Por ejemplo, ¿quién había pedido ese mano a mano entre Talavante y Juan Ortega? Eso no se le ocurre a nadie en el mundo; nadie que piense como aficionado, claro está. Eso sí, como empresa, el negocio no podía ser mayor porque se sabía que, la reaparición de Talavante era sinónimo de grandeza, de ahí que se agotara el papel. Y, para que la cosa tuviera apariencia contrataron a Juan Ortega para que le acompañara, eso sí, con toros de Jandilla puesto que no se podía fallar de ninguna manera. Se falló, y de qué modo.
Talavante podía haberse quedado en casa que es el lugar donde debería de estar. Le vimos sin personalidad alguna y, para colmo, Ortega no estuvo a la altura de nada. La empresa, lógicamente, se frotaba las manos al ver que, la inversión hecha con Talavante había dado resultados mientras que a su contrincante Ortega, lo arreglaban con poco dinero. El negocio, como digo, estaba cantado; como lo ha estado en esas “oportunidades” para los confirmantes –y las que quedan- en que todo les ha salido rodado, a la empresa, claro. Y, cuidado con Ortega que, si no triunfa el próximo jueves con los burros de Juan Pedro, su porvenir se puede tornar muy negro.
Muchos carteles se montaron para quitarse de “encima” esa carga que supone que muchos pidan torear en Madrid. Y lo han conseguido, a excepción de Tomás Rufo que, ese si está tocadito por la varita mágica de los empresarios. Hasta logró una puerta grande que ni él imaginaba pero que, con verle salir a hombros con aquella carita de circunstancias, estaba todo dicho. Él sabía que se trata de un triunfo de trámite pero, que le quiten lo bailado que, en su caso, todo suma.
Lo que me enervó hace unos días antes de la encerrona de Paco Ureña en Las Ventas no fue otra cosa que, las lisonjas que le regaló Simón Casas a este pobre hombre que, por razones que nadie conoce, lo han decapitado. Hablaba de Antonio Lorca de una puñalada por la espalda y, nunca una definición ha valido tanto para reseñar las miserias de un hombre que, como Ureña, en el año 2019 se erigió rotundo triunfador en Madrid, Bilbao y tres “mil” ferias más y, al margen de que el año pasado nadie le hizo caso, este año lo apuntillaron antes de hora. No se contó con él para ninguna feria de relevancia, entró en Sevilla por la vía de la sustitución y, para colmo, para poder torear en Madrid tuvo que arrodillarse ante la empresa para que le dieran la oportunidad para reivindicarse por aquello de matar seis toros.
Paco Ureña, en la citada tarde, no estuvo ni bien ni mal: digamos que apenas estuvo porque su mente estaba en otro lugar, nadie sabe en qué sitio pero, no estaba en Madrid. Para que la desdicha fuera total, dentro del amasijo de toros que le llevaron, algunos, hasta querían colaborar con él pero, Ureña no los entendió. Le dieron una pobre oreja de cachondeo en el toro de la lluvia y el viento y, la criatura pensaba que había tocado el cielo con las manos. Un cúmulo de despropósitos en los que sus “benefactores” tras el festejo se frotarían las manos diciendo, este ya no pedirá nunca más. Y así será.
Lo que cuesta mucho entender es la clase de pecado que ha cometido este hombre para que lo traten como si fuera un apestado; es inconcebible. Estaría mejor o peor pero, tras una tarde opaca tampoco es motivo para que retiren del toreo a un hombre que se ha jugado la vida, que perdió un ojo, que tiene sus muslos atravesados, que ha cortado muchísimas orejas en plazas de relevancia y, para colmo, jamás alzó la voz contra los taurinos. ¿Dónde está su pecado? Suerte que tengas que el saber poco te vale y, lo que se dice suerte, Ureña ha tenido poca, a las pruebas me remito.
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