¿Será verdad que el toreo está recobrando su alma, ese halito de vida que lo mantiene tantos siglos en pie contra viento y marea?
Con el corazón en bandolera
Paco Mora
Cuando el corazón le gana a la cabeza, surge lo que sucedió ayer en Las Ventas y lo que ha ocurrido esta tarde de domingo en Cáceres. Y es que el toreo de verdad es un arte y tiene razones que la razón no entiende. Algo que no se mide con orejas ni rabos sino con el alma y lo que con ella se puede trasmitir a miles de personas en una plaza de toros. Juan Mora, quizás el precursor de ese Ferrera que puso ayer boca abajo Madrid, se ha dejado llevar por la víscera cardiaca y nos ha regalado en la plaza de la capital extremeña momentos inolvidables de sensibilidad.
Relajado, firme, erguido y descolgado de hombros, quieto como los álamos del campo extremeño, el hijo de Mirabeleño ha dado una lección magistral que ha aplaudido con toda su alma Ferrera, que presenciaba la corrida junto a Julito Aparicio -y digo Julito por distinguirlo de su padre, también amigo dilecto y torero admirado por quien esto firma- y ha emocionado a público y torería, dejando sobre el ruedo de esa tierra de conquistadores un halo de algo extraordinario por bello y distinto.
Ha sido una explosión de toreo de verdad, ese que es puro sentimiento y solo puede brotar del alma de los verdaderos artistas que visten el traje de luces para algo más que para engordar sus estadísticas personales con sanguinolentas y sucias orejas y rabos. Artistas que se juegan la vida para sentir y no para sumar. Tenían ganas de oír decir a un torero, como ha dicho hoy Juan Mora, que las orejas no son nada, que lo que importa es lo que el torero vive interiormente al realizar su obra, y el mejor premio son los aplausos. ¡Muy bien, Juan! A ver si de una vez decidimos que los Poncios de los palcos dejen de sentirse la madre del cordero de la Fiesta y les hacemos que se guarden sus orejas para el cocido de sus frustraciones personales. Que tengan que buscarse otro escenario para exteriorizar su afán de notoriedad.
Juan Mora ha subido al tendido con toda naturalidad, armado de muleta y espada, a sentarse al lado de Ferrera y dejarle en prenda su montera en un brindis íntimo y entrañable. Y luego ha bajado a explicar su gran lección de empaque, naturalidad y sentimiento torero. ¿Será verdad que el toreo está recobrando su alma, ese halito de vida que lo mantiene tantos siglos en pie contra viento y marea?
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