Muy seguro y con enorme valentía no cedió un ápice de terreno hasta conseguir doblegar las difíciles acometidas cuando la bravura impera. Su concepto viajó por la intrahistoria del valor que, por ello, no dejó de resultar interesante en un toreo que supo transformar en emoción, revelando una forma de hacerlo y decirlo que engrandeció su actitud.
Quiere ser, y va a llegar
Manuel Viera
Burladero / miércoles, 25 de mayo de 2022
La ilusión se apreció en los tendidos, sosegados y sin bullas festeras, de la Maestranza de Sevilla. Fascinaba la manera de esperar la vuelta de las novilladas con picadores tras dos años de obligada ausencia. Placidez esperanzadora en una primaveral tarde que brillaba con la potente luz del sol de Andalucía que acentuaba el color dorado del cuidado albero. Existía más de un motivo para alegrarse. Para valorar los elementos de que se valían los que allí estaban, liados en sus capotes de paseos a la espera del toque de clarines, para expresar la realidad de sus respectivas tauromaquias.
Expresiones del toreo de siempre acompañadas de la inequívoca verdad de sueños vitales. No ha habido nunca tanto deseo. Tantas ganas de ver a nuevos toreros, a jóvenes dispuestos al triunfo que apuntale el futuro. Pero hubo más. Un mexicano con ambición de iniciarse con verdadera pasión en los vericuetos caminos del toro. Un manito que, en lo imprevisible de la lidia, encontró la forma de poderle a encastadas embestidas para cautivar a un público entregado.
Muy seguro y con enorme valentía no cedió un ápice de terreno hasta conseguir doblegar las difíciles acometidas cuando la bravura impera. Su concepto viajó por la intrahistoria del valor que, por ello, no dejó de resultar interesante en un toreo que supo transformar en emoción, revelando una forma de hacerlo y decirlo que engrandeció su actitud. Y es que, Isaac Fonseca, encontró en las complejas y bravas embestidas del sexto utrero de Núñez de Tarifa terreno propicio para forjar una faena, densa, concisa, emotiva y con una sugerente mezcla de arresto y aspiración.
Fue de esas que ilustran el valor. Valor que se fundió con la pulcritud de un toreo con el que acabó convenciendo y enloqueciendo a la gente. El novillero azteca exhibió su ambición para manejarse con soltura en esas largas cambiadas de hinojos delante del portón de toriles. Y aunque sus formas no cultivan las calidades sedosas y aterciopeladas del “artista” sí mostraron matices incisivos y penetrantes que le hacen ser un torero autentico y distinto. Con habilidad supo hacerse dueño y señor de la lidia hasta conseguir profundos muletazos, hilvanando con la izquierda series sin solución de continuidad. Los cambios de manos y los pases de pecho demostraron claridad de ideas, intensidad en su hacer y una hondura en el natural que entró por derecho propio en el aficionado. Todo un gozo ver torear así de bien a quien quiere ser, y va a llegar.
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