En las últimas décadas no recuerdo un ruedo tan inundado de cojines como el del pasado 6 de abril en Sevilla. Confieso que sentí cierta emoción al verlos sobrevolando mi cabeza. Aquello me transportó a otros tiempos de mayor fervor y entusiasmo. En los tendidos había excitación, furia, acaloramiento… y con ese éxtasis la Fiesta tiene larga vida. En este caso los proyectiles no iban dirigidos a ningún torero, sino a una decisión presidencial arbitraria y dictatorial.
El premio o la censura se producen de forma inmediata. Ninguna otra profesión obtiene una recompensa tan rápida como un matador, que puede pasar de estar suplicando una oportunidad a convertirse en la sensación del momento en apenas los 10 minutos que dura una faena.
El reglamento taurino determina que es potestad de los espectadores la concesión del primer trofeo para un diestro. Si la petición es mayoritaria, el presidente debe otorgar la oreja con independencia de sus gustos o apreciaciones personales. Otra cosa es la adjudicación del segundo apéndice, una decisión que sólo le corresponde al palco después de valorar la calidad de la faena, los méritos del coletudo ante el animal lidiado y la entidad de la plaza donde se realice.
Desde el abucheo hasta la puerta grande hay un amplio abanico de reconocimientos que un espada puede recibir y que, no hace tanto tiempo, comenzaban con la lluvia de almohadillas. Muchos han sido los matadores que han sufrido una sentencia tan dura en sus propias carnes en tardes de nula inspiración. Rafael de Paula, cómo no Curro Romero, también El Cordobés, han recibido su impacto en sus cuerpos en reiteradas ocasiones, además en tiempos en las que estaban hechas de material más pesado y contundente. No defenderé su lanzamiento, pero no cabe la menor duda de que tal hecho denotaba mayor pasión que en la actualidad, cuando el pasotismo se ha instalado en una sociedad indulgente.
En las últimas décadas no recuerdo un ruedo tan inundado de cojines como el del pasado 6 de abril en Sevilla. Confieso que sentí cierta emoción al verlos sobrevolando mi cabeza. Aquello me transportó a otros tiempos de mayor fervor y entusiasmo. En los tendidos había excitación, furia, acaloramiento… y con ese éxtasis la Fiesta tiene larga vida. En este caso los proyectiles no iban dirigidos a ningún torero, sino a una decisión presidencial arbitraria y dictatorial. La Maestranza se inundó de pañuelos blancos solicitando una oreja para Roca Rey que, independientemente del resultado artístico de su labor, se había jugado la vida sin trampa ni cartón emocionando al respetable de forma incuestionable. Pero el palco decidió de manera unilateral despreciar el Reglamento y al público y negar el premio ganado a ley. Quizá pensó la autoridad que en su anterior toro había sido demasiado benévola otorgándole dos apéndices, pero esto no funciona así. No se trata de compensar si ello comporta sisar un premio conquistado a sangre y fuego.
Ante tal dictamen, al respetable le cabía la posibilidad de silbar, algo que hubiese parecido demasiado displicente, realizar un escrache ante la vivienda del presidente, un jarabe democrático totalmente desproporcionado y fuera de lugar, o tirar almohadillas, que es lo que ocurrió y que algunos censuraron. Con total sinceridad creo que fue lo mejor que sucedió. El malestar quedó patente y, publicitariamente, a Roca Rey hasta le pudo venir bien, porque quizá ahora se esté hablando más del tema que si hubiese salido a hombros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario