Bastardero, un tío (y no Jacinto)
A las siete en punto de la tarde, don Juan Francisco García González asomó por la balconada presidencial el trozo de tela blanca conocido popularmente como pañuelo y, tras la habitual ceremonia a caballo del alguacilillo y la alguacililla, se inició el paseíllo encabezado por los diestros Javier Cortés, Tomás Campos y Francisco José Espada, de sobra conocidos por la cátedra.
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
La última vez que vimos a los toros del señor Fraile, don Moisés, y de su esposa, doña Pilar, ganadería de El Pilar, fue en el San Isidro de 2019, en una tarde de sorpresas por la dura corrida que estos ganaderos enviaron al Foro. No es que la trayectoria pilarista en la Plaza de Las Ventas sea para tirar cohetes, ni muchísimo menos, pero basta un acto de contrición como el encierro del 19 para abrir el berroqueño corazoncito del aficionado, siempre deseando tener algo con lo que ilusionarse, y para estar esperando la corrida de esta tarde con interés y expectación.
Seis colorados exigentes, duros y peligrosos vinieron del Puerto de la Calderilla a los madriles en el camión en aquella ocasión memorable y seis de diversos cromatismos y comportamientos han mandado para la pasarela venteña del año 22.
Antes de nada, y ahí están las espléndidas fotos de mi primo Moore para demostrarlo, conviene hacer notar que entre el primero de los novillos de ayer de Los Maños y el primero de los Pilar de hoy había una diferencia de 42 kilos, que a ver si alguien es capaz de explicar cómo ese toro hecho y derecho de hoy, con esos pechos, con esa culata y con esa alzada estaba a 42 kilos del santacoloma aragonés, con el famoso poco desarrollo del tercio anterior que dicen los de la Facultad de Veterinaria y demás signos evidentes de que el novillo fue pesado sin bajarle del cajón en el que se le transportó. El misterio de la báscula de Las Ventas debería ser indagado en algún programa de La Nave del Misterio y, desde luego, merecería una investigación profunda por parte de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas, que como coordinadora de la metrología a nivel mundial algo tendrá que decir sobre este asunto, pues en Las Ventas el peso está curiosamente afectado por la Ley de la Relatividad.
A las siete en punto de la tarde, don Juan Francisco García González asomó por la balconada presidencial el trozo de tela blanca conocido popularmente como pañuelo y, tras la habitual ceremonia a caballo del alguacilillo y la alguacililla, se inició el paseíllo encabezado por los diestros Javier Cortés, Tomás Campos y Francisco José Espada, de sobra conocidos por la cátedra.
Cuando el castizo barquillero descorrió el cerrojo del chiquero franqueó la salida al ruedo a Bastardero, número 83, negro chorreado meano y con bragas, lo que se dice un tío. Ahí tenemos a Cortés y su cuadrilla laborando con el toro, con unas verónicas de buen gusto en los compases del inicio y con las canónicas dos entradas al arre que montaba Israel de Pedro en las que se puede decir que tanto el toro como el del castoreño cumplieron. En el segundo tercio el toro se mueve con soltura, alegría y desparpajo mostrando una bonita manera de embestir y poniendo la miel en los labios por lo que acaso pueda venir después. Luego lo que vino es Javier Cortés, que tenía que haber reventado Madrid con ese toro y se conformó con bastante menos. La parte buena, lo claro que Cortés vio el toro, lo bien que encontró la distancia a la que había que torearle, ésa fue la miel que nos puso en los labios de que aquello podía ir a más, pero Cortés dispuso que para qué hacer saltar la banca si podía poner su apuesta al rojo o al negro y en ese sentido optó por preservar su integridad sin avanzar en el cite, sin tomar la posición que le daría el triunfo fuerte y optó por quedarse en la sombrita más confortable, en la que los muy partidarios le iban a consentir y el populacho se iba a extasiar. Prefirió escribir un memorándum que un poema épico basando su argumentario sobre todo en la mano derecha y al final de su actuación no había sido capaz de arrancar un solo ¡ole! rotundo y unánime.
Podemos decir, como antes decían, que su actuación fue aseada, pero para su desdicha brilló más al final la clase de Bastardero que la del torero, que adoleció de falta de rabia y de ambición. Remató su labor con una estocada arriba soltando la muleta y cuando el toro se echó, el peón se lo levantó. Le pidieron la oreja y, tras las habituales cucamonas de los benhures de la mula, el señor García volvió a sacar el trapo blanco.
Su segundo, Sospetillo, número 27, negro listón meano y con bragas no tuvo una condición tan óptima como el primero, pero también fue toro de interés. Lo picó de manera muy ortodoxa Óscar Bernal, que recibió el pláceme de la afición, y recibió un bonito quite por chicuelinas y una buena media verónica de Cortés. De nuevo se enteró muy bien el torero de la distancia que el animal le demandaba y le dio fiesta citándole generosamente de largo en los inicios de cada serie, de nuevo volvió a torear sin pasión, sin que su labor consiguiese arrebatar a los tendidos por fría y falta de alma y tan sólo un poderoso y mandón doblón por bajo y una serie corta con un espléndido natural consiguieron poner emoción y entusiasmo del bueno en la plebe. Alargó su actuación más de lo deseable, pensando en que acaso podía cobrar otra aurícula y acabó pasándose de faena. La actuación en conjunto de Javier Cortés, incluida la oreja algo barata pero que no molesta, debería poner a Cortés en las quinielas de sustitución de Emilio de Justo.
Mirilla se llamaba el segundo y llevaba marcado a fuego el número 128 y fue un toro de esos que te pueden encumbrar, porque era toro para jugársela, para poderle y para obtener un triunfo de ley, de esos que se recuerdan pasado el tiempo. No pasó nada de eso y en cambio ahí tuvimos un rato por la Plaza a Tomás Campos ayuno de ideas y sin recursos para jugar a la ruleta rusa con Mirilla. A medida que fue pasando el tiempo y que el toro se fue dando cuenta de cómo estaba organizado el asunto, se fue viniendo arriba y al final, como si quisiera dejar clara su victoria, desarmó a Tomás Campos de un derrote. El torero no había podido con el toro, boca cerrada todo el rato, y acaso enrabietado por ello, le recetó un bajonazo de esos que hieren a la vista. El quinto era castaño y atendía por Burreñito, número 167, y fue más soso y más tardo que los cuatro que le habían precedido. De nuevo Campos prefirió no meterse de lleno con el misterio de Burreñito y cosechó unos cuantos enganchones entre medias de una actuación muy larga y de nulo contenido que fue rematada feamente con una estocada chalequera.
El lote de Francisco José Espada se compuso de dos toros negros: Resistente, número 94 y Guajiro, número 168, el mismo nombre del lidiado en sexto lugar en la corrida de 2019. En la lidia de Resistente se produjo un milagro en la forma de un providencial quite a Jesús Arruga y un momento de gran torería en los dos pares de banderillas de ese gran peón que es Iván García, cuerpo cosido a cornadas. El inicio de la lidia de Resistente fue un poco caótico, cuando el toro explicó a su manera que no le apetecía el terreno –los medios– ni el juego ése de la muleta por lo que prefería irse. El otro día Luque demostró cómo se sujeta a un toro a base de oficio y de conocimiento y hoy Espada (“Jose” para los amigos) consiguió corregir la tendencia a la huida del animal a base de no forzarle y, como si dijéramos, convencerle de que qué más le daba quedarse ahí un ratillo. El toreo plenamente contemporáneo de Jose encontró cierto eco en los tendidos mientras el animal se movió a su alrededor en ese movimiento continuo que tanto estima el actual público de toros, abusó de unos antiestéticos pases dados desde la oreja del toro girando él y el toro como derviches, y después trató con la izquierda donde el público se enfrió. Desde el tendido alguien le gritó: “¡Muy mal, Jose, muy mal!”, y Jose volvió a la diestra, a lo del derviche y al arrimón pero ya no tuvo el eco que antes, que de todo se cansa el público y remató con un final de fiestas patronales y degollando al de El Pilar. En su segundo presentó una enorme fidelidad a sí mismo, repitiendo grosso modo los mismos planteamientos que en su primero, especialmente lo de los giros del derviche escondido entre la oreja y la pala del pitón, el final de fantasía contuvo esta vez la novedad de que tiró el espadín simulado y se puso a dar trapacinas como el que sacude un mantel sobre la ropa de la vecina de abajo. Tras esos momentos delirantes se lanzó a cobrar una estocada delantera y desprendida de la que sale a la carrera tirando la muleta.
Esto es lo que dio de sí la tarde, espléndida tarde de mayo con una interesante corrida de toros. Desde aquí le mandamos un saludo a don Moisés y nos ponemos a los pies de doña Pilar, que siguen en la buena senda.
ANDREW MOORE
LO DE CORTÉS
LO DE ESPADA
LO DE CAMPOS
FIN
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