhhhh!... y así sin parar, gritando un montón y sin cruzarse una sola vez. Diremos que el Moreno estuvo por debajo de las condiciones del toro, al que despachó mediante estocada desprendida.
Media hora estuvieron saliendo cuernos por la boca del toril hasta que por fin apareció el cuerpo de Recobo, número 51, que portaba el hierro de Samuel. Recobo llevaba en su cabeza los pinares de Vinuesa, que ahí había material como para hacer un bargueño. Robleño, a quien estas cosas ya no le afectan, lidia al toro con suficiencia, oficio y solvencia antes de que salga a escena Francisco Javier González, clásico tipazo de picador de los que ya casi no hay, a lomos del Teneguía. Como tantas veces pasa en la vida todo se queda en la primera impresión, pues de la labor del picador lo más reseñable es el propio picador. Todo lo que había sido lidia acertada por Robleño es luego un descalzaperros de trapazos en manos de Jesús Romero. Cuando comienza lo de la muleta ahí no vale esa bobada que dicen ciertos toreros de que se han “sentido muy a gusto”, porque lo que se plantea es un combate de boxeo de los pesos pesados, entre la conocida bravura de Robleño, tantas veces demostrada, y las artimañas de Recobo para tratar de amargarle el día. El vis a vis de Recobo y Robleño es un emocionante combate en el que Robleño acierta cambiando el terreno al toro y se luce aguantando los gañafones que le lanza el toro, derrotes secos con olor a hule. Por la izquierda el toro no humilla y en el embroque lanza unos ganchos de muy mala intención a la cara del torero. Tras haber planteado su pelea al de Samuel le caza al encuentro de puro oficio y el toro se va a morir a tablas, a los pies del hijo de Barajas-Adolfo Suárez.
Jovencito, número 11, fue el segundo de Morenito de Aranda. Le picó con gran entereza Manuel Piña aguantando con valor y oficio las oleadas del toro, que hiere en la mano derecha al caballo, cosa relevante por la cantidad de refajos, enaguas, calcetines y manguitos con las que atavían a los pencos. Banderillea estupendamente una vez más Fernando Sánchez y, tras el tercio de banderillas, el toro que era otro chucho sin raza detectable, ni Cívico ni Gamero, queda descompuesto y desabrido, aunque con el tiempo que duró la faena, que fue mucho, después se atempera, creando en Morenito la ilusión de que lo mismo podía reconducir la lidia. En cualquier caso estábamos deseando que finalizase, porque Morenito otra vez comenzó su particular berrea de voces y más voces al toro y era harto desagradable estar oyendo esos bramidos. Su labor, además de la cosa gutural, se basó en recortes y banderazos y en no atreverse a ir al sitio, que si con el potable no lo hizo cómo lo iba a hacer con éste. Cazó al toro de navajazo a la segunda y el animal, imitando al precedente, fue a rendir cuentas al Creador echándose, también, a los pies del hijo del aeropuerto.
Para final dejaron a Cuchillazo, número 57, castaño, listón y chorreado con el que Castaño estuvo porfiando sin que, por desgracia, podamos reseñar algo de su labor salvo que lo echó al suelo a base de dos pinchazos, estocada que hace guardia y descabellos.
La confirmación
ANDREW MOORE
LO DE ROBLEÑO
LO DE MORENITO
LO DE CASTAÑO
FIN
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